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martes, 7 de julio de 2020

[ARCHIVO DEL BLOG] La independencia de América. Publicada el 17 de abril de 2010




Portada de la Constitución de 1812


Retomo el asunto de los aniversarios que planteé en mi entrada anterior, "Historiadores y fastos patrios", del pasado día 9. Entre 1810 y 1825 todas las actuales repúblicas hispanoamericanas, excepto Uruguay, Panamá, Cuba, Puerto Rico y la República Dominicana, se separaron de España. Venezuela hizo el primer intento, fracasado, tal día como el próximo 19 de abril, de hace justamente 200 años.


Dice José Luis Abellán en su libro "Historia crítica del pensamiento español", citado por mí en la referida entrada, que en cierta ocasión, hablando de las colonias americanas, había escrito el poeta y crítico literario español Luis Cernuda ("Variaciones sobre tema mexicano", Taurus, Madrid, 1977) lo siguiente: "Unas primero, otras después, en brevísimo espacio, todas estas tierras se desprenden de España. Ningún escritor nuestro alude entonces a ello, no ya para deplorarlo, ni siquiera para contarlo... Y como el español nunca dejó pasar sin protestas tormentosas eso que en la convivencia nacional va contra su ser íntimo, si entonces no dijo palabra, ni se echó a la calle, es que nada le iba en ello". Más tarde, continúa Abellán citando a Cernuda, acaba preguntándose: "Pero, ¿cómo conciliar nuestra evidente indiferencia nacional, sino desvío hacia estas tierras, con el esfuerzo realizado y la obra obtenida por los españoles en ellas?". La indiferencia aquí constatada, dice, se convierte en muchos en alegría, cuando llega el momento de la emancipación política. El liberalismo español, afirma, encuentra consecuente con su propia ideología la independencia de aquellos países, siguiendo así la tradición  de esa constante de nuestro pensamiento que hemos llamado reiteradamente "filosofía de la negación de la religión del éxito".


En el proceso [de independencia], dice el profesor Abellán, y a favor del proceso revolucionario, intervendrán tres instituciones cuyo protagonismo resulta imposible ignorar: 1) el "Cabildo", o asamblea municipal, fortaleza del criollismo frente al poder central (virreyes, audiencias e intendentes), en el que no es posible olvidar que los indios tomaron una actitud pasiva, y que son los criollos los verdaderos artífices de la emancipación; 2) La "Junta", que, al igual que las Juntas surgidas en la Península durante la invasión, va a adquirir un protagonismo político de primer orden al romperse la continuidad monárquica del imperio, que queda sin cabeza con la prisión de Fernando VII; y 3) la "sociedad secreta", representada por la logia masónica, que tenía un carácter fundamentalmente político, utilizada por la débil burguesía española como lugar de "conspiración" anticipadora del clásico "pronunciamiento". Hoy no existen dudas, por ejemplo -afirma categórico-, del apoyo que el movimiento liberal de la Península prestó a la insurrección americana en 1820; las tropas sublevadas en el famoso "pronunciamiento"de Riego eran las que estaban acantonadas en Cádiz, esperando ser embarcadas, para aplastar los movimientos insurgentes, con lo que facilitaron así los objetivos de éstos. Por otro lado, añade, la conexión entre los militares "pronunciados" en 1820 y los líderes de la emancipación americana, está también probada, por más que se discuta todavía si las logias a cuyo través mantenían el contacto fuesen o no específicamente masónicas.


A los autores de la Constitución de Cádiz: "La Nación española es la reunión de todos los españoles de ambos hemisferios". (Art. 1), no les duelen prendas en pronunciarse a favor de la independencia. Así -cita Abellán-, Flórez Estrada, uno de sus redactores llega a decir que si "por accidente imprevisto no se formula una Constitución tal que conviniese a los americanos, entonces éstos se hallaran en el caso de deber separarse de los españoles". Esta generosidad en el planteamiento, sigue Abellán, nos confirma en la idea de que estos autores (intelectuales liberales) resultan muy expresivos de eso que venimos llamando filosofía de la negación de la religión del éxito", liberalismo que, en cualquier caso, continúa diciendo, representaba una ruptura con la concepción del Imperio católico-militar, vinculado a los intereses estamentales del Antiguo Régimen, y el paso a una visión pragmático-mercantilista, en que -al socaire de una cierta autonomía política y económica- se mantenía el vínculo monárquico que, al tiempo que preservaba la unidad imperial, protegía los intereses comerciales y financieros de las nuevas clases ascendentes.


