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miércoles, 8 de julio de 2020

[NUESTRA EUROPA] Sola





Europa debe abandonar su autoculpable minoría de edad y emanciparse, caminar sola sin lazos de dependencia con EE UU y afrontar las contradicciones del mundo [Cuando el Dragón estornuda. El País, 20/6/20], afirma la politóloga Máriam Martínez-Bascuñán 

"Cada orden, sistema o jerarquía -comienza diciendo Martínez-Bascuñán- es el resultado de una correlación de fuerzas disonantes, un equilibrio que quiebra cuando algo externo entra en la balanza. Por ejemplo, nos guste o no, el irrebatible ascenso de Asia es una enmienda al actual orden establecido, aunque la suicida insistencia en dinamitarlo de sus fundadores, nuestros viejos amigos anglosajones, sea una ayuda inestimable. Estamos tan embebidos en nuestras propias coordenadas que ni siquiera lo vemos. Nos parece que todo a nuestro alrededor es Occidente, y el resultado es que no tenemos ni idea de dónde estamos. Dice el politólogo Andrés Malamud que “uno de cada cinco seres humanos que habitan la Tierra es chino, otro indio y otro africano: los otros dos son de todo el resto de Asia, Europa, América y Oceanía”. Ese es nuestro lugar, pero “no nos damos cuenta porque a nuestro alrededor son todos occidentales”. Queremos que el mundo se adapte a “nuestro orden” y por lo visto eso debería bastar para que Asia asienta y consienta.

Nuestra falta de perspectiva explica la soberbia con la que nos pronunciamos sobre el mundo, la ilusoria pretensión de que el aterrizaje del gigante asiático en el orden global sea conforme a nuestras coordenadas. En la Eurocámara, conservadores, liberales y verdes compartían esta semana la misma visión de las cosas. Los primeros alertaban contra la amenaza china a nuestra identidad; los liberales, más atentos a la perspectiva ideológica, hablaban de la quiebra del imaginario democrático en el mundo; los verdes se referían a la amenaza a los derechos humanos del régimen de Pekín. Los tres acertaban, pero sus críticas legítimas no son sino subterfugios para no mirar de frente el estado de las cosas: Europa está sola en el mundo y nuestro peso es, cuando menos, relativo.

El problema es que Occidente ya no existe como bloque, pues ha dejado de operar coordinadamente al perder el liderazgo norteamericano. Asia crece mientras Occidente se deshilvana como unidad política, una desaparición acelerada por la malformación democrática del populismo de Trump y del Brexit, síntomas agudos de un mal mayor. La pregunta para Europa, ahora que somos solo una parte de “los occidentes”, es la siguiente: ¿cómo mantener y afirmar valores universales reconociendo la alteridad asiática? Para responderla, deberíamos abandonar esa irritante mezcla naif y soberbia que reflejaban esas intervenciones en nuestro Parlamento Europeo. La salida, aun en pleno despertar de la geopolítica, solo puede ser, paradójicamente, kantiana: Europa debe abandonar su autoculpable minoría de edad y emanciparse, caminar sola sin lazos de dependencia con EE UU y afrontar las contradicciones del mundo. Desarrollar esta nueva mirada adulta sobre el mundo implicará transparencia, reciprocidad y cooperación, pero también dejar de temblar cada vez que el Dragón estornude".



La politóloga Máriam Martínez-Bascuñán


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jueves, 28 de mayo de 2020

[ARCHIVO DEL BLOG] Bienvenidos al mundo real. Publicada el 22 de diciembre de 2009



Conferencia de Copenhague, Diciembre, 2009


¡Señoras y señores!..., ¡bienvenidos al mundo real!... La Conferencia sobre Cambio Climático de Copenhague, auspiciada y celebrada bajo el manto de Naciones Unidas, ha dejado entre otras muchas, dos lecciones reales: 1) El mundo es como es, y no como nos gustaría que fuera; y 2) En este mundo real sólo hay dos que corten "el bacalo", China y USA, y todos los demás vamos de comparsas. Y el que sean dos, se lo debemos a Obama, porque si no es por él, sólo hay "UNO": China.

