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jueves, 25 de junio de 2020

[ARCHIVO DEL BLOG] Sobre dictaduras y lecturas. Publicada el 16 de marzo de 2010



Plaza de Santa Ana, Las Palmas de Gran Canaria


Las dictaduras son dictaduras, a secas. No son de derechas ni de izquierdas, son dictaduras sin más. Sin adjetivos. Ni buenas ni malas, sino peores. Ya lo dijo Kelsen en los años 30 del pasado siglo: "Sólo hay dos tipos de Estados, o democracias o autocracias".

Yo también comulgué con ruedas de molino en mi juventud. Comulgué con el fervor del neófito, del converso; pero comulgué. Y como Saulo de Tarso un momento antes de convertirse en Pablo, camino de Damasco yo también me caí del caballo. No sabría decir en que momento me la pegué. Me caí yo solo; no me derribó ningún fulgor divino, ni escuché ningún "¿Quo vadis, HArendt?". No fue la mía una conversión a la democracia repentina ni fulminante; se produjo poco a poco, a base de inquietudes, desasosiegos, lecturas, estudio, ir conociendo otras verdades..., de maduración personal, en suma. Ahora, creo, me siento vacunado contra las ruedas de molino. Pienso que no volveré a comulgar con ellas, pero nunca se sabe; hay que estar muy alerta para no caer en tentación...

Me maravilla la pasmosa credulidad de gentes y personas que se definen de izquierdas con la dictadura castrista. No soy capaz de entenderlo. Ya he contado alguna que otra vez en el blog como viví, a mis trece años, la entrada de Fidel Castro y sus hombres en La Habana, el 1 de enero de 1959. No es cuestión de repetirlo. Y respecto a los logros de su "revolución", yo diría lo mismo que oí una vez a un ilustre profesor de historia sobre los logros del franquismo: que se habían conseguido "no gracias a Franco, sino a pesar de Franco". ¿Que hubiera sido de Cuba si Castro no hubiera triunfado? Pues no lo se, pero estoy absolutamente seguro que los cubanos  se habrían quitado a Batista de encima y hoy serían más libres y más felices que con Castro. Y lo mismo habría pasado en España si Franco no hubiera existido: nos habríamos ahorrado una guerra civil, una posguerra más atroz aún, y unas cuantas decenas de años de atraso y falta de civilidad, que aún pesan como una losa sobre los españoles. Las dictaduras son malas siempre, sin excepciones, sin apellidos, sin colores ni banderas.

Cada vez me cuesta más ponerme ante el teclado del ordenador. No estoy justificándome. Se trata de una realidad insoslayable que más pronto que tarde, me temo, va a llevarme a abandonar por mera consunción este agradable pasatiempo que comencé va a hacer cuatro años sin saber muy bien ni el "por qué" ni el "para qué" lo iniciaba. Casi cuatro años y casi 1300 artículos, son mucho hablar. La verdad es que ya no tengo mucho que contar. O no se como contarlo, que es peor.

Dicen que la vida es maestra de la literatura. ¿O es al revés?... No lo tengo muy claro. Amo los libros casi tanto o más que a las personas. Hay excepciones, claro está. Hay libros y personas (o personas y libros) excepcionales en mi vida. 64 años dan para mucho en libros y personas (o personas y libros). Últimamente me refugio más en los libros que en las personas.

En estos días, sin dejar de cumplir con mi agradable función de abuelo a tiempo completo, que es una de las mayores alegrías de mi vida, he caído en una especie de lectura casi compulsiva (aunque seleccionada): Junto al "César o nada" de Pío Baroja, de la que ya hablé en el blog hace unos días, he leído con fruición "El mundo es ansí" y "La sensualidad pervertida", que completan su trilogía titulada "Las ciudades" (Alianza, Madrid, 1982). Y "Abierto toda la noche" (Anagrama, Barcelona, 2005) de David Trueba, una agridulce comedia regalo de mi amiga Ana C. También sucumbí a "La velocidad de la luz" (Tusquets, Barcelona, 2005) de Javier Cercas , una espléndida novela sobre la amistad y el desencanto del éxito, y con algunas de las más afiladas y memorables páginas sobre lo que supuso la guerra de Vietnam en la sociedad norteamericana. Y ayer terminé de leer "Los libros arden mal" (Punto de Lectura, Madrid, 2007), de Manuel Rivas. Una novela sobre la guerra civil y la losa del franquismo, en la que la ciudad de La Coruña y sus gentes se erigen en auténticos protagonistas de una historia que transcurre entre julio de 1936 y el día de hoy.