El capítulo IX del libro, titulado "Liberalismo y descolonización: el problema americano", lo cierra el profesor Abellán con estas palabras que comparto plenamente: "Las conclusiones, pues, nos parecen claras. El liberalismo español puso las bases de la descolonización de los países hispanoamericanos, en varias ocasiones contribuyó a ello y, cuando vio que era imposible compaginar la libertad en ambos hemisferios, prefirió la del nuevo continente. Estas afirmaciones, dice, creemos que han quedado suficientemente demostradas en este capítulo y, con ello, creo también que hemos dado pruebas de como liberalismo y descolonización van unidos en el pensamiento español del siglo XIX".

A esta alturas, dos siglos después, la intención de este comentario no debería levantar sospecha alguna de justificación de nada ni de nadie, sino dejar constancia de un hecho que los historiadores de hoy ya no ponen en duda: las guerras de independencia de la América española fueron guerras de liberación, sí, pero también guerras civiles entre españoles de ambas orillas del Atlántico con concepciones políticas diferentes, pero españoles todos.


De las últimas 11000 visitas recibidas por este blog, alrededor de unas 3500 han sido realizadas por hispanoamericanos y desde Hispanoamérica. Me gustaría invitarles a un debate libre y abierto, no conmigo particularmente claro está, sino entre todos los hispanos de "ambos hemisferios", sobre lo que significó y significa hoy para nosotros hispanoamérica. Mi blog está a su disposición. HArendt




El profesor José Luis Abellán



La reproducción de artículos firmados por otras personas en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




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lunes, 27 de enero de 2020

[DESDE LA RAE] Hoy, con el académico Ángel González Muñiz



El académico Ángel González en su toma de posesión


La Real Academia Española se creó en Madrid en 1713 por iniciativa de Juan Manuel Fernández Pacheco y Zúñiga (1650-1725), octavo marqués de Villena, quien fue también su primer director. En sus primeras semanas de andadura, la RAE estaba formada por once miembros de número, algunos de ellos vinculados al movimiento de los novatores. El 3 de octubre de 1714, quedó aprobada oficialmente su constitución mediante una real cédula del rey Felipe V. La RAE ha tenido un total de 483 académicos de número desde su fundación. 

A esta sección del blog iré subiendo periódicamente una breve semblanza de esos cuatrocientos ochenta y tres académicos, comenzando por los más recientes. Pero sobre todo, en la medida de lo posible, pues creo que será lo más interesante, sus discursos de toma de posesión como miembros de la Real Academia Española. 

Continúo hoy la semblanza de los actuales y pasados miembros de la RAE con la del académico Ángel González Muñiz Ángel González Muñiz (1925-2008). Ángel González tomó posesión de la silla "P" de la Academia el 23 de marzo de 1997 con el discurso titulado Las otras soledades de Antonio Machado, que fue respondido por Emilio Alarcos en nombre de la corporación.

En 1954, González ingresó por oposición en el cuerpo de la Administración central. Dos años más tarde publicó su primer libro de poesía, Áspero mundo, «en el que está muy presente la experiencia infantil de la guerra», según Zamora Vicente, y con el que obtuvo un accésit del Premio Adonais.

Tras breves estancias en Sevilla y Barcelona —donde entró en contacto con poetas como Carlos Barral, Gil de Biedma y José Agustín Goytisolo—, regresó a Madrid. Allí conoció al grupo madrileño de escritores al que pertenecían García Hortelano, Gabriel Celaya y Caballero Bonald, entre otros.

Su siguiente libro fue Sin esperanza, con convencimiento, de 1961, «en el que —como explica Zamora Vicente— el paso del tiempo empieza a aflorar ya como una temática que se mantendrá en el resto de sus obras, así como la ironía, uno de sus recursos más característicos».

José Luis García Martín destaca en el DBE que durante esos años, principios de la década de los setenta, «se publicó la primera etapa de su obra poética, que le otorgó un puesto fundamental dentro de su generación, la segunda de posguerra, caracterizada por el realismo y el compromiso crítico frente a la dictadura. Eran los años de la poesía social».

En 1972 —continúa explicando García Martín—, Ángel González se trasladó a Estados Unidos para trabajar como profesor en la Universidad de Nuevo México. Desde esa fecha residió en Estados Unidos, aunque con largas estancias en España. Hasta su jubilación, en 1990, ejerció la docencia, además de en Nuevo México, en las universidades de Utah, Maryland y California (Irvine).

