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martes, 8 de noviembre de 2022

[ARCHIVO DEL BLOG] Negro y blanco: Elecciones en USA. [Publicada el 26/06/2008]




Jesse Jackson


Mediado el larguísimo proceso electoral de las primarias norteamericanas para la designación de candidatos a la presidencia de la república, corrió un chiste por los mentideros políticos estadounidenses que decía que el reverendo Jesse Jackson, influyente líder negro del partido demócrata, y pastor protestante, había interpelado a Dios para sondearle sobre las posibilidades de que uno de los dos candidatos demócratas llegara a la presidencia. Al parecer, el reverendo Jackson le preguntó a Dios que si una mujer,  Hillary Clinton, podría llegar a presidenta... La respuesta de Dios, no excesivamente sibilina, fue: "Eso no lo verás tú"... Fue entonces cuando de nuevo Jackson interpeló a Dios, preguntándole que si podría llegar a ser presidente un negro,  Barack Obama. Y la respuesta de Dios fue lapidaria: "Eso no lo veré yo"... Como no creo en Dios, espero que no tenga razón... Aunque por lo que cuenta el profesor y sociólogo de la Universidad Complutense de Madrid, Enrique Gil Calvo, en El País de hoy, parece que muchos más norteamericanos de lo que sería razonable comparten la opinión de Dios... HArendt




Barack Obama




"El tío Tom ante la Casa Blanca", por Enrique Gil Calvo

Puede un negro estadounidense blanquearse lo suficiente para dar el salto desde la cabaña del tío Tom hasta la Casa Blanca? Esa celebérrima novela (Uncle Tom's Cabin, publicada por Harriet Beecher Stowe en 1852), el libro más vendido del siglo XIX tras la Biblia, representó en su momento el principal manifiesto abolicionista de la esclavitud, a la que contribuyó a erradicar tras la victoria federal en la Guerra Civil. Pero un siglo después, bajo el influjo de la lucha emancipatoria emprendida por el movimiento de los derechos civiles, pasó a simbolizar la domesticación cultural de los afroamericanos, como antiguos esclavos que asumen con docilidad su segregación racial impuesta por la hegemonía de la dominación wasp (blanca, anglosajona y protestante). Una sumisión jerárquica que este mismo año podría pasar a la historia, si Barack Obama es elegido presidente de Estados Unidos.

¿Qué esperanzas cabe albergar acerca de la posible realización de lo que indudablemente sería una conquista histórica, no sólo para los afroamericanos y el conjunto de los estadounidenses sino para toda la humanidad, dada la posición preeminente que ocupan éstos a la cabeza de la sociedad mundial? No demasiadas, aunque haberlas, haylas. La balanza de posibilidades es difícil de calcular, pues los comicios de noviembre cerrarán una campaña que se juega a la vez en varios tableros múltiples, y en la que todo puede pasar. Si estuviéramos tan sólo ante una contienda electoral, a resolver en clave exclusivamente política, la balanza se inclinaría probablemente del lado demócrata por múltiples razones: fracaso absoluto de la Administración Bush en todas sus aventuras imperiales, aguda crisis financiera, hipotecaria y económica, agravamiento de las desigualdades sociales con fuerte empobrecimiento relativo de las clases medias, agotamiento del ciclo político republicano con descrédito de la revolución neoconservadora, mayoría de edad de una nueva generación post-baby-boomer inmersa desde su infancia en la revolución cybercultural...

La comparación entre los candidatos, esencial en un sistema presidencialista muy personalizado, y todavía más en una democracia mediática donde se compite por la imagen y la reputación, ofrece mayor equilibrio, aunque también podría favorecer al demócrata. El senador McCain es demasiado mayor, y su carácter conservador forjado en su historial militar, aunque afín al patriotismo castrense de los estadounidenses, resulta excesivamente continuista respecto al imperialismo de Bush, que ya ha sido aborrecido por la mayoría del electorado. En cambio, el senador Obama ha adquirido el carisma del joven héroe redentor destinado a conducir al pueblo a una futura tierra de promisión, de acuerdo con el espíritu de frontera que anima al progresismo estadounidense con su cultura del cambio innovador. Es verdad que también parece demasiado liviano, vaporoso e inexperto, como un cruce de Fred Astaire y el flautista de Hamelin en versión hip hop: yes, we can. Pero a cambio ha demostrado su predestinación para el éxito, al vencer contra pronóstico en inferioridad de condiciones a la todopoderosa pareja Clinton que partía de favorita en las primarias, reviviendo así la gesta bíblica de David contra Goliat. Y si pudo contra Bill y Hilary, bien podrá quizá contra Bush y McCain.

Pero si bien la balanza política y mediática parece inclinarse a favor de Obama, no sucede lo mismo con la balanza social. Estos comicios presidenciales no van a parecerse a los precedentes, pues no se van a ventilar como una mera competición electoral entre republicanos y demócratas. Por el contrario, todo indica que se van a entablar como una abierta guerra cultural entre los varones blancos dominantes que detentan la hegemonía y una coalición de minorías excluidas (afroamericanos, mujeres, hispanos, etcétera) que reclaman su turno de acceso al poder, bajo el liderazgo del primer candidato negro que aspira a la presidencia de Estados Unidos. Algo excepcional e insólito, pues ocurre por primera vez en la historia, imponiendo al modelo americano una suerte de estado de excepción. Y esto encierra una paradoja, pues es algo que sólo podría suceder en Estados Unidos, de acuerdo con la ideología del American dream, pero a la vez resulta muy difícil que ocurra allí, pues la estructura social estadounidense, caracterizada por la persistente segregación de los afroamericanos, lo hace imposible.