Comencé a leerla el martes pasado en un banco de la plaza de Santa Ana, en Las Palmas, mientras esperaba la salida del colegio de mi nieto mayor. Encuadrada por el Ayuntamiento de la ciudad al oeste, la Catedral al este, el palacio episcopal y la Casa Regental -la sede del presidente de la Audiencia de Canarias desde hace cinco siglos- al norte, y edificios "civiles" al sur , la plaza de Santa Ana fue la primera "plaza mayor" española (o la segunda, según se mire, pues la primera de todas fue en tierras americanas, la de la ciudad de Santo Domingo, en La Española, hoy República Dominicana) y su catedral, la Catedral de Canarias, la primera de África, de ahí su condición de Sede Primada del continente. Conmovido por sus primeras páginas envié un "sms" a una antigua y querida amiga de La Coruña, Luisa M., compañera de fatigas, amores no correspondidos y andanzas universitarias. Aprovechaba para decirla que hacía siglos que no sabía nada de ella, que había comenzado a leer la novela de Rivas, con su querida La Coruña como protagonista, y para contarle la profunda desazón que su lectura me estaba ocasionando. Y es que a mí, las guerras, las historias de guerras, por muy literarias que sean, me dejan profundamente desasosegado. No he tenido contestación, demasiadas cosas para un "sms", pero estoy seguro de que ha leído el libro, y también estoy seguro de que me contestará. Como dice en la contraportada del libro el periodista de El País Jordi Gracia, "Los libros arden mal" es una historia para leer dos veces. Lo haré, sin duda, porque con desasosiego o sin él, es una novela fascinante.

Y con su lectura cierro el bucle espacio-temporal que ha tenido como protagonista de la semana a las dictaduras, las de izquierdas y las de derechas, a raíz de las declaraciones del actor Guillermo (Willy) Toledo, tan gilipollas como siempre, sobre la muerte por huelga de hambre de Zapata, el disidente cubano en prisión. Comparto plenamente la opinión de la periodista Cristina Galindo en su artículo en El País del pasado día 11  titulado "Dictadura es siempre dictadura" , que pueden leer desde el enlace anterior. HArendt








La reproducción de artículos firmados por otras personas en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt






HArendt




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viernes, 7 de octubre de 2011

En defensa de lo público: Emilio Lledó





Emilio Lledó






La filosofía no suscita excesivo interés en la sociedad española. El pensar por el pensar, sin finalidad económica o de prestigio inmediatos, no vende. Expulsada en la práctica del currículo de los estudios de secundaria y del bachillerato, no atrae como disciplina académica sino a unas docenas de estudiantes "rara avis", o que la escogen como una asignatura "maría" que no les va a exigir excesivo esfuerzo. Y fuera de esos ámbitos, el vacío más absoluto. Lamentable, pero cierto. Así nos va...

El escritor y cineasta David Trueba aludía a ello, a esa absoluta falta de interés social por dicha materia en el diario El País del pasado miércoles, en un artículo titulado, precisa y escuetamente, así; "Filosofía". Situación esta que nos convierte, a su juicio, en una excepción dentro del mundo civilizado. Trueba se refiere en concreto al tratamiento de la Filosofía en el medio televisivo, con programas que divulguen su contenido bien temáticamente o mediante el concurso de entrevistas a lo más destacado de nuestros pensadores. La filosofía, que nos acompaña desde siglos, -dice-, debería dar una pista a la televisión sobre lo que es permanente, pero ella se pliega sumisa a lo provisional.

Y sin embargo, los filósofos, han sido generalmente, y casi siempre, gente comprometida con su tiempo y con sus contemporáneos. La nómina es impresionante, desde Sócrates y Platón, hasta Savater. No suelen caer en la tentación de la política como actividad pública,  quizá curados en salud por la experiencia de Platón, que acabó vendido como esclavo por meterse en ella, pero sí que denuncian con convicción los males de su tiempo. Por ceñirnos a España, lo hicieron en tiempos recientes Ortega, D'Ors, Zubiri, Marías, Aranguren...

