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sábado, 11 de abril de 2020

[A VUELAPLUMA] De frente



Napalm. Vietnam, 1972


Tanto mirar por la ventana, y resulta que no queremos ver la muerte. Las miradas tan sensibles de hoy nos habrían impedido ver a la niña víctima del napalm en Vietnam, pero a la muerte hay que mirarle de frente y sin tapujos, comenta en el A vuelapluma de hoy [Mirones y cobardes. El País, 10/4/2020] la escritora y periodista Berna González-Harbour.

En Postguerra, -comienza diciendo González-Harbour- un libro monumental, rotundo, creciente en el tiempo y equivalente a una Novena sinfonía de Beethoven si cupiera ese trasvase entre artes, Tony Judt relata cómo los alemanes volvían la espalda a la pantalla cuando en los cines les obligaban a ver imágenes de las víctimas del nazismo. Reían incluso con esa risa nerviosa de quien no sabe cómo reaccionar. Habían pasado ya muchos años desde el fin de la guerra y buena parte de Alemania aún no quería ver los campos de concentración, que era como ver su consentimiento, su inacción.

La digestión de las tragedias lleva tiempo y lleva distancia, tanta como para mirarlo sin quemarse en el fuego ya apagado, pero no tanta como para vivirlo como algo ajeno. También la Guerra Civil española requirió décadas y generaciones para llegar a una aproximación colectiva más extensa, aunque nunca suficientemente compartida. Soldados de Salamina, de Javier Cercas, ejemplificó ese interés de los nietos por acercarse a lo que tantos padres habían eludido, por dolor, por miedo o por indigestión. Los girasoles ciegos de Alberto Méndez acompañó esa etapa, como la recuperación y el éxito de las obras de Chaves Nogales o Arturo Barea tantas décadas después de su escritura, como la de tantas obras de víctimas del Holocausto. La incapacidad de mirar de frente la tragedia.

Salvando todas las distancias que guardan una dictadura o una guerra con una pandemia, empezamos a padecer el mismo síndrome: no queremos ver la muerte, mirarla a los ojos. Una fotografía divulgada estos días de los ataúdes sobre la pista de hielo en la que hemos patinado con nuestros hijos generó estos días un diluvio de críticas acaso comprensible en un mundo que se ha acostumbrado a los ataques con drones sin que veamos a quién le cae la bomba, pero incomprensible en una sociedad adulta. Los líderes terroristas ahora caen por un misil lanzado desde un lugar a salvo, como los refugiados de hoy pueden desfallecer en un barco a metros de un país cuyos líderes ganan votos insultándolos sin mirarlos.

Pero hay que mirarlo de frente, sin reparo. Hay que saber por qué los sanitarios pueden quedar muertos, exhaustos o traumatizados. Por qué decenas de miles, acaso cientos de miles de seres queridos de los fallecidos, van a lamentar no haberles abrazado una última vez. Por qué nuestro mundo occidental perfecto y seguro no lo era tanto. Hay que mirar a la muerte ocasionada en una boda por un dron fallido, como hay que mirar esos ataúdes que se alinean sobre hielo antes de optar por violar el estado de alarma para ir a la casita de campo.

Las miradas tan sensibles de hoy nos habrían impedido ver a la niña vietnamita desnuda en la carretera tras el ataque de napalm. Hasta Facebook la habría censurado. Pero hay que mirar a la muerte. A ver si tanto asomarnos a la ventana a ver perritos o a la pantalla a ver las aceitunas de los amigos nos impide ver la realidad. A ver si somos mirones, y además cobardes".

A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. 