En efecto, el estadounidense es el único sistema político en el que todo ciudadano de cualquier origen social puede llegar a ser presidente, según reza el eslogan del sueño americano. Y esto es así porque desde un comienzo Estados Unidos es el paraíso de la emigración, dada su gran capacidad de acogida y asimilación de sucesivas oleadas de inmigrantes procedentes de todos los puntos cardinales: primero escoceses e irlandeses, después germanos y escandinavos, luego polacos e italianos, más tarde turcos y árabes, y hoy por fin asiáticos e hispanos. Gentes heterogéneas de cualquier raza y religión que, atraídos por el imán de la Estatua de la Libertad (como el armenio protagonista del filme de Kazan América, América), comienzan trabajando en la base de la pirámide laboral para ir ascendiendo socialmente generación tras generación, hasta integrar-se en las amplias clases medias con lo que dejan libre un hueco vacío al pie de la escala social que pronto es rellenado por nuevas oleadas de inmigrantes foráneos.

Es el conocido melting pot, característico de una sociedad abierta donde todos pueden integrarse a través del mercado de trabajo con amplia igualdad de oportunidades, elevada movilidad social y altos niveles de exogamia (matrimonios mixtos): variable esta última que actúa como el mejor test de integración social en el american way of life. Pero no sin excepciones, pues hay dos grupos étnicos excluidos de este paraíso de la inmigración: son los nativos autóctonos, demográficamente irrelevantes a causa del genocidio que padecieron, y los afroamericanos descendientes de esclavos, que no llegaron como emigrantes libres sino como trabajadores forzosos. Y esa lacra histórica heredada de la esclavitud no ha sido superada todavía, perviviendo intacta en la memoria colectiva. De ahí la persistencia de una latente segregación racial que encierra a los afroamericanos en sus ghettos endogámicos, sin que haya podido ser corregida por unas políticas de integración escolar en gran medida fallidas a causa de la segregación residencial y matrimonial, como prueba la ausencia de exogamia.

¿Podrá Barack Obama romper este muro endogámico cruzando la barrera de la segregación racial? Es posible que lo consiga, pues en su persona coinciden dos características extraordinarias que no se dan en los demás afroamericanos. Ante todo, él sí es fruto de la exogamia, pues procede de un matrimonio mixto entre mujer blanca y varón negro. Y además, no es descendiente de esclavos, pues su padre fue un africano (keniano) que emigró libremente a Estados Unidos. De ahí que esté en las mejores condiciones para cumplir por fin el sueño americano, superando la última frontera racial heredada de la esclavitud para unir a todos los estadounidenses de cualquier color en una sola comunidad cívica, tal como él mismo reclamó en su discurso de ruptura con el racista reverendo Wright. Pero para eso habrá de lograr que la mayoría de sus conciudadanos tanto negros como blancos le conduzcan en volandas desde la cabaña del tío Tom hasta la Casa Blanca. (El País, 26/06/08)



Hillary Clinton





jueves, 6 de febrero de 2020

[ARCHIVO DEL BLOG] Los jueces del Supremo. (Publicada el 19 de julio de 2009)



La jueza Sonia Sotomayor


Sonia Sotomayor, 54 años, portorriqueña, criada en el Bronx neoyorquino, divorciada, sin hijos, estudiante de Leyes en las universidades de Princeton y Yale, Jueza de Apelaciones en el Segundo Circuito Federal de los Estados Unidos, salvado el trámite de la Comisión del Senado y a la espera de la votación final del pleno de la Cámara Alta norteamericana, está ya a punto de ser la primera mujer de origen hispano en sentarse en el más exclusivo de los ámbitos judiciales del mundo: la Corte Suprema de los Estados Unidos de América, junto a los otros ocho miembros que, de por vida, y "mientras observen buena conducta" (art. III, Sección I, de la Constitución de los Estados Unidos), componen dicho Tribunal.

Una noticia de El País, firmada por la periodista Yolanda Monge: "Sotomayor avanza hacia el Supremo de EE. UU.", y publicada el 14 de julio pasado, dejaba constancia del "estado de la cuestión" en ese preciso momento del proceso de designación. Otro artículo, el día 9, del catedrático de Derecho Civil de la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona, Pablo Salvador Coderch: "Gerontocracia judicial en Estados Unidos", ilustraba algunas de las las características que convierten en algo más que peculiar a ese Tribunal y a sus miembros. Pueden leerlos más adelante, y espero que los disfruten.

Si hay algo que caracteriza al sistema político norteamericano no es la estructura federal del poder, el presidencialismo, la estricta división de poderes, la libertad religiosa, o el derecho de los ciudadanos a portar armas. No, la característica más peculiar de dicho sistema es la instauración por vez primera en la historia de la facultad de revisión por el Poder Judicial (La Corte Suprema) de todos los actos y leyes contrarios a la Constitución. Era algo que estaba latente en la Constitución (nada dice sobre ello su artículo III, Sección II) aunque ya se proponía en "El Federalista" (Fondo de Cultura Económica, México, 1994). Lo hacía Alexander Hamilton, uno de sus primeros comentaristas y promotores, en su famoso artículo LXXVIII, escrito en abril de 1788. al decir que "no hay proposición que se apoye sobre principios más claros que la que afirma que todo acto de una autoridad delegada, contrario a los términos del mandato con arreglo al cual se ejerce, es nulo. Por lo tanto, -añade-, ningún acto legislativo contrario a la Constitución puede ser válido. Negar esto, afirma Hamilton, equivaldría a afirmar que el mandatario es superior al mandante, que el servidor es más que su amo, que los representantes del pueblo son superiores al pueblo mismo y que los hombres que obran en virtud de determinados poderes puden hacer no sólo lo que éstos no permiten, sino incluso lo que prohiben".