Emilio Lledó es hoy, con toda seguridad, a sus 84 años, el más importante e influyente de los filósofos españoles vivos. Y es el único de los filósofos citados anteriormente que he conocido y tratado en persona, como alumno suyo que fui, durante su etapa de profesor en la UNED entre 1978 y 1987. Él me abrió las puertas al conocimiento de Platón, Aristóteles y San Agustín durante un Seminario que impartió en el Centro Asociado de la UNED en Las Palmas a mediados de los años 80.  No puedo saber la impresión que ese Seminario causó entre mis otros compañeros, pero para mí, y lo he comentado en alguna otra ocasión en el blog, supuso un punto de inflexión en la forma de acercarme a la Historia de la Filosofía y al pensamiento filosófico en general, algo que no domino pero me cautiva, y que lo convirtió en la experiencia más gratificante de mi vida como universitario, una relación con la universidad que se ha prolongado, con altibajos, desde 1964 hasta 2006. 

No ha sido el profesor Lledó, contrariamente a los citados anteriormente, un filósofo dado a las declaraciones o manifestaciones de carácter político, y mucho menos, partidistas, aunque siempre ha hecho gala de un talante claramente democrático y de carácter progresista, si es que este término aun designa algo reconocible en el panorama político español. 

Muy harto tiene que estar de la situación de torpeza, inoperancia y desvergüenza de nuestra clase política cuando a unas semanas del inicio de una campaña electoral como la que se avecina y adivina, a cara de perro, y en la que parece que todo va a valer con tal de destruir al adversario, se lanza a la palestra de la opinión públicada con un artículo (El País, 4.10.2011), que titula, nada menos: "¿Quién privatiza a los políticos?", en busca, dice, de las razones de la degeneración intelectual de parte de la clase política, y para descubrir las razones ocultas de ese "tsunami" privatizador que asola la  democracia española. 

La defensa de lo público hace vivir la democracia, dice, Y añade poco más adelante: el verdadero sustento de la sociedad, de la vida colectiva tan importante como la vida de la naturaleza, es la educación, la cultura, la ética. Ellas son las verdaderas generadoras de riqueza ideal, moral y material.

Parece que la raíz de todas esas razones ocultas privatizadoras, sigue diciendo, con independencia de determinadas claves genéticas, brota también de la educación, de los ideales que, al abrirnos al mundo del saber y la cultura, hayan acertado a enseñarnos aquellos en cuyas manos está alumbrar la inteligencia y la sensibilidad. Las opiniones que se clavan en las neuronas y que determinan la forma de actuar sobre las palabras y sobre aquello a que esas palabras nos empujan, proviene de esos reflejos condicionados que, desde la infancia, han aprisionado nuestra manera de ver e interpretar el mundo.

Podemos intuir, concluye, que la degeneración intelectual de buena parte de la clase política, y de los llamados emprendedores -los que, por ejemplo, emprendieron la destrucción de nuestras costas-, procede de esos conglomerados ideológicos en los que se mezclan, con la indecencia, alguno de los males a que se ha aludido. ¿Quién privatiza a los políticos? ¿Quién nos devolverá, en el futuro, la vida pública, los bienes públicos, que nos están robando? Eso me pregunto yo también, mi admirado y querido profesor Lledó.. 

Como anexo a la entrada he incorporado el vídeo que recoge la entrevista que en mayo del pasado año el periodista David Cantero realizó al profesor Lledó para la 2 de TVE. De nuevo el editor del vídeo ha equivocado la fecha situándola en el mes de julio de ese mismo año. No tiene mayor importancia el dato pero lo aclaro por si acaso.

Espero que tanto mi entrada como el artículo del profesor Lledó y el vídeo les resulten interesantes. Sean felices, por favor. Tamaragua, amigos. HArendt 





Viñeta de Forges




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viernes, 15 de enero de 2010

Banalizar la tragedia




Tragedia en Haití




Fue mi admirada filósofa y teórica de la política, Hannah Arendt (1906-1975), una de las primeras voces que desde su condición de judía, y con motivo del juicio llevado a cabo en Jerusalén contra Adolf Heichmann (1961) habló y escribió sobre la banalización del mal a base de reiterar noticias que no profundizaban en la verdadera dimensión de la tragedia humana que supuso el holocausto del pueblo judío a manos del régimen nazi.

No quiero caer en esa banalización yo también al escribir sobre la terrible tragedia que acaba de asolar a Haití. Me niego a ello, simplemente por pudor. Y por impotencia. Y por respeto a las víctimas.

He elegido tres crónicas de entre las muchas que se están escribiendo entre ayer y hoy, que desde distintos puntos de vista, alertan acerca de la posibilidad de caer en una banalización de la tragedia haitiana a fuerza de repetir hechos y tópicos en una interminable sucesión de imágenes y comentarios que parece no tener fin. Decidan ustedes cual se aproxima más a los sentimientos que les embargan en estos momentos y párense unos instantes a reflexionar sobre el desamparo de la condición humana. .