La producción literaria de Ángel González continuará durante todos estos años hasta su fallecimiento, en 2008: Grado elemental (1962), Palabra sobre palabra (1962), Tratado de urbanismo (1967), Breves acotaciones para una biografía (1971), entre otros títulos, hasta llegar a Otoños y otras luces (2001) y el póstumo Nada grave (2008). Todos estos poemarios, tal y como cuenta Alonso Zamora Vicente, «fueron agrupados por el propio poeta en diferentes ediciones bajo el título de Palabra sobre palabra (2005)».

Ángel González también escribió ensayos sobre aquellos poetas que más le influyeron: Juan Ramón Jiménez, Antonio Machado, el grupo del 27 y Gabriel Celaya. Toda esta obra le sirvió para ser reconocido, entre otros, con el Premio Príncipe de Asturias de las Letras (1985), «porque la poesía, a través de su obra, sobrevive con paradójica ternura al escepticismo de una época», o el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana (1996).



Real Academia Española, Madrid



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miércoles, 8 de enero de 2020

[HISTORIA] Leer a Galdós para entender la España de hoy



Galdós en Gran Canaria, 1894


Cien años después de su muerte,  comenta la escritora Almudena Grandes en el  A vuelapluma de hoy miércoles, la obra del autor de los ‘Episodios Nacionales’ no solo explica lo que nos ha pasado a los españoles sino las claves de lo que nos está pasando ahora. 

En febrero de 1897, Benito Pérez Galdós leyó su discurso de ingreso en la Real Academia Española. En aquel texto, titulado La sociedad española como materia novelable, expuso lo que ahora llamaríamos su poética, su manera de entender la novela como género, las ambiciones y propósitos que guiaron su escritura. Una de las frases de aquel discurso se convertiría en un lema galdosiano. Imagen de la vida es la novela, dijo entonces, y al contar la de los españoles, sus libros fueron trazando la imagen de un país que se llamaba igual que el nuestro, aunque ya no son el mismo. Pero más allá de la emoción, de la admiración, del placer, el mejor motivo para leer hoy al otro gran narrador español de todos los tiempos es su asombrosa capacidad para explicarnos lo que nos ha pasado, lo que nos está pasando todavía.

Galdós nunca fue neutral, y en el principio alienta una flamante ilusión democrática. La Fontana de Oro, su segunda novela, se publicó en 1871, un año antes de que apareciera el primero de los Episodios Nacionales, que la toman como modelo. En La Fontana, Galdós retrocede hasta el Madrid de 1821, donde los liberales han recobrado la esperanza. El odioso Fernando VII ha jurado la Constitución. La felicidad pública, el progreso, el nacimiento de una España más moderna e igualitaria se adivina en el horizonte. Así disculpa el joven Bozmediano a los exaltados que han atropellado en la calle a quien parece un pobre anciano. No hay revoluciones sin excesos, le dice mientras le acompaña a casa, pero el Gobierno pondrá fin a estos altercados. Mientras tanto, el anciano calla. Bozmediano no puede saber que es precisamente él quien, con dinero de Fernando, paga a los agitadores, a los incendiarios, a los energúmenos destinados a asustar al pueblo, para convencerle de que solo el poder absoluto de un rey tiránico labrará su paz y su felicidad.

A lo largo de los Episodios Nacionales, Galdós desarrolla este amargo principio en un trágico rosario de esperanzas frustradas, revueltas armadas y guerras civiles que comienzan siempre de la misma manera. En las regiones más ricas de España, el País Vasco, Navarra, Cataluña, la vieja aristocracia y la pujante burguesía que no tienen nada que ganar con los planes modernizadores de los gobiernos liberales de Madrid, levantan ejércitos bajo la bandera de Dios, la Tradición y el Rey absoluto que identifican con don Carlos, el hermano menor y aún más reaccionario, de Fernando VII. A partir de 1833, los carlistas siempre pierden las guerras que empiezan pero son, también siempre, tan generosamente perdonados por los vencedores que están en condiciones de volver a conspirar en el instante mismo de su derrota. Así, en 1840, en 1849, en 1876, cuando en la superficie parece que todo ha terminado, en el subsuelo todo vuelve a empezar.