Por favor, no hagan comparaciones con el comportamiento de nuestros políticos, pues no era mi intención fastidiarles el domingo. Pero volviendo al tema que nos ocupa, sólo hacía falta que un jurista del prestigio del Juez Marshall, presidente de la Corte Suprema de 1801 a 1835, lo desarrollara y aplicara en el famoso caso "Marbury versus Madison", para que la "judicial review" se convirtiera en el rasgo más distintivo del sistema constitucional norteamericano. Buena tarde de domingo. HArendt



Los jueces de la Corte Suprema de los Estados Unidos



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jueves, 3 de octubre de 2019

[ARCHIVO DEL BLOG] Hoy comienza el siglo XXI (Publicada el 20/1/2009)



Barack H. Obama


Hoy, a media tarde hora canaria (mediodía en Washington), Barack Husein Obama tomará posesión de su cargo como 44 presidente de los Estados Unidos de América. Mañana, justamente a esa misma hora, hará cuarenta y ocho años que me encontraba yo sentado sobre la alfombra de la sala de estar de la casa de mis padres, en Madrid, esperando la retransmisión por Eurovisión de la toma de posesión de John Fitzgerald Kennedy como 35 presidente de los Estados Unidos de América.

Yo tenía en ese momento 14 años. Estudiaba el bachillerato en el Colegio "Infanta María Teresa", de Madrid; un colegio para huérfanos e hijos de guardias civiles, adscrito al Instituto "Ramiro de Máeztu". A mi manera, había participado activamente en la campaña que enfrentó a Kennedy y Nixon, gracias a las relaciones que el beísbol facilitaba entre los niños españoles y norteamericanos que vivían en el Distrito de Chamartín, donde residían buena parte de las familias de los soldados desplazados en la cercana base aérea de Torrejón de Ardoz. Y gracias también, a la revista LIFE en español, de la que mi padre era suscriptor, y que recibía directamente desde México, que me había dado pormenorizada cuenta de los detalles y vicisitudes de la enconada campaña electoral y su ajustado resultado final.

Kennedy era una especie de dios reencarnado para mí -creo que mi afición e interés por la política viene de esa fecha, momento en el cual, en mi ingenuidad, me veía como futuro senador de unos futuros Estados Unidos de Europa-, y gocé muchísimo con la retransmisión y el emocionante discurso que pronunció en su toma de posesión, que pueden ver aquí (en español), y que constituye una pieza histórica de la oratoria política contemporánea y de todos los tiempos, citada, copiada e imitada hasta el hastío. Su asesinato, y la impresión que causó en mi, que ya he relatado con detalle en este mismo blog, es el acontecimiento histórico que de forma más vívida permanece grabado en mi memoria.

Dice el periodista Francisco G. Basterra en El País del pasado día 17 ("72 horas para iniciar el siglo"), que hoy comienza el siglo XXI... Quizá sea pronto para aventurar tal conclusión, pero es, desde luego un día histórico; no sólo por lo que representa la llegada de un hombre de color, un negro, a la presidencia de los Estados Unidos, sino más bien, y sobre todo, por la enorme esperanza que su elección ha representado para buena parte de sus contemporáneos, norteamericanos y no norteamericanos, y que puede ser infundada o no, pero que es real. Su discurso de hoy, dentro de unas horas, en su toma de posesión, será leído, oído y mirado con lupa. Y es posible que sí, que en ese momento, comience por fin el siglo XXI. Espero verlo, pero por un "si acaso...", he dejado preparada la grabación del acto en el canal de CNN+... HArendt



John F. Kennedy


"72 horas para iniciar el siglo", por Francisco G. Basterra

Apelamos como seres humanos a otros seres humanos. Recordad vuestra humanidad y olvidad todo lo demás. Si podéis actuar de esta manera, el camino está abierto para una nueva sociedad. Si no es así, afrontáis el riesgo de la muerte universal. (Bertrand Russell)