No soy abogado, pero me muevo con bastante comodidad en el mundo del derecho y las leyes, y se por experiencia que cualquier mal acuerdo es preferible a un buen juicio. El que nadie haya salido contento de Copenhague es una buena señal, lo crean o no. Porque en Copenhague podía haber habido ganadores "absolutos: por poner un solo ejemplo, los que querían que fracasara la Conferencia; entre ellos, el "Quinteto de la Dignidad": Venezuela, Cuba, Nicaragua, Bolivia y Sudán, y por supuesto, China, y los "negacionistas" del occidente capitalista.

Como buen escéptico que soy, es decir, un optimista chamuscado por la realidad, también me parece positivo, y si lo calibran y piensan, creo que a ustedes también, el "papelón" que han hecho, individualmente, Merkel, Sarkozy y Brown: ninguno. Y eso es bueno, porque les obliga a replantearse que en este mundo "a dos", los 27 gobiernos de la Unión Europea, individualmente, no son nada, pero juntos, pueden, sólo pueden, quizá, ser los "terceros"... Ellos verán. Supongo que siempre quedarán estúpidos dispuestos a seguir siendo cabeza de ratón en su ratonera en lugar de cola de león al aire libre. Ese es su problema. No dejen que sea el nuestro.

Sobre la Conferencia en sí, y sobre la nueva gobernanza mundial "a dos" que se nos viene encima, comienzan a conocerse algunos entresijos que las apresuradas crónicas televisivas o periodísticas, algunas interesadas en un sentido o en otro, no han trasladado al público. Les sugiero la lectura de las entradas de ayer y hoy del Blog Del alfiler al elefante, que escribe el periodista Lluís Bassets: "Así se gobierna el planeta" (El País, 21/12/2009), y "Modestas victorias" (El País, 21/12/2009). Por supuesto, es sólo una opinión, pero resulta interesante... Bienvenidos al mundo real, señoras y señores. ¡Ah!, y felicidades a los que les haya tocado el Gordo de Navidad. A los demás, nos toca seguir barajando... Harendt




El periodista Lluís Bassets



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martes, 18 de febrero de 2020

[ARCHIVO DEL BLOG] Chimérica. (Publicada el 30 de julio de 2009)





Hace muy pocos días la prensa se hacía eco de los intentos del presidente Obama por ligar a China y Estados Unidos en una especie de "alianza estratégica" de largo alcance y calado de la que ha hecho fortuna su sobrenombre de "Chimérica".

La primera vez que leí ese término, Chimérica, fue en un extenso y documentado artículo de Julio Aramberri, sociólogo y profesor de la Universidad Drexel de Filadefia (USA), en el número del pasado mes de junio de Revista de Libros. Se titula "El imperio deudor" y ya hablé de él en su momento en este mismo blog y a dicho comentario les remito.

El inventor del mismo fue el historiador británico Niall Ferguson, que lo empleó en su libro "The Ascent of Money. A Financial History of the World" (The Penguin Press, Nueva York, 2008), y del que Julio Aramberri dice en su artículo citado, que lo creó para denominar la relación entre los dos colosos económicos del mundo.

En su blog "Del alfiler al elefante", el periodista Lluís Bassets, responsable de la sección de Internacional de El País, escribe hoy sobre el mismo asunto un artículo titulado "Quimérica Chimérica", que pone en duda la posibilidad de que cuaje en algo fructífero y positivo esa conjunción chino-americana.

Tomando como punto de partida el propio concepto de "quimera": monstruo imaginario que, según la fábula, vomitaba llamas y tenía cabeza de león, vientre de cabra y cola de dragón, y aquello que se propone a la imaginación como posible o verdadero, no siéndolo, Bassets juega con las dos palabras del título, tan similares fonéticamente, para plantear que hay elementos en esa alianza que se repelen por sí mismos, y que para que esa "Quimérica Chimérica" tenga larga vida y sea la superpotencia del siglo XXI no basta con una buena ecuación entre intereses mutuos, sino que hace falta algo más de equilibrio y una cierta convergencia económica y política, que hoy por hoy resulta de difícil conjunción.