La primera es del profesor y periodista Xosé Luis Barreiro, publicada en La Voz de Galicia, ayer jueves; "¡No más voluntarios! ¡No más solidaridad emotiva y generosa! -clama, no se muy bien si al cielo, o a quién-. Si los terremotos son una plaga periódica que exige respuestas inmediatas, -dice-, creemos una agencia en la ONU, especializada en acumular recursos económicos, sanitarios y de salvamento de alta movilidad, y gestionemos con eficiencia estas catástrofes".

La segunda del también periodista y escritor, Juan Cruz, de hoy viernes, que la escribe estremecido por las declaraciones del nuevo obispo de San Sebastián, monseñor Munilla, para el que es mucho más terrible la falta de espiritualidad de la sociedad española que la tragedia humana que asola a los haitianos, que según parece, deberían dar gracias a Dios -desde luego ese dios no es el mio- por haberles llevado hasta Él.

La última, del escritor David Trueba, también de hoy, denuncia esa banalización de la tragedia de la que hablábamos hace unos momentos. Dice Trueba: "Es un oficio complejo el de informar, cuya virtud reside en la medida exacta. No se trata de ordeñar la vaca del dolor ajeno provocando un chaparrón emotivo, sino de excitar aquella neurona que nos hace más conscientes del lugar que el ser humano ocupa en el universo. Nos deja más tristes, pero mejor informados".

Hoy no quiero pedirles que sean felices, aunque tampoco se si aspirar a serlo nos hace peores, o insensibles al dolor ajeno. No me atrevería a juzgar a nadie por ello.

En la Sección "Vídeos" del Blog, en la columna de la derecha, pueden ver dos series de vídeos sobre Hannah Arendt: en español, y en francés (subtitulada en castellano). Espero que les resulten interesantes. Tamaragua, amigos. HArendt





El profesor Xosé Luis Barreiro




EL HAITÍ DE LOS SIETE ÁNGELES", por Xosé Luis Barreiro
A TORRE VIXÍA - LA VOZ DE GALICIA - 14/01/2010

La crónica de Haití -terrible y desesperada- está escrita en el Apocalipsis (16,1): «Y oí una fuerte voz que desde el Santuario decía a los Siete Ángeles: Id y derramad sobre la tierra las siete copas del furor de Dios». Sobre una superficie similar a la de Galicia se acumulan 9 millones de habitantes, el 70 % pobres y el 48 % analfabetos. El PIB per cápita, calculado en 791 dólares anuales -equivalente al 2,24 % del PIB per cápita de España- sitúa a Haití entre los 25 países más pobres del mundo, en los que se concentran la miseria, la enfermedad y la dictadura.

Sobre ese país, creado por los esclavos en 1804, pesó el largo acoso del imperialismo europeo, una durísima invasión y expolio americano, la dictadura de los Duvalier, la tremenda inestabilidad del régimen constitucional establecido en 1987, los facciosos enfrentamientos que siguieron a la caída de Aristide, y un rosario de temblores, vientos y riadas que culminaron en el famoso huracán Jeanne , que en el año 2004 dejó un rastro de 2.410 personas muertas o desaparecidas, y enormes extensiones de cultivos arrasados.

Y la «séptima copa del furor de Dios» la vertió el Ángel en la tarde del pasado martes, cuando un enorme terremoto arrasó Puerto Príncipe y sembró miseria sobre la miseria, dolor sobre el dolor y muerte sobre la muerte.

La crónica verdadera es esa: «miseria sobre la miseria, dolor sobre el dolor y muerte sobre la muerte». Y eso hace que, a la hora de enfrentarse a tan inconmensurable tragedia, la comunidad internacional no puede limitarse a mostrar su solidaridad, más o menos ensayada, sobre una catástrofe natural, imprevista y sin culpables. Porque la tragedia de Haití se agranda con una historia de injusticia, expolio y despotismo que es, antes que nada, una horrible herencia de los ricos.

Si no se aprovecha esta «séptima copa de furor» para reconstruir el país y cambiar su historia, no se hará justicia. Y esa es la tarea que los ciudadanos del Occidente poderoso debemos exigir -porque solo costaría unas migajas- a Gobiernos como los nuestros que, todavía ayer tarde, seguían obscenamente preocupados por la crisis.