Sólo 72 horas antes de que Obama se convierta en el 44º presidente de Estados Unidos, parece sugerente la idea de que el martes, en la escalinata del Capitolio en Washington, comenzará de verdad el siglo XXI. Hasta ahora habíamos considerado que el actual siglo se inició con la caída del muro de Berlín, como el siglo XIX concluía con la Gran Guerra. Tomo prestada la idea de E. J. Dionne Jr., columnista del Washington Post. La inmensa expectación global provocada por la llegada del primer presidente negro a la Casa Blanca, el calamitoso estado de la economía mundial y el ascenso de otros poderes globales que limitan la hegemonía norteamericana, darían así paso al siglo XXI. Que no será solamente, como parecía predestinado, el siglo americano. Todo apunta a que el mundo necesita, y confía, en un nuevo comienzo: político, económico, medioambiental, cultural. Por lo tanto, deberemos prestar mucha atención a las seis de la tarde del martes (hora española) a las palabras que pronuncie el nuevo presidente, cuando con la mano izquierda sobre la Biblia de Lincoln y la derecha levantada, preste juramento. "Yo, Barack Husein Obama, juro observar y hacer cumplir la Constitución de los Estados Unidos de América". La inmediatez electrónica: televisiones e Internet, otro símbolo de la nueva era, permitirán a la humanidad conectada vivir este comienzo al instante. Sí, Husein, un nombre musulmán de un no musulmán. Obama ha asegurado que, como es tradición, utilizará sus dos nombres, porque "el mundo está preparado para este mensaje". El nuevo presidente ha explicado que su toma de posesión es una magnífica oportunidad para recuperar la imagen de América en el mundo y, en particular, en el mundo musulmán. Probablemente uno de los grandes retos de su presidencia va a ser reinventar esa relación, hoy totalmente atascada. Como escribe el sociólogo Jean Ziegler en su reciente libro, La haine de l'Occident (Albin Michel), localizar las raíces del odio que el Sur manifiesta hacia Occidente, y reflexionar sobre los medios para extirparlo, se ha convertido en una cuestión de vida o muerte para millones de seres en todo el mundo. Obama, en su audacia medida, rasgo clave de su no ideología, dejó por escrito en la revista Foreign Affairs, que "el combate contra los profetas del islam requerirá más que lecciones de democracia. Necesitamos profundizar nuestro conocimiento en las circunstancias y creencias que sostienen su extremismo". No sabemos si esta afirmación, políticamente incorrecta hasta ahora en EE UU, será o no traducida a los hechos por la nueva secretaria de Estado, Hillary Clinton, y su equipo de asesores provenientes de la época de la presidencia de su marido. Casi todo el gabinete de Obama es políticamente predecible en economía y seguridad nacional. En lo que se refiere al dinero son los mismos que nos han llevado al actual desastre. ¿Es posible hacer nuevas políticas con viejos actores? De momento, el cambio es Obama. No hay un monumento en Washington que represente mejor la cualidad imperial de la ciudad que el Lincoln Memorial. La otra noche, impresiona más en las horas nocturnas, los Obama, con sus dos hijas, Malia y Sasha, acudieron a este lugar y bajo la monumental estatua de mármol del presidente que abolió la esclavitud, leyeron el famoso Discurso de Gettysburg, cincelado en las paredes, y que se estudia en las escuelas de todo el país. Contemplaron durante unos minutos el inmenso parque rectangular del Mall con el Capitolio al fondo. Una visita simbólica. Lincoln es uno de los presidentes, junto con Franklin Roosevelt y Jack Kennedy, que inspiran a Obama. También al joven de 27 años que está escribiendo el discurso del martes, el más importante de la vida de Barack. Marcará el tono de la nueva época y tiene como objetivo estimular, lograr la confianza de los estadounidenses para iniciar la recuperación moral y económica del país. Jon Favreau recibió hace un mes, en Chicago, el encargo del presidente electo para un discurso no más largo de 15 o 20 minutos, centrado en la idea de que Estados Unidos se fundó sobre ciertos ideales que es necesario recuperar. Hará frío el martes en Washington: se esperan 5 grados bajo cero. John Kennedy, a 7 bajo cero, se quitó el abrigo para pronunciar su discurso inaugural y demostrar su vigor juvenil frente al saliente Eisenhower. Precavido, debajo de la camisa llevaba una camiseta térmica. Temperaturas de 20 bajo cero obligaron en 1985 a Ronald Reagan a tomar posesión a cubierto en el interior del Capitolio. Peor fue en 1841, cuando William Harrison tras un discurso de dos horas bajo un frío intenso pilló una pulmonía que un mes después le llevó a la tumba. Este año la temperatura emocional provocada por la Obamanía, y no sólo en Washington, también en la descreída Europa, es muy superior a la temperatura ambiente. Obama es portador de la esperanza de todo el planeta.



Capitolio de los Estados Unidos de América, Washington, D.C.


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sábado, 27 de enero de 2018

[A VUELAPLUMA] El feminismo de las francesas





A Simone de Beauvoir le sorprendieron, ya en 1947, las profundas diferencias que existen entre Estados Unidos y Francia en las relaciones de hombres y mujeres. La cultura francesa, comenta en El País Agnès Poirier, escritora y comentarista política, y autora del libro Left Bank, Arts, Passion and the Rebirth of Paris 1940-1950, de próxima publicación, considera que la seducción es un juego inocuo y agradable.

Igual que los estadounidenses sienten desde hace mucho tiempo cierta fascinación por las francesas y sus actitudes respecto al amor y el sexo, comienza diciendo Poirier, los franceses se han sentido siempre intrigados por las opiniones de los estadounidenses sobre el sexo, las normas sexuales y las relaciones entre hombres y mujeres. Un ejemplo fue Simone de Beauvoir.

En América día a día, que escribió cuando vivió en Estados Unidos en 1947, la autora observaba a sus homólogas estadounidenses con una perplejidad que todavía hoy caracteriza las relaciones entre las mujeres de los dos países. “La mujer americana es un mito”, escribió. “Se la suele considerar una mantis religiosa que devora al varón. La comparación es acertada, pero incompleta”.