Los lectores de Galdós tenemos una perspectiva más amplia de lo que estamos viviendo que los españoles que nunca lo han leído. Sabemos por qué el independentismo catalán suprime el siglo XIX en un relato que insiste machaconamente en el XVIII, como si este estuviera más cerca que aquel. Sabemos que los partidarios de la mano dura se llamaban a sí mismos moderados, igual que la ultraderecha se beneficia hoy de términos como centroderecha o constitucionalismo. Sabemos que el republicanismo no fue un virus extranjero inoculado a traición en el ignorante pueblo español de 1931, sino una aspiración sólidamente instalada en el pensamiento progresista nacional desde las Cortes de Cádiz. Sabemos por qué el término “liberal”, que existe en casi todas las lenguas del mundo, es una palabra española y que, precisamente por eso, Franco se esforzó por extirpar la memoria del siglo XIX de “su” España, condenándolo a un limbo del que no ha sido completamente rescatado todavía. Sabemos además, quizás sobre todo, que la única Guerra Civil que conocemos por ese nombre —como si las carlistas no lo hubieran sido— fue el desenlace de un conflicto que duró más de un siglo. Desde 1812, dos Españas lucharon entre sí bajo banderas antagónicas. La libertad, el progreso, la igualdad, combatieron a la tradición, al clericalismo, a la reacción, y ni siquiera venciendo en tres guerras seguidas lograron ganar el futuro. El país donde yo nací aún era producto de su derrota.

Galdós nunca fue neutral, y en el final la desolación es casi absoluta. En 1897, Misericordia certificó el naufragio de todos los sueños. La Restauración había asfixiado las ilusiones de Bozmediano, los intentos de modernización del país agonizaban cubiertos de polvo. La burguesía, que debería haber sido el motor de la transformación social, imitaba el proverbial egoísmo de la aristocracia en lugar de liderar el Estado democrático. Las clases medias solo aspiraban a subir en el mismo ascensor, desentendiéndose de los más pobres, que se dejaban morir en el arroyo.

Un milímetro más acá sobrevive Benigna, la señá Benina, Nina, tres nombres diferentes para un personaje que encarna la dignidad del pueblo español en el contexto de la crisis más feroz. Benigna pide limosna en la puerta de una iglesia para alimentar a su señora, la dama arruinada que come lo que su criada le da. La señá Benina corre, va, viene, pide un duro prestado, empeña, rescata, se agota en una lucha implacable y todavía socorre a quienes tienen menos que ella. Su único patrimonio es su amigo Almudena, un mendigo moro, ciego, más marginal que miserable, que la quiere bien. Galdós, creador de personajes femeninos extraordinarios, a través de los cuales contó el mundo con tanta ambición como la que desplegó en sus personajes masculinos, deposita en Benigna, en su nobleza, en su generosidad, en su ternura, la última de sus esperanzas. Ella representa la frágil hebra de vitalidad que conserva el imperio moribundo, ensimismado y mohoso, que tal vez aún merezca la oportunidad de renacer. Leer a Galdós es entender España, naufragar con ella, encontrar motivos para seguir creyendo. También por eso es un escritor imprescindible".



La diosa Clío, musa de la Historia



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miércoles, 1 de enero de 2020

[DESDE LA RAE] Hoy, con al académico Domingo Ynduráin Muñoz



El académico Domingo Ynduráin en su toma de posesión


La Real Academia Española se creó en Madrid en 1713 por iniciativa de Juan Manuel Fernández Pacheco y Zúñiga (1650-1725), octavo marqués de Villena, quien fue también su primer director. En sus primeras semanas de andadura, la RAE estaba formada por once miembros de número, algunos de ellos vinculados al movimiento de los novatores. El 3 de octubre de 1714, quedó aprobada oficialmente su constitución mediante una real cédula del rey Felipe V. La RAE ha tenido un total de 483 académicos de número desde su fundación. 

A esta sección del blog iré subiendo periódicamente una breve semblanza de esos cuatrocientos ochenta y tres académicos, comenzando por los más recientes. Pero sobre todo, en la medida de lo posible, pues creo que será lo más interesante, sus discursos de toma de posesión como miembros de la Real Academia Española. 

Continúo hoy la semblanza de los actuales y pasados miembros de la RAE con la del académico Domingo Ynduráin Muñoz (1943-2003). Elegido en 1996, tomó posesión de la silla "a" de la Academia el 20 de abril de 1997 con el discurso titulado "El descubrimiento de la literatura en el Renacimiento español", al que respondió, en nombre de la corporación, Francisco Rico. Fue el vigésimo secretario de la Real Academia, elegido en 1999 y reelegido el 16 de enero de 2003, unas semanas antes de su muerte.