La reproducción de artículos firmados en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




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jueves, 5 de marzo de 2020

[A VUELAPLUMA] Todo pasará



Campamento de refugiados en la frontera turca. Getty Images


"Aparece la primera noticia sobre un nuevo virus -afirma el escritor Enric González ("La muerte, modo de empleo". El País, 1/3/2020) en el A vuelapluma de hoy-. La noticia causa alarma. La alarma agranda los titulares, lo cual agudiza la alarma. Caen las Bolsas. La actividad internacional se altera. El virus monopoliza los medios. Se difunden crónicas y artículos que relativizan el peligro. Otras piezas rebaten la relativización. Las redes, donde conviven las basurillas irrelevantes y la basurilla más influyente del planeta (la cuenta en Twitter de Donald Trump, por ejemplo), se inflaman. Se actualiza minuto a minuto el número de infecciones y de víctimas mortales. Se multiplican los errores, las cuarentenas, las precauciones útiles y las absurdas. Se suspenden algunos grandes acontecimientos y se mantienen otros. La humanidad permanece en vilo.

Aún no sabemos cómo terminará el asunto. Tal vez se consiga erradicar el virus. O tal vez no, y tendremos que convivir con un nuevo tipo de gripe. Quizá un poco más dañina que la tradicional, con seguridad mucho menos letal que la llamada “gripe española”, un virus que irrumpió en 1918, mató a unos 40 millones de personas y desapareció (por causas inciertas) en 1920.

Sí sabemos algo con absoluta certeza: la alarma pasará. Ocurra lo que ocurra. No hay noticias ni tragedias que soporten el paso del tiempo. Incluso lo más atroz se olvida o se asimila. Una tragedia como el sida, en su momento muchísimo más peligrosa que el coronavirus, no comportó cierre de fronteras ni precauciones públicas. Al principio era denominado “cáncer gay”, y recuerdo muy bien que en las redacciones de la época se ironizaba sobre el asunto. Era un problema de “ellos”. Un repaso de las hemerotecas resulta a la vez deprimente y estimulante: parece que ya no somos tan idiotas como antes, al menos en cuestiones sexuales.

Pero hay cosas inmutables. Como la esencia perecedera de las alarmas, las reservas limitadas de compasión y la facilidad con que minimizamos una tragedia cuando afecta a “ellos”, no a “nosotros”. En lo que atañe a la información y al estado de ánimo de esa cosa abstracta que denominamos “opinión pública”, la muerte tiene un modo de empleo muy concreto.

No creo que hayamos olvidado la guerra de Siria, que dura ya nueve años. Hacia 2012 había titulares sobre el riesgo de una extensión del conflicto o, ya puestos, sobre su transformación en una guerra mundial. Hablábamos mucho del tema. El fervor que le dedicábamos decayó hasta que nos llegó la ola expansiva, en forma de refugiados e inmigrantes. Salvo por eso, lo que ocurre en Siria ha dejado de interesarnos.

Sin embargo, la guerra no ha terminado. Y mantiene su dimensión internacional. La aviación rusa destruye estos días Idlib, el último gran reducto de la oposición a Bachar el Asad, y las fuerzas del dictador preparan el último asalto. Casi un millón de personas, según la ONU, buscan refugio. De un lado les cierran el camino las tropas del régimen; del otro lado tienen el muro de las tropas turcas, que, entre otros objetivos estratégicos relacionados con los kurdos, tienen orden de impedirles el paso: Turquía ha recibido ya casi cuatro millones de refugiados por el conflicto.

Aquello es el horror. Pero ya no nos interesa. Como siempre, hay muertos que cuentan y muertos que no. De hecho, a esa gente la dimos por amortizada hace tiempo. ¿Qué hacen sufriendo todavía?".

A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. 





La reproducción de artículos firmados en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




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sábado, 7 de noviembre de 2015

[Un clásico de vez en cuando] Hoy, "Lisístrata", de Aristófanes






Les pido disculpas por mi insistencia en mencionar de nuevo a los clásicos, de manera especial, a los griegos. Me gusta decir que casi todo lo importante que se ha escrito o dicho después de ellos es una mera paráfrasis de lo que ellos dijeron mucho mejor. Con toda seguridad es exagerado por mi parte, pero es así como lo siento. Deformación profesional como estudioso de la Historia y amante apasionado de una época y unos hombres que pusieron los cimientos de eso que llamamos Occidente.

