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miércoles, 26 de febrero de 2014

Descrédito y corrupción de los partidos políticos




Viñeta de Forges en El País



Quizá debería comenzar esta entrada de hoy con una alusión al anual Debate sobre el estado de la Nación que en estos momentos tiene lugar en el Congreso de los Diputados. Pero no voy a hacerlo por dos razones: primera, porque me trae sin cuidado lo que se debata en el debate; la segunda, porque el anual debate sobre el estado de la nación no es nada más que una pantomima a la que me niego a sumarme ni tan siquiera como espectador pasivo. Espero que me perdonen; no es suficiencia moral alguna por mi parte. Es mero desprecio a la hipocresía y el cinismo de que hacen gala el gobierno y la oposición -en mayor medida los primeros que los segundos-, sin que ello suponga equiparación de responsabilidades.

De lo que sí me gustaría escribir al menos unas líneas es sobre la Operación Palace que Jordi Évole nos ofreció en la Sexta hace unos días. Me gustó, sin más. Y durante sus primeros minutos de emisión, hasta me creí lo que estaba viendo. No es la primera vez que los servicios secretos de un Estado conspiran aparentemente contra su propio Estado. Y si la razón de la conspiración es crear un seudo-golpe-de-Estado para evitar el golpe de Estado real, pues hasta resulta plausible. Y me lo creí, lo confieso, en esos primeros minutos. Las confesiones al respecto de personas como Mayor Zaragoza, Luis María Ansón o Iñaki Gabilondo, lo hacía creíble. Cuando aparecieron en el documental dos personajes políticos de la catadura de Jorge Verstringe o Iñaki Anasagasti, se me cayó la credibilidad. Lisa y llanamente: era absolutamente imposible que unos vocazas como esos dos hubieran estado en el ajo y callados durante treinta y tres años. A partir de ese momento me lo tomé como lo que era, una ficción, y comencé a divertirme. En todo caso lo que el falso documental de Évole sobre el 23-F ha demostrado palpablemente es: 1) Que los españoles somos bastantes más susceptibles de lo que nos pensamos, lo que no es bueno para nuestra salud mental; 2) que los medios de difusión nos pueden colar lo que quieran colarnos, lo que demuestra que somos bastante más crédulos de lo que creemos; y 3) que los españoles, mayoritariamente, no tenemos la formación cívica y política que deberíamos tener, y así nos va. Aunque esa falta de formación cívica y política no sea solo culpa y responsabilidad nuestra sino de una clase política que solo busca asegurarse lealtades y adhesiones inquebrantables.

Estoy leyendo en estos momentos un libro del escritor Antonio Muñoz Molina. Un libro tremendo, desgarrador y desasosegante cuya lectura me está sumiendo en una profunda turbación. Lleva el título de "Todo lo que era sólido" (Seix Barral, Barcelona, 2013) y da la impresión de estar escrito desde la rabia, la sinceridad y el dolor visceral que produce la España de hoy y el hartazgo de una situación cuya responsabilidad exclusiva recae en una clase política corrompida y en una ciudadanía que, más que conformista, parece vivir en la inopia. Muñoz Molina sabe justificar lo que escribe en datos incontrovertibles. Sobre los partidos dice que el sectarismo político les asegura lealtades y adhesiones mucho más firmes que el asentimiento racional, que es reversible porque no excluye el desengaño o el simple cambio de opinión, ofreciéndoles una división del mundo tan radical como las fronteras territoriales de las identidades. Se trata de ser de un partido como se es de una raza o una tierra originaria; de ser de izquierdas o ser de derechas con la misma furia con la que se era católico o protestante en las guerras de religión del siglo XVI; tan íntegramente como se era cristiano viejo o hidalgo en la España de la Contrarreforma y la limpieza de sangre. El siempre sarcástico y certero Álvaro Delgado-Gal, director de Revista de Libros, realizaba en ella hace unos meses la inteligente crítica de "Todo lo que era sólido", y a ella les remito para no insistar más en el asunto.