Domingo Ynduráin comenzó sus estudios en la Universidad Complutense de Madrid, en donde se licenció y obtuvo el doctorado en Filología Románica, bajo la dirección de Rafael Lapesa. Mientras preparaba su tesis doctoral, titulada Análisis formal de la poesía de Espronceda (1971), fue lector de español en la Universidad de Zurich y profesor extraordinario en las universidades de Lausana y de Lovaina. Volvió a la universidad española como profesor de literatura en la Universidad Complutense y, más tarde, como catedrático en la Universidad Autónoma de Madrid. Ejerció, también, como profesor visitante en la Universidad de South California. Conferenciante en universidades e instituciones de reconocido prestigio, Domingo Ynduráin fue vicerrector de Humanidades y Cursos de Extranjeros, así como secretario general de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo entre 1984 y 1991. Fue además  asesor del Consejo de Teatro del Ministerio de Cultura y miembro del Consejo de Universidades. En el ámbito de su labor editorial, que compaginó con sus facetas de docente e investigador, formó parte del Consejo Editor de la colección «Letras Hispánicas» de Ediciones Cátedra y del Consejo de Redacción de las revistas Ínsula y Epos, y fue director literario de la Biblioteca Castro, desde la que publicó alrededor de cien volúmenes de clásicos de la tradición hispánica. Especialista en el Siglo de Oro, sus estudios abarcan todos los periodos, desde la Edad Media al siglo XX, combinando la historia de la literatura con la teoría literaria, la edición y la crítica textual. Es autor de numerosos libros de estudios monográficos y artículos en revistas especializadas. Entre sus estudios destacan Análisis formal de la poesía de Espronceda (1971), Introducción a la metodología literaria (1979), Aproximación a San Juan de la Cruz (1990), Humanismo y Renacimiento en España (1994) y Del clasicismo al 98 (2000).



Real Academia Española, Madrid



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viernes, 6 de diciembre de 2019

[DESDE LA RAE] Hoy, con el académico Juan Luis Cebrián Echarri




Juan Luis Cebrián el su toma de posesión académica


La Real Academia Española se creó en Madrid en 1713 por iniciativa de Juan Manuel Fernández Pacheco y Zúñiga (1650-1725), octavo marqués de Villena, quien fue también su primer director. En sus primeras semanas de andadura, la RAE estaba formada por once miembros de número, algunos de ellos vinculados al movimiento de los novatores. El 3 de octubre de 1714, quedó aprobada oficialmente su constitución mediante una real cédula del rey Felipe V. La RAE ha tenido un total de 483 académicos de número desde su fundación. 

A esta sección del blog iré subiendo periódicamente una breve semblanza de esos cuatrocientos ochenta y tres académicos, comenzando por los más recientes. Pero sobre todo, en la medida de lo posible, pues creo que será lo más interesante, sus discursos de toma de posesión como miembros de la Real Academia Española. 

Continúo hoy la semblanza de los actuales y pasados miembros de la RAE con la del académico Juan Luis Cebrián Echarri (1944). Elegido el 19 de diciembre de 1996, tomó posesión de la silla "V" el 18 de mayo de 1997 con el discurso titulado Memoria sobre algunos ejemplos para la transición política en la obra de Gaspar Melchor de Jovellanos, al que respondió, en nombre de la corporación, Luis Goytisolo.

Estudió Filosofía en la Universidad Complutense de Madrid, por la que es licenciado en Ciencias de la Información, tras graduarse, en 1963, en la Escuela Oficial de Periodismo. Es, desde mayo de 2018, presidente de honor del diario El País, del que fue su primer director hasta 1988, año en que pasó a ser editor del periódico. Ha ocupado los cargos de presidente y consejero delegado del grupo PRISA. 

Antes de sacar a la calle El País, fue miembro del equipo fundacional de la revista Cuadernos para el Diálogo (1963). Entre 1963 y 1975 trabajó como redactor jefe y subdirector de los diarios Pueblo e Informaciones de Madrid y en 1974 accedió a la dirección de los Servicios Informativos de Televisión Española, en donde permaneció ocho meses. De 1986 a 1988 desempeñó el cargo de presidente del Instituto Internacional de Prensa y en 2004 ocupó la presidencia de la Asociación de Editores de Diarios Españoles.