Y también es buen momento para insistir en mi reivindicación posterior a todos los tsunamis y terremotos: ¡No más voluntarios! ¡No más solidaridad emotiva y generosa! Si los terremotos son una plaga periódica que exige respuestas inmediatas, creemos una agencia en la ONU, especializada en acumular recursos económicos, sanitarios y de salvamento de alta movilidad, y gestionemos con eficiencia estas catástrofes. Porque la tierra ya se encargará, por desgracia, de que no caduquen los recursos ni se agarroten los equipos, y de distribuir -con equidad insobornable- sus beneficios.





El escritor Juan Cruz




"LLORA Y SE PONE A LLAMAR A JESÚS", por Juan Cruz
Del Blog "Mira que te lo tengo dicho"
15/01/2010

En su estremecedora crónica de hoy desde Haití, Pablo Ordaz cuenta que alguien llora y se pone a llamar a Jesús; y si Jesús acudiera sería la primera vez en la historia que ese pueblo perdido por la desgracia y por el terremoto recibe semejante visita. La historia, una más entre las muchas que Pablo resume en ese texto escrito en medio del rumor horroroso de la muerte, cae a plomo sobre la desafortunada comparación que ayer hizo en la radio el nuevo obispo de San Sebastián, Munilla. El obispo puso en el mismo nivel el horror de Haití y el desamparo espiritual en el que dice que vivimos los seres humanos de este mundo. Que es tan trágico no estar en Dios que estar muerto en Haití, o incluso es peor, decía el sacerdote, vivir en el descreímiento que haber sucumbido bajo las piedras enloquecidas de ese seísmo. La arrogancia de la Iglesia tiene estos rescoldos, estos representantes que esparcen falta de compasión y basan este desdén por el dolor real, tangible, por la muerte de los seres humanos, en nombre de su arbitraria interpretación de lo que ellos consideran lo espiritual. Andan por la vida como si el catecismo fuera de acero, lo llevan en la mano para arrojarlo sobre las cabezas de los descreídos, y en nombre de su creencia ignorar el sufrimiento orque no son capaces de padecer. De Munilla se esperaba cualquier cosa, pero ha madrugado, y ahí está ya, regalando a los oídos de la infamia una comparación que ha puesto los pelos de punta a sus propios correligionarios.





El escritor David Trueba





"HAITÍ", por David Trueba
EL PAÍS - 15/01/2010

Qué difícil es sentarse a escribir de algo cuando suceden catástrofes como las de Haití. Qué ridículas todas las querellas, cuando la naturaleza golpea con tal fuerza y nos recuerda lo poco que somos. Y sin embargo, el periódico sale y cada uno cumple con su minúscula labor, ésa es nuestra defensa contra el horror. Desde que llegaron las primeras noticias del terremoto, las agencias de prensa y los medios de comunicación han tratado de representar la desgracia humana, han peleado por acercarla, por hacerla nuestra. Así, la lejanía del lugar, la pobreza de las víctimas, toda esa distancia emocional puede ser pulverizada por la información. Los noticiarios de ayer y de hoy traen un reguero de imágenes asombrosas que convierten la tragedia, por qué no decirlo, en un fenómeno doloroso pero fotogénico.

A menudo, la gente se pregunta cómo un fotógrafo o un reportero pueden abstraerse de lo que retratan y salir indemnes de aquello que captan con su cámara. Se parecen a esos cirujanos que operan un corazón abierto tratando de esmerarse en la técnica, sin dejar que los sentimientos infecten su profesionalidad. Para muchos es cruel, pero es sencillamente el oficio de acercar a los que están más lejos la realidad cotidiana del desastre. Son imprescindibles.

El peligro que corremos tras la torrentera de imágenes es el de la banalización, el efectismo sin sustancia, el abuso de la emoción, hasta degenerar en la indiferencia. Hay demasiadas pantallas, demasiadas ventanas, para que cualquier suceso no pase a ser carnaza, alimento del morbo y finalmente una vulgaridad. La repetición, la carencia de contexto, pueden pervertir una imagen hasta su vaciado. Ayer se emitían, en bucles sin fin, imágenes demoledoras a espaldas del locutor o la presentadora, como un forillo, un relleno, convirtiendo el horror en un mero elemento decorativo. Esas imágenes, algunas espectaculares, deben tratarse con mimo y cuando no cumplen la función básica para la que fueron tomadas preservarse como un tesoro. Es un oficio complejo el de informar, cuya virtud reside en la medida exacta. No se trata de ordeñar la vaca del dolor ajeno provocando un chaparrón emotivo, sino de excitar aquella neurona que nos hace más conscientes del lugar que el ser humano ocupa en el universo. Nos deja más tristes, pero mejor informados.




La filósofa política Hannah Arendt




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Entrada núm. 1271
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