Espero haberles incitado a la lectura de ambos artículos, los de Bassets y Aramberri, y haber despertado su interés. Estoy seguro que los disfrutarán. HArendt



El profesor Julio Aramberri


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viernes, 25 de octubre de 2019

[NUESTRA EUROPA] Una política sin complejos



Parlamento europeo, Estrasburgo


"La Unión Europea está nerviosa -escribe el periodista de Le Soir, especializado en temas económicos, Dominique Berns-. Acaba de salir de 10 años de crisis y crecimiento larvado y ya está afrontando una desaceleración económica. Los europeos observan, asombrados, la disputa comercial entre Washington y Pekín y la frecuencia con la que cambia de opinión el inquilino de la Casa Blanca. Y lo ven como un problema. Lógico. Todo lo que puede obstaculizar el crecimiento del comercio internacional se percibe desde este lado del Atlántico como una amenaza casi existencial, que se añade a la perspectiva de un Brexit sin acuerdo y de elecciones anticipadas en Italia, que pueden dar plenos poderes a la Liga y a su líder, Matteo Salvini.

Nos gusta detestar a Trump, entre otras cosas, porque no tiene ningún respeto a sus aliados europeos. Hace planear la amenaza de los aranceles a los coches alemanes y ya ha advertido que su Administración consideraría la flexibilización de la política monetaria europea, prevista a partir de septiembre, como un intento de manipular el tipo de cambio del euro. 

Casi parece que olvidamos que tenemos en común los mismos motivos de queja contra China: las subvenciones a las empresas y la estrategia de dumping, las transferencias de tecnologías impuestas a las empresas occidentales, la negativa a abrir los mercados públicos... Pero, por más que la UE califique a China de “rival estratégico”, no está claro que eso cambie nada.

Queda bien oponer el multilateralismo europeo al “proteccionismo” del presidente estadounidense. Pura retórica. Lo que pasa es que nosotros no tenemos medios para aplicar el método Trump.

¿Quiere eso decir que, frente a China, la UE no tiene más remedio que perseguir el diálogo constructivo en marcha desde hace 20 años, pero que ha dado escasos resultados, muy alejados de la reciprocidad que reclaman los europeos?

No nos engañemos: Pekín ha jugado con inteligencia, aprovechando la globalización comercial para acelerar su desarrollo económico y tecnológico. Y cuesta creer que los europeos puedan convencer a China de que abandone un modelo económico que le ha ido tan bien.

Por su parte, el método Trump, el de la coacción, no parece tampoco más eficaz. Aunque la situación actual pueda recordar a la Guerra Fría, China se ha hecho demasiado fuerte para acabar excluida, como acabó la URSS hace 30 años.

No vamos a ser tan ingenuos como para creer que la imposición de aranceles basta para revitalizar la industria estadounidense, tal como promete Trump a sus electores del Cinturón Oxidado.

Para la UE, atrapada entre una China que airea abiertamente su poderío y los Estados Unidos de Donald Trump, la firma de tratados de libre comercio a diestro y siniestro no constituye una solución estratégica creíble. Al contrario, la Unión debe plantearse la relevancia de su propio modelo económico.

En primer lugar, porque la ralentización de las transacciones internacionales es anterior a los conflictos comerciales de los dos últimos años. Esta tendencia denota, según un estudio reciente del Banco de Pagos Internacionales, una “disminución de las cadenas de valor”. ¿Pero será duradera? Probablemente. En la duda, más vale suponer que sí. En otras palabras: que, incluso aunque Washington y Pekín acordasen rápidamente un armisticio, habría pocas probabilidades de asistir a un nuevo auge del comercio mundial.

Sobre todo, los europeos deben reconocer que, para garantizar la futura prosperidad del Viejo Continente, el eje de la política económica no debe ser la reducción de los déficits presupuestarios ni la flexibilización del mercado de trabajo, sino la renovación industrial.

Las políticas de devaluación interna condenan a Europa a un crecimiento débil durante mucho tiempo y a una mayor dependencia respecto al resto del mundo. Y, si no se ofrecen perspectivas a las empresas europeas, estas no invertirán aquí, sino que irán a buscar el crecimiento en otras partes del mundo.