Caballero de las Letras y las Artes de Francia desde 1989, ha recibido numerosos reconocimientos a la labor profesional que ejerce desde hace medio siglo: Director Internacional del Año, concedido por World Press Review (1980); Medalla a la Libertad de Expresión de la Fundación Roosevelt, y Medalla de Honor de la Universidad de Missouri (1986). Galardonado con el Premio Internacional Trento de Periodismo y Comunicación (1987), Juan Luis Cebrián fue el impulsor de los Premios Ortega y Gasset de periodismo, concedidos por El País. En 1986 fue distinguido por la Universidad de Missouri (Estados Unidos) con el Premio por Servicios Distinguidos en el Periodismo y en 1988 recibió el nombramiento de profesor honorario de la Universidad Iberoamericana de Santo Domingo (República Dominicana). En 2003 fue visitante de honor en la Universidad de La Plata (Argentina) y recibió la Medalla al Mérito de la Universidad Veracruzana (México) por su aportación al pensamiento crítico; es patrono de la Cátedra Alfonso Reyes del Instituto Tecnológico de Monterrey (México) y está en posesión de la Medalla Rectoral de la Universidad de Chile (2001). Es miembro del Consejo Asesor del Departamento de Lenguas y Culturas Española y Portuguesa de la Universidad de Princeton (Estados Unidos) y del Consejo Consultivo de la licenciatura en Periodismo de la Facultad de Humanidades de la Universidad de Coimbra (Portugal).

Es autor de libros de ensayo sobre periodismo y sociología política, entre ellos La prensa y la calle (1980), La España que bosteza (1980), El tamaño del elefante (1987), Retrato de Gabriel García Márquez (1989), El siglo de las sombras (1994), Cartas a un joven periodista (1997), La Red (1998), El futuro no es lo que era (2001), escrito con el expresidente Felipe González, El fundamentalismo democrático (2004) y El pianista en el burdel (2009). Como novelista ha publicado La rusa (1986), La isla del viento (1990), La agonía del dragón (2000) y Francomoribundia (2004). Estas dos últimas obras forman parte de la trilogía El miedo y la fuerza.




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lunes, 11 de noviembre de 2019

[DESDE LA RAE] Hoy, con el académico Ignacio Bosque Muñoz



El académico Ignacio Bosque en su toma de posesión



La Real Academia Española se creó en Madrid en 1713 por iniciativa de Juan Manuel Fernández Pacheco y Zúñiga (1650-1725), octavo marqués de Villena, quien fue también su primer director. En sus primeras semanas de andadura, la RAE estaba formada por once miembros de número, algunos de ellos vinculados al movimiento de los novatores. El 3 de octubre de 1714, quedó aprobada oficialmente su constitución mediante una real cédula del rey Felipe V. La RAE ha tenido un total de 483 académicos de número desde su fundación. 

A esta sección del blog iré subiendo periódicamente una breve semblanza de esos cuatrocientos ochenta y tres académicos, comenzando por los más recientes. Pero sobre todo, en la medida de lo posible, pues creo que será lo más interesante, sus discursos de toma de posesión como miembros de la Real Academia Española. 

Continúo hoy la semblanza de los actuales y pasados miembros de la RAE con la del académico Ignacio Bosque Muñoz, nacido en Hellín (Albacete), el 6 de agosto de 1951. Elegido el 4 de mayo de 1995. Tomó posesión de la silla "t" de la Academia el 1 de junio de 1997 con el discurso titulado La búsqueda infinita. Sobre la visión de la gramática en Salvador Fernández Ramírez, al que respondió, en nombre de la corporación, el también académico Emilio Lledó.

Ignacio Bosque es doctor en Filología Hispánica y catedrático de Lengua Española de la Universidad Complutense de Madrid desde 1982. Doctor honoris causa por las universidades de Alicante, Córdoba (Argentina), El Salvador (Argentina), Americana de Managua (Nicaragua) y Nacional de Rosario (Argentina), es miembro correspondiente de la Academia Panameña de la Lengua y de la Academia Europea.

Especialista en gramática española y teoría gramatical, publicó en 1999, junto con Violeta Demonte, la Gramática descriptiva de la lengua española y fue el académico ponente de la Nueva gramática de la lengua española (2009), obra que recibió el Premio Internacional Don Quijote de la Mancha, (2010). Ha dirigido dos diccionarios combinatorios (Redes y Práctico) y ha publicado numerosos trabajos sobre la relación entre el léxico y la gramática.

Ha recibido el Premio Extraordinario Nebrija (1993), el Premio Eduardo Benot al Rigor Científico y Lingüístico (2010), el Premio de Investigación en Humanidades Julián Marías de la Comunidad de Madrid, el Premio Nacional de Investigación Ramón Menéndez Pidal (2010) y el Premio Internacional Alfonso Reyes (2012).