En Estados Unidos, Beauvoir tuvo la sensación de que existía una especie de muro invisible entre hombres y mujeres que, en su opinión, no existía en Francia. La forma de vestirse de las estadounidenses, escribió, era “violentamente femenina, casi sexual”. Hablaban de los hombres sin ocultar su animosidad: “Una noche me invitaron a una cena solo de chicas: por primera vez en mi vida no sentí que era una cena de mujeres, sino una cena sin hombres”. Las estadounidenses “no sienten sino desprecio por las francesas, siempre demasiado dispuestas a agradar a sus hombres y demasiado complacientes con sus caprichos, y muchas veces tienen razón, pero la ansiedad con la que se aferran a su pedestal moral es una debilidad”.

Simone de Beauvoir escribiría posteriormente la biblia del feminismo del siglo XX, El segundo sexo, y sus textos, junto con su rica vida amorosa (que incluyó relaciones con alumnos suyos, tanto hombres como mujeres), siguen inspirando hoy las opiniones de las feministas francesas.

Se han sentido ecos de Beauvoir estos días, en la carta abierta publicada en Le Monde y firmada por un centenar de mujeres francesas muy conocidas, entre ellas la actriz Catherine Deneuve y la escritora Catherine Millet, que reclama una actitud más matizada ante el acoso sexual que la que propone la campaña de #MeToo.

“Se quiere acabar con toda la ambigüedad y todo el encanto de las relaciones entre hombres y mujeres”, explicó en la BBC una de las firmantes, la escritora Anne-Elisabeth Moutet. “Nosotras somos francesas y creemos en las zonas grises. Estados Unidos es distinto. Para ellos, todo es blanco y negro, y hacen ordenadores estupendos. Nosotras creemos que las relaciones humanas no se pueden abordar así”. Moutet dice cosas parecidas a las que decía Beauvoir: “En Estados Unidos, el amor se menciona casi exclusivamente en términos higiénicos. La sensualidad solo se acepta de forma racional, que es otra manera de rechazarla”.

En Francia, el escándalo de Harvey Weinstein ha causado tanta impresión como en Estados Unidos, pero de distinta forma. Al principio, muchas actrices francesas —Léa Seydoux, por ejemplo— empezaron a contar públicamente sus historias personales. Poco después de que naciera la campaña de #MeToo surgió un equivalente francés, #BalanceTonPorc (Denuncia a tu cerdo), que se hizo muy popular. Mujeres de todos los orígenes y todos los ámbitos profesionales empezaron a denunciar en Twitter a los depredadores sexuales, a publicar los nombres de antiguos jefes o colegas que presuntamente las habían acosado. El resultado fue una ola de suspensiones y despidos.

Hasta que, unas semanas después, la actitud de Francia empezó a cambiar. Los intelectuales empezaron a expresar su preocupación porque las denuncias estaban yendo demasiado lejos. Catherine Deneuve, en una entrevista televisada, declaró: “No voy a defender a Harvey Weinstein, desde luego. Nunca me gustó. Siempre me pareció que tenía algo inquietante”. Sin embargo, dijo que le parecía estremecedor “lo que está pasando en las redes sociales. Es excesivo”. Y no era la única.

Las recientes exhibiciones de solidaridad entre las mujeres estadounidenses, en la portada de Time y en la ceremonia de los Globos de Oro —donde aparecieron vestidas de negro y con los broches de Time’s Up—, tenían algo que pareció provocar la irritación en Francia. En la carta de hace unos días, las firmantes dicen que les preocupa que se haya puesto en marcha la “policía del pensamiento” y que cualquiera que exprese su desacuerdo sea tachado de cómplice y traidor. Señalan que las mujeres no son niñas a las que se deba proteger. Y añaden algo más: “No nos reconocemos en este feminismo que incluye el odio a los hombres y a la sexualidad”.

Aunque sea un cliché, nuestra cultura, para bien o para mal, considera que la seducción es un juego inocuo y agradable, que se remonta a los tiempos del “amor cortés” medieval. Por eso siempre ha habido una especie de armonía entre los sexos que es particularmente francesa. Eso no significa que en Francia no haya sexismo; por supuesto que sí. Tampoco significa que no critiquemos las acciones de hombres como Weinstein. Lo que pasa es que desconfiamos de cualquier cosa que pueda alterar esa armonía.

En los últimos 20 años, aproximadamente, ha surgido un nuevo feminismo francés, importado de Estados Unidos, que ha adoptado esa paranoia antimasculina que describía Beauvoir y que nos es bastante ajena. Se ha apoderado de #MeToo en Francia y se ha manifestado ruidosamente contra la carta encabezada por Deneuve. Hoy, las mujeres francesas también tienen las cenas “de chicas” que le resultaban tan extrañas a Simone de Beauvoir.

Cuando se publicó América día a día, las estadounidenses se indignaron. La novelista Mary McCarthy no soportó el libro. “Mademoiselle Gulliver en América”, escribió, “que baja del avión como si fuera una nave espacial, dotada de unos anteojos metafóricos, deseosa, como una niña, de probar los deliciosos caramelos de esta civilización lunar tan materialista”.

En muchos aspectos, era fácil reírse de Simone de Beauvoir: tenía un estilo directo, autoritario, confiado, que quizá parecía arrogante a los lectores poco acostumbrados. Pero la reacción epidérmica en Estados Unidos, entonces y ahora, pone quizá de relieve lo acertado de la crítica francesa. Para muchas de nosotras, las palabras de Simone de Beauvoir podrían haberse escrito ayer mismo: “En Estados Unidos, las relaciones entre los hombres y las mujeres son de guerra permanente. Es como si, en realidad, no se gustaran. Como si fuera imposible la amistad entre ellos. Se nota la desconfianza mutua, la falta de generosidad. Su relación, muchas veces, consiste en pequeños agravios, pequeñas disputas, breves victorias”.