Pero no siempre vamos a estar citando a los grandes clásicos griegos de la tragedia, la filosofía o la ciencia. También, de vez en cuando, podemos deleitarnos con sus comedias. Por ejemplo, con esta que traigo hoy hasta el blog. La famosísima, divertida y atrevida comedia de Aristófanes titulada "Lisístrata".

El argumento de "Lisístrata" no puede ser más sencillo. Se lo intento resumir: Atenas está en un momento álgido de su permanente guerra con Esparta, la Guerra del Peloponeso. Lisístrata es una decidida matrona ateniense harta de que su marido se pase la vida en la guerra desatendiendo a su familia y sus quehaceres ordinarios. Así pues, un día, convence a un numeroso grupo de mujeres atenienses para ocupar la acrópolis de la ciudad, en la que se guarda el tesoro de la misma, y declararse en huelga de muslos cerrados hasta que sus hombres hagan la paz con los espartanos y vuelvan a sus casas y sus quehaceres cotidianos. 

La medida no solo es secundada por las mujeres atenienses, sino que llega a oídos de las mujeres espartanas, que hartas también de la guerra de sus maridos, deciden secundarla uniéndose a una huelga general sexual que deja a sus hombres absolutamente al pairo. Ni que decir tiene que la medida tiene un éxito fulminante, ya que, a la obligada abstinencia sexual de los guerreros se une la imposibilidad de acceder a la acrópolis y disponer del dinero para la guerra. La paz entre Esparta y Atenas se consolida y todos brindan finalmente por la "reconciliación" y vuelven alegres a sus "quehaceres"...

"Lisístrata" fue representada por primera vez en el 411 a. C., y desde entonces se ha convertido en un símbolo del esfuerzo organizado de las mujeres en favor de la paz. Por ello, se usó su nombre para el "Lysistrata Project" (Proyecto Lisístrata), un acto teatral que se efectuó en el 2003 de manera simultánea en más de cuarenta y dos países en favor de la paz. Ese día miles de personas participaron en aproximadamente 700 lecturas dramatizadas de la obra, que se realizaron a beneficio de organizaciones sin fines de lucro, que trabajan por la paz y ofrecen ayuda humanitaria.

Aristófanes (444-385 a.C.) vivió durante la Guerra del Peloponeso, época que coincide con el esplendor del imperio ateniense y su posterior derrota a manos de Esparta. Leyendo a Aristófanes es posible hacerse una idea de las intensas discusiones ideológicas, políticas, filosóficas, económicas y literarias, de la Atenas de aquella época.

Su postura conservadora le llevó a defender la validez de los tradicionales mitos religiosos y se mostró reacio ante cualquier nueva doctrina filosófica. Especialmente conocida es su animadversión hacia Sócrates, a quien en su comedia "Las nubes" presenta como un demagogo dedicado a inculcar todo tipo de insensateces en las mentes de los jóvenes. En el terreno artístico tampoco se caracterizó por una actitud innovadora; consideraba el teatro de Eurípides como una degradación del teatro clásico.

Pese a ello, sus comedias son de un gran interés histórico, además de su valor literario, pues gracias a las mismas se puede conocer la vida cotidiana de los atenienses. El autor protestó con frecuencia contra la guerra. Tanto en "Lisístrata", como en "Los acarnienses" y "La paz", Aristófanes defendió las soluciones pacíficas contra los demagogos que impulsaban al pueblo a la guerra. 

En el vídeo de más abajo pueden ustedes disfrutar de la representación de "Lisístrata" llevada a cabo por la Compañía Timbre 4, de Ciudad de México, o hacerlo desde este enlace.

Y ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν", nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt








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