Autor de una extensa obra especializada, Ignacio Bosque ha dirigido el Curso Superior de Filología Española de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo (1987-1988) y ha sido profesor invitado en distintas universidades europeas, americanas y asiáticas. En 2011 recibió el homenaje de sus colegas y discípulos con la publicación del libro 60 problemas de gramática. 

Los días 26 y el 27 de mayo de 2015, el Departamento de Lengua Española, Teoría de la Literatura y Literatura Comparada y la Facultad de Filología de la Universidad Complutense de Madrid organizaron Las jornadas complutenses sobre gramática del español en honor del profesor Ignacio Bosque, en reconocimiento a su trayectoria docente e investigadora. 

Fue vocal (1999-2003; 2007-2011) de la Junta de Gobierno. Es el académico ponente del Glosario de términos gramaticales en la Comisión Interacadémica de Gramática. 



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miércoles, 16 de octubre de 2019

[DESDE LA RAE] Hoy, con la académica Ana Maria Matute



La académica Ana María Matute



La Real Academia Española se creó en Madrid en 1713 por iniciativa de Juan Manuel Fernández Pacheco y Zúñiga (1650-1725), octavo marqués de Villena, quien fue también su primer director. En sus primeras semanas de andadura, la RAE estaba formada por once miembros de número, algunos de ellos vinculados al movimiento de los novatores. Más adelante, el 3 de octubre de 1714, quedó aprobada oficialmente su constitución mediante una real cédula del rey Felipe V. La RAE ha tenido un total de 483 académicos de número desde su fundación. 

A esta sección del blog iré subiendo periódicamente una breve semblanza de esos cuatrocientos ochenta y tres académicos, comenzando por los más recientes. Pero sobre todo, en la medida de lo posible, pues creo que será lo más interesante, sus discursos de toma de posesión como miembros de la Real Academia Española. 

Continúo hoy la semblanza de los actuales y pasados miembros de la RAE con la de la académica Ana María Matute (1925-2014). Elegida el 27 de junio de 1996, tomó posesión de la silla "K" de la Academia el 18 de enero de 1998 con el discurso titulado En el bosque, al que respondió, en nombre de la corporación, el también académico, Francisco Rico.

La escritora Ana María Matute era doctora honoris causa por la Universidad de León y miembro honorario de la Hispanic Society of America y de la American Association of Teachers of Spanish and Portuguese. Ha sido, además, profesora invitada en las universidades norteamericanas de Oklahoma, Indiana y Virginia.

Su obra literaria, iniciada en 1948 con Los Abel, incluye novelas, relatos cortos y cuentos infantiles, el primero de los cuales escribió a los cinco años. Sus libros han sido traducidos a varios idiomas y reconocidos con galardones, como el Premio Nacional de Literatura (1959) por Los hijos muertos, el  Premio Nacional de las Letras Españolas (2007) y el Premio Cervantes (2010). Este mismo año se publicó La puerta de la luna. Cuentos completos, que incluye, además, relatos cortos y artículos periodísticos.

Ana María Matute también ha recibido el Premio Café Gijón por Fiesta al noroeste (1952), el Premio Planeta por Pequeño teatro (1954), el Premio de la Crítica (1958), el Premio Nadal por Primera memoria (1959), el Premio Fastenrath por Los soldados lloran de noche (1962) y el Premio Nacional de Literatura (Infantil y Juvenil, 1984) por Solo un pie descalzo. Asimismo, posee la Medalla de Oro al Mérito en el Trabajo (2000), la Medalla de Honor de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo (2001) y la Medalla de Oro del Círculo de Bellas Artes de Madrid (2005).

En 2009 depositó en la Caja de las Letras del Instituto Cervantes la primera edición de su novela Olvidado Rey Gudú. En 2011 se grabó en la sede de la Real Academia Española parte del documental de TVE Imprescindibles, dedicado a su vida y a su obra. Demonios familiares, su novela póstuma, se publicó el 23 de septiembre de 2014. El 3 de junio de 2015, coincidiendo con el primer aniversario de su fallecimiento, la Biblioteca Nacional de España homenajeó a la escritora con la proyección del cortometraje Demonios familiares, basado en novela homónima y dirigido por Ángeles González-Sinde. En noviembre de 2017 la editorial Austral reeditó, en un solo volumen, la trilogía Los mercaderes, «una de las obras más emblemáticas de la narrativa de Ana María Matute».