De los partidos políticos y su relación con la democracia podría contarse lo que dice la canción popular: "Ni contigo ni sin ti / tienen mis males remedio / contigo porque me matas / sin ti porque yo me muero." Más o menos, pero en lenguaje académico es lo que venía a decir hace unos días en El País el prestigioso politólogo y profesor de investigación del Consejo Superior de Investigaciones Científicas Josep María Colomer en un artículo titulado "La larga agonía de los partidos"Para el profesor Colomer en la calificación habitual de los partidos políticos como un mal necesario, lo más claro es lo primero: los partidos son un mal. Desde que los partidos políticos emergieron en los países institucionalmente estables en el siglo XIX, a menudo bajo el epíteto de facciones, han sido asociados con malas intenciones y con la creación de divisiones sociales a costa de amplios intereses colectivos. Hoy día -añade- en casi todos los países democráticos, incluido España, las encuestas colocan persistentemente a los partidos en los últimos puestos en la escala de reputación social. Lo segundo, que los partidos sean necesarios o inevitables, depende de si hay una alternastiva mejor para las tareas que se suponen tienen asignadas: básicamente, proponer políticas públicas socialmente eficientes y seleccionar las personas competentes que ocuparán los correspondientes cargos públicos. Pero en la medida en que la decisión sobre muchas políticas públicas ha ido pasando a manos de organizaciones internacionales -continúa diciendo- y de órganos formados por expertos no-electos, y en tanto que los paquetes ideológicos partidarios han perdido eficacia, los partidos han ido quedando exclusivamente como maquinarias para la selección de cargos públicos. Y cuando esta selección del personal político es endogámica como ocurre en grado extremo en España, debido sobre todo a las listas electorales cerradas, la publicidad de las batallas por los cargos dentro de los partidos no hace más que reforzar la imagen de su impotencia política y alienar aún más a los ciudadanos expuestos a su contemplación en los medios. Blanco y en botella... leche, concluyo.

Sean felices, por favor. Y ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt





El periodista Jordi Évole




Entrada núm. 2037
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Pues tanto como saber me agrada dudar (Dante Alighieri)

miércoles, 26 de diciembre de 2012

OLUDIS: Las claves del fracaso español




Viñeta de Forges



Inventé el térm¡no "OLUDIS" durante mi época de activismo sindical, ya felizmente superada por causas tan prosaicas como la jubilación laboral, para referirme a las pretensiones empresariales de convertir a sus trabajadores, a los trabajadores privados y públicos españoles, en "Objetos Laborales de Uso Discrecional". Esa pretensión la ha llevado a efecto, sin fisuras, la reforma laboral del Partido Popular, pero tiene, a mi juicio, su origen último en el clamoroso fallo de la educación, por un lado, y de la clase política en su conjunto, por otro.

Sobre el fallo, o catástrofe, de la educación española publicaba el pasado día 23 en El País un interesante artículo el escritor y profesor de Estética de la Universidad Pompeo Fabra de Barcelona, Rafael Argullol, titulado "Sin crítica no hay libertad". ¿Qué estímulos recibe el aprendiz de ciudadano para inclinarse hacia el rigor y el esfuerzo, se pregunta. En la llamada "vida pública, dice más adelante, aprendemos a forjar el analfabetismo educativo. Y hay algo peor que la corrupción, y es la ignorancia autosatisfecha, añade.

Sobre la clase política española escribía en septiembre pasado, también en El País, el profesor de la Universidad Carlos III de Mádrid y exministro de Cultura en el gobierno de Rodríguez Zapatero, César Molinas, un artículo muy duro y crítico, titulado "Una teoría de la clase política española", que suscitó numerosas reacciones, tanto de la derecha como de la izquierda, por todos aquellos que de alguna u otra manera se sintieron aludidos. ¿Cómo es posible, se pregunta, que tras cinco años de iniciada la crisis ningún partido político tenga un diagnóstico coherente de lo que está pasando en España? ¿Cómo es posible, añade, que ningún partido político tenga un plan a largo plazo creíble para sacar a España de la crisis? ¿Cómo es posible, continúa, que la clase política española parezca genéticamente incapaz de planificar? ¿Cómo es posible, vuelve a preguntarse, que esa misma clase política sea incapaz de resultar ejemplar? ¿Cómo es posible que nadie, salvo el Rey, y por motivos propios, haya pedido disculpas? ¿Cómo es posible, termina, que la estrategia de futuro más obvia para España -la mejora de la educación, el fomento de la innovación, el desarrollo y emprendimiento y el apoyo a la investigación- sea no ya ignorada, sino masacrada con recortes por los partidos políticos mayoritarios? 

Preguntas sin respuesta para las que propone, entre otras, una reforma urgente de la ley electoral que destierre el  sistema proporcional al bául de los recuerdos y recupere uno mayoritario en la que el representante responda individualmente ante sus electores. Algo que yo también vengo defendiendo, sin éxito, en cuantos foros me es posible expresarme.

Como colofón de la entrada les invito a disfrutar de la entrevista que el gran periodista Iñaki Gabilondo realizaba en Canal Plus al también periodista y fenómeno mediático Jordi Évole sobre los temas anteriores, y otros muchos, de los que hablamos y padecemos los españoles.

Sigo sin meterme con el gobierno. Solo es una tregua por las fiestas navideñas. Prometo volver. Tamaragua, amigos. HArendt









Entrada núm. 1774
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"Tanto como saber, me agrada dudar" (Dante)
"La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura" (Voltaire)
"La historia del mundo no es un suelo en el que florezca la felicidad. Los tiempos felices son en ella páginas en blanco" (Hegel)
"Todas las penas pueden soportarse si las ponemos en una historia o contamos una historia sobre ellas" (Isak Dinesen)