Dibujo de Enrique Flores para El País


Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: vámonos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt






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jueves, 29 de junio de 2017

[A vuelapluma] El hundimiento del Estado





Me resulta imposible de aceptar que alguno de los amables lectores de Desde el trópico de Cáncer desconozca a esta alturas quien es Paul Krugman (1953), economista, ilustrado polemista, profesor de Economía y Asuntos Internacionales en la Universidad de Princeton, profesor centenario en Escuela de Economía y Ciencia Política de Londres, académico distinguido de la unidad de estudios de ingresos Luxembourg en el Centro de Graduados de CUNY, y columnista op-ed del periódico New York Times.  Fuerte crítico de la doctrina neoliberal y del monetarismo, fue en su momento un feroz opositor de las políticas económicas de la administración del presidente Bush. Ganó el Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales en el año 2004 y el Premio Nobel de Economía en 2008 por sus contribuciones a la Nueva Teoría del Comercio y la Nueva Geografía Económica. Según el Comité que otorga el galardón, el premio fue entregado por el trabajo en donde Krugman explica los patrones del comercio internacional y la concentración geográfica de la riqueza, mediante el examen de los efectos de las economías de escala y de preferencias de los consumidores de bienes y servicios diversos.

Hace unas semanas escribía en El País sobre el hundimiento del EstadoTras la sorpresa de la victoria electoral de Donald Trump, comienza diciendo, mucha gente de derechas e incluso de centro intentó razonar que realmente no sería tan malo. Cada vez que mostraba un ápice de autocontrol —aunque no equivaliese a más que leer su guion sin improvisaciones o dejar el Twitter un día o dos— los analistas se apresuraban a declarar que sencillamente se había “hecho presidente”.

¿Pero podemos admitir ahora que verdaderamente es tan malo como habían predicho sus críticos más duros, o incluso peor?, se pregunta. Y no es solo su desprecio por el Estado de Derecho, que tan claramente puso de manifiesto la declaración de James Comey: como dice el jurista Jeffrey Toobin, si eso no es obstrucción a la justicia ¿qué es? También está el hecho de que la personalidad de Trump, su combinación de revanchismo mezquino y descarada indolencia, lo hace inepto para el cargo. Y eso es un enorme problema. Piensen por un minuto cuánto daño ha hecho este hombre en múltiples frentes en solo cinco meses.

Fijémonos en la sanidad, señala Krugman. Todavía no está claro que los republicanos puedan aprobar un sustituto para el Obamacare (aunque sí está claro que, si lo logran, les quitará la cobertura a decenas de millones de ciudadanos). Pero ocurra lo que ocurra en el frente legislativo, hay grandes problemas en ciernes en los mercados de los seguros en este preciso momento: empresas que se retiran, dejando sin servicio algunas partes del país, o que piden enormes aumentos de primas.

¿Por qué?, comenta. No es, digan lo que digan los republicanos, porque el Obamacare sea un sistema inoperativo; los mercados de los seguros estaban estabilizándose claramente el pasado otoño. El problema, más bien, como las propias aseguradoras han explicado, es la incertidumbre creada por Trump y compañía, en especial el hecho de no aclarar si se mantendrán subvenciones cruciales. En Carolina del Norte, por ejemplo, Blue Cross Blue Shield ha solicitado un aumento del 23% en las primas, pero declarando que habría pedido solo un 9% si estuviese seguro de que se mantendrían las subvenciones para compartir gastos.

¿Y por qué no ha recibido esa garantía? ¿Porque Trump cree sus propias afirmaciones de que puede hacer que el Obamacare se hunda, y después conseguir que los votantes culpen a los demócratas? ¿O porque está demasiado ocupado escribiendo tuits coléricos y jugando al golf como para ocuparse del tema? Es difícil saberlo, responde, pero en cualquier caso, no es manera de hacer política.

O pensemos en la increíble decisión de ponerse del lado de Arabia Saudí en su conflicto con Qatar, un pequeño país que alberga una enorme base militar de Estados Unidos, dice más adelante. En esta disputa no hay buenos, pero sí todas las razones para que Estados Unidos se mantenga al margen. Entonces, ¿qué pretendía Trump? No existe, ni por asomo, una visión estratégica; algunas fuentes insinúan que a lo mejor ni siquiera conocía la existencia de la gran base estadounidense en Qatar y la función crucial que desempeña.

La explicación más probable de sus actos, que han provocado una crisis en la región (y empujado a Qatar a los brazos de Irán), ironiza Krugman, es que los saudíes lo adularon —el Ritz-Carlton proyectó una imagen de cinco pisos de su rostro en uno de los laterales de su propiedad en Riad— y que sus cabilderos gastaron grandes sumas en el hotel Trump International de Washington.

Normalmente, pensaríamos que es ridículo insinuar que un presidente estadounidense pueda desconocer hasta ese punto las cuestiones cruciales y que se le pueda llevar a adoptar medidas de política exterior tan peligrosas con unos incentivos tan ramplones, dice más adelante. ¿Pero podemos creerlo de un hombre incapaz de aceptar la verdad acerca del número de asistentes a su toma de posesión y que se jacta de su victoria electoral en las circunstancias más inadecuadas? Sí.