Real Academia Española, Madrid



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viernes, 20 de septiembre de 2019

[DESDE LA RAE] Hoy, con el académico Luis María Ansón




El académico Luis María Ansón


La Real Academia Española se creó en Madrid en 1713 por iniciativa de Juan Manuel Fernández Pacheco y Zúñiga (1650-1725), octavo marqués de Villena, quien fue también su primer director. En sus primeras semanas de andadura, la RAE estaba formada por once miembros de número, algunos de ellos vinculados al movimiento de los novatores. Más adelante, el 3 de octubre de 1714, quedó aprobada oficialmente su constitución mediante una real cédula del rey Felipe V. La RAE ha tenido un total de 483 académicos de número desde su fundación. 

A esta sección del blog iré subiendo periódicamente una breve semblanza de esos cuatrocientos ochenta y tres académicos, comenzando por los más recientes. Pero sobre todo, en la medida de lo posible, pues creo que será lo más interesante, sus discursos de toma de posesión como miembros de la Real Academia Española. 


Continúo hoy la semblanza de los actuales y pasados miembros de la RAE con la del académico Luis María Ansón (1935). Elegido el 19 de diciembre de 1996. Tomó posesión de la silla "ñ" de la Academia el 8 de febrero de 1998 con el discurso titulado Palabras de amor de los poetas. Le respondió, en nombre de la corporación, Víctor García de la Concha.

El periodista Luis María Anson Oliart, primero de su promoción (1953-1957) en la Escuela Oficial de Periodismo de Madrid, fue también su profesor y subdirector. Formó parte del equipo que llevó los estudios periodísticos a la universidad, con la creación de las facultades de ciencias de la información. Es doctor honoris causa por las universidades de México, de Lisboa y la Rey Juan Carlos.

Gran parte de la vida periodística de Luis María Anson, desde 1953 hasta 1997 —con algunas interrupciones—, ha estado vinculada al diario ABC. En este rotativo —del que fue director entre 1982 y 1997— ocupó casi todos los puestos, desde redactor hasta enviado especial y director de Blanco y Negro. Un artículo suyo, La monarquía de todos (ABC, 21.7.1966), desencadenó el secuestro del periódico.

A lo largo de su carrera ha ocupado numerosos cargos de responsabilidad en medios de comunicación y organizaciones profesionales. Ha sido presidente de la Asociación de la Prensa de Madrid y de la Federación de Asociaciones de la Prensa de España, presidente de la Federación Iberoamericana de Asociaciones de Periodistas, director del diario ABC, presidente de la Agencia EFE, presidente de Televisa Europa, consejero de Radio España, presidente de El Cultural, presidente y fundador del diario La Razón, presidente y fundador del diario digital El Imparcial.

Galardonado con el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades (1991), ha recibido, entre otros, los premios de periodismo Luca de Tena (1960), Mariano de Cavia (1964), Víctor de la Serna (1974) y González-Ruano (1977). También ha sido distinguido con el Premio Nacional de Literatura (1965), el Premio Nacional de Periodismo (1980), los premios internacionales de periodismo iberoamericano Caonabo (República Dominicana) y Juan Montalvo (Ecuador) y el Premio Miguel Delibes de Periodismo (2009). En marzo de 2014 la Agencia EFE le concedió el premio extraordinario 75.º Aniversario. En octubre de 2015 recibió el premio Antena de Oro que entrega la Federación de Asociaciones de Radio y Televisión de España, por su labor al frente de El Cultural.

En 2015, la RAE designó a Luis María Anson representante de la corporación en la Comisión Nacional del IV Centenario de la Muerte de Cervantes, que se conmemoró en 2016.

Luis María Anson fue miembro del Consejo Privado de don Juan de Borbón, conde de Barcelona, y secretario de Información de su Secretariado Político, hasta la disolución de ambos organismos, en 1969. En septiembre de 1975 fue nombrado secretario del gabinete de información creado por el conde de Barcelona, de quien escribió la biografía Don Juan (1994). Es miembro correspondiente de Academia Portuguesa da Historia y presidente de la Sociedad Cervantina de Madrid.

Entre sus libros figuran El Gengis Kan rojo (1960), Sobre la creación poética (1962), El grito de Oriente (1965), por el que obtuvo el Premio Nacional de Literatura, y La negritud (1971). Actualmente, además de sus colaboraciones en El Cultural y El Imparcial, es articulista en el diario El Mundo.





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