Y pensemos en su negativa a respaldar el principio central de la OTAN, la obligación de defender a los aliados, una negativa que provocó indignación y sorpresa en su propio equipo de política exterior, comenta poco después. ¿A qué vino eso? Nadie lo sabe, pero vale la pena considerar que, por lo visto, Trump abroncó a los líderes de la Comunidad Europea por la dificultad de construir campos de golf en sus países. De modo que tal vez fuese pura petulancia.

La cuestión, insiste, es que todo indica que Trump ni está a la altura del cargo de presidente ni está dispuesto a hacerse a un lado para dejar que otros hagan bien el trabajo. Y esto ya está empezando a tener consecuencias reales, desde una mala cobertura sanitaria hasta la destrucción de alianzas o la pérdida de credibilidad en el escenario mundial.

Pero, dirán ustedes, afirma, la Bolsa sube, de modo que no puede ir tan mal la cosa. Y es cierto que si bien Wall Street ha perdido parte de su entusiasmo inicial por la trumponomía —el dólar ha vuelto a bajar a niveles preelectorales— inversores y empresarios no parecen estar computando el riesgo de una política verdaderamente desastrosa. Sin embargo, ese riesgo es completamente real, y sospecho que las grandes fortunas, que tienden a equiparar riqueza y virtud, serán las últimas en caer en la cuenta de lo grande que es realmente el riesgo. La presidencia estadounidense es, en muchos aspectos, una especie de monarquía electa, en la que un dirigente temperamental e intelectualmente inepto puede hacer un daño inmenso.

Eso es lo que está ocurriendo ahora, concluye diciendo. Y apenas ha transcurrido la décima parte del primer mandato de Trump. Lo peor, casi con toda seguridad, está por venir.




Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt





HArendt





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sábado, 27 de mayo de 2017

[A vuelapluma] Impeachment: Proceso a Trump






En cierto modo esta entrada es continuación -casi necesaria- de la mía anterior del pasado día 25 sobre las democracias liberales y la división de poderes consustancial a las mismas. 

El impeachment, proceso de destitución o residenciamiento, es una figura del derecho anglosajón (específicamente del Reino Unido, Estados Unidos y Puerto Rico), mediante el cual se puede procesar a un alto cargo público. El parlamento o una de sus cámaras (en los bicamerales), debe aprobar el procesamiento y posteriormente, encargarse del juicio la otra Cámara, que en el caso de ser condenado ocasiona su destitución e inhabilitación para funciones similares.

El proceso de destitución tiene sus orígenes en el siglo XIV. Se instituyó para poder juzgar a los altos cargos de la Corona británica. La Cámara de los Comunes era la encargada de iniciar el proceso, aunque el juicio se llevaba a cabo en la Cámara de los Lores. 

El artículo primero de la Constitución de los Estados Unidos de América, aprobada e 1788, garantiza que los altos funcionarios puedan ser procesados por mandato de la Cámara de Representantes a causa de delitos graves. Al igual que en el modelo británico, una vez que el Congreso abre el proceso, es el Senado quien se encarga de llevar a cabo el juicio. Para condenar al acusado son necesarias las dos terceras partes de los votos de los senadores. Este eventual castigo consiste en la destitución del acusado y su inhabilitación para desempeñar otros cargos públicos.

Sólo dos presidentes han sido juzgados mediante este procedimiento, Bill Clinton (1998-1999) y Andrew Johnson (1868), y los dos fueron absueltos. Richard Nixon interrumpió el proceso al dimitir de su cargo en 1974 tras la aprobación de su impeachment.

Laurence H. Tribe, titular de la Cátedra Carl M. Loeb, profesor de derecho constitucional en la Facultad de Derecho de Harvard y fiscal general ciudadano en el denominado Gobierno en la Sombra estadounidense, escribía recientemente un vibrante artículo solicitando el inicio del procedimiento constitucional del impeachment contra el presidente Donald Trump: Hay que iniciar el procedimiento del 'impeachment', afirma con rotundidad: La Cámara debe empezar a estudiar los abusos de poder de la Administración de Donald Trump y sus claras violaciones del juramento prestado al tomar posesión antes de que nuestra seguridad nacional sufra más daños irreparables.

Todos los seguidores de Spiderman, dice, reconocerán la frase “Un gran poder conlleva una gran responsabilidad”. Ahora debemos darle la vuelta: cuando la persona a la que se ha otorgado un gran poder demuestra que es incapaz de actuar con responsabilidad, debemos recuperar ese poder.

Eso significa, continúa diciendo, empezar a recortar la capacidad del presidente Trump de hacer un daño irreparable al país y al mundo. Por eso recordé recientemente que la 25ª Enmienda habla de la capacidad de “ejercer los poderes y las obligaciones de su cargo” y pedí el inicio inmediato de las investigaciones para una posible destitución, el equivalente a las investigaciones preliminares en un caso penal.

Puede que este llamamiento sea poco realista y poco conveniente para mis ideas progresistas, comenta. El vicepresidente Mike Pence no es ninguna joya y el presidente de la Cámara de Representantes, Paul Ryan, tampoco. Pero no hay tiempo que perder. Mientras el nuevo fiscal especial, el exdirector del FBI Robert Mueller, empieza a indagar la posible existencia de delitos y los comités de inteligencia de la Cámara y el Senado investigan quién hizo qué para inclinar la elección de 2016 en favor de Trump, la Cámara debe empezar a estudiar los abusos de poder de la administración de Trump y sus claras violaciones del juramento prestado al tomar posesión.

Esta investigación, añade, que puede desembocar o no en un proceso de destitución y en que Trump comparezca a juicio en el Senado (seguramente con el fiscal general, Jeff Sessions), no puede esperar a que se apruebe una ley (que Trump vetaría) para crear una comisión especial que examine la capacidad mental del presidente para ejercer el gobierno de acuerdo con la Constitución. La situación exige actuar con urgencia.

Esa urgencia quedó clara, continúa diciendo, cuando Trump presumió de compartir información reservada, proporcionada a Estados Unidos por Israel, no con nuestros aliados, sino con Rusia. Todavía más, cuando se supo que, el día anterior, el presidente había despedido de pronto al director del FBI, James Comey, por negarse a prometer que su investigación sobre la aparente connivencia entre la campaña de Trump y Rusia no le apuntaría personalmente a él. Y se dispararon las alarmas con la revelación de que Comey había incluido en el expediente de dicha investigación notas sobre todas las conversaciones con Trump.

Tal como acostumbra a hacer, añade, el presidente empezó por desplegar sus tropas (incluido el consejero de seguridad nacional) para difundir noticias falsas. Luego soltó -de palabra y en Twitter- algo cercano a la verdad, pero dijo que no había que preocuparse: igual que presumió de tener toda la autoridad para sustituir a Comey en la investigación sobre su campaña, aseguró que, como presidente, tenía "derecho absoluto" a decidir qué informaciones secretas compartir con quién quisiera.

Cada vez da más la impresión de que, al final, se verá que detrás de los muchos ejemplos de sumisión de Trump, su familia y su equipo a Putin, está la pista rusa del dinero y las operaciones de blanqueo, afirma. Tanto si es la punta de un iceberg anticonstitucional como la serie de coincidencias más extraña de la historia, necesitamos llegar al fondo de este asunto.

Mientras tanto, señala, la Cámara tiene la obligación de empezar a investigar lo que parecen motivos suficientes para la destitución, antes de que nuestra seguridad nacional sufra más daños irreparables. Estamos hablando quizá incluso de traición, si se demuestra que Trump llegó a la presidencia gracias a la colaboración de nuestros adversarios y que ahora, a cambio, está beneficiándolos, además de aumentar la fortuna familiar a expensas de la nación.

También parece claro que Trump está intercambiando favores con Rusia (y otros gobiernos no aliados), dice, y que al principio retuvo al director del FBI a cambio de que le garantizara que la investigación sobre Russiagate le excluiría a él. Investigar estos asuntos pensando en el posible proceso de destitución del presidente no es algo opcional: el Artículo II, Sección 4 de la Constitución dice: “El presidente y el vicepresidente... serán apartados de su cargo si son procesados y condenados por traición, soborno u otros delitos y faltas”. “Serán”, no “pueden ser”.

A pesar de ese mandato, insiste, la idea de la destitución se ha convertido en algo tan emponzoñado y se ha utilizado de manera tan sórdida como arma política contra presidentes del partido rival, que hoy existe una resistencia palpable a invocarla. Sin embargo, dado que resulta todavía más difícil recurrir a la 25ª Enmienda para apartar a un presidente que desconoce los límites constitucionales y tiene ideas delirantes sobre sus obligaciones, tenemos que vencer esa alergia y dejar de considerar que es una forma de siniestra venganza.

Las respuestas de Trump, continúa diciendo más adelante, cuando le acusan de abuso de poder están en la línea de la famosa frase de Nixon: “Si lo hace el presidente, es legal”. Lo hizo cuando le criticaron por prohibir la entrada en Estados Unidos a los musulmanes (los que proceden de países en los que Trump no tiene intereses económicos, no de otros de los que sí han salido terroristas); por sus numerosos negocios, que violan claramente la prohibición constitucional de recibir dinero tanto de grupos nacionales como de otros países; por el repentino despido de Comey; y por compartir con nuestros adversarios rusos unas informaciones demasiado delicadas para compartirlas incluso con nuestros aliados. Ante cada acusación, la respuesta infantil de Trump es: Soy el presidente, así que tengo que tener razón.

Emprendimos una revolución contra Jorge III de Inglaterra, concluye diciendo, para huir del poder absoluto, el que se basa en la corrupción y el que se debe a la incompetencia. Luchamos en la Segunda Guerra Mundial contra una autoridad sin límites. Aunque, en ocasiones, hemos tolerado e incluso apoyado a dictadores porque podía beneficiar a nuestro país, esta es la primera vez que el presidente de Estados Unidos admira abiertamente a esos dictadores por lo que han podido hacer, no por sus ciudadanos, sino por sí mismos. Los casos mencionados tienen algo en común: demuestran que, para Trump, el poder que le hemos confiado es un instrumento que utiliza como le parece, no para mantener proteger la grandeza de nuestra nación, no para “preservar, proteger y defender la Constitución de Estados Unidos”, como juró solemnemente hacer, sino para satisfacer su ego inmaduro, su vanidad infinita y su codicia insaciable. Por eso ha llegado la hora de actuar, y nuestro sistema constitucional nos proporciona las herramientas para empezar a hacerlo.




Donald Trump



Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt



HArendt






Entrada núm. 3519
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La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)