Lo que necesita Europa es una política industrial ambiciosa y sin complejos, que aúne el apoyo a la investigación y el desarrollo, la preferencia en los mercados públicos, la fiscalidad y, en caso necesario, la protección comercial o el accionariado público.

No se trata de emprender una guerra, ni contra Estados Unidos ni contra China, sino de dotarnos de los medios necesarios para asegurar nuestra independencia económica, tecnológica y política y, de esa forma, defender y promover nuestros valores. Si no lo hacemos, la Unión se hundirá inexorablemente en la insignificancia. Y en Viejo Continente, en la dependencia".



La Victoria de Samotracia, Museo del Louvre, París



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miércoles, 11 de octubre de 2017

[Cuentos para la edad adulta] Hoy, con "El asno de Kuichú", anónimo chino





El cuento, como género literario, se define por ser una narración breve, oral o escrita, en la que se narra una historia de ficción con un reducido número de personajes, una intriga poco desarrollada y un clímax y desenlace final rápidos. Desde hace unos meses vengo trayendo al blog algunos de los relatos cortos más famosos de la historia de la literatura universal. Obras de autores como Philip K. Dick, Franz Kafka, Herman Melville, Guy de Maupassant, Julio Cortázar, Alberto Moravia, Juan Rulfo, Jorge Luis Borges, Edgar Allan Poe, Oscar Wilde, Lovecraft, Jack London, Anton Chejov, y otros.

Continúo hoy la serie de "Cuentos para la edad adulta" con el titulado El asno de Kuichú, que forma parte de la cultura tradicional china. Durante las próximas semanas voy a ir subiendo al blog narraciones anónimas del folclore y la cultura universal.  Les dejo con:


EL ASNO DE KUICHÚ
(Anónimo chino)


Nunca se había visto un asno en Kuichú, hasta el día en que un excéntrico, ávido de novedades, se hizo llevar uno por barco. Pero como no supo en qué utilizarlo, lo soltó en las montañas.

Un tigre, al ver a tan extraña criatura, lo tomó por una divinidad. Lo observó escondido en el bosque, hasta que se aventuró a abandonar la selva, manteniendo siempre una prudente distancia.

Un día el asno rebuznó largamente y el tigre echó a correr con miedo. Pero se volvió y pensó que, pese a todo, esa divinidad no debía de ser tan terrible. Ya acostumbrado al rebuzno del asno, se le fue acercando, pero sin arriesgarse más de la cuenta.

Cuando ya le tomó confianza, comenzó a tomarse algunas libertades, rozándolo, dándole algún empujón, molestándolo a cada momento, hasta que el asno, furioso, le propinó una patada. “Así que es esto lo que sabe hacer”, se dijo el tigre. Y saltando sobre el asno lo destrozó y devoró.

¡Pobre asno! Parecía poderoso por su tamaño, y temible por sus rebuznos. Si no hubiese mostrado todo su talento con la coz, el tigre feroz nunca se hubiera atrevido a atacarlo. Pero con su patada el asno firmó su sentencia de muerte.

FIN






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miércoles, 19 de julio de 2017

[Especial] Liu Xiaobo: In memoriam. No tengo enemigos, no conozco el odio



Activistas Pro Derechos Humanos recuerdan a Liu Xiaobo


Liu Xiaobo (1955-2017) fue un intelectual chino, crítico literario, escritor y activista en pro de los Derechos Humanos y las reformas en la República Popular China y del Centro Independendiente Chino desde 2003. Laureado con el Premio Nobel de la Paz, fue acusado de hacer campaña para derrocar el comunismo en su país. Detenido en 2008 por firmar una carta de protesta a las autoridades chinas, fue arrestado de nuevo en junio de 2009 acusado de incitar a la subversión contra el poder del Estado. El 25 de diciembre de ese mismo año fue condenado a once años de cárcel. El pasado 13 de julio moría en prisión en circunstancias no aclaradas por el gobierno chino. 

El 23 de diciembre de 2009, ante la corte que le juzgaba, leyó una declaración que la actriz sueca Liv Ullman volvió a pronunciar en su nombre en la ceremonia de entrega de los Premios Nobel 2010. No tengo enemigos, no conozco el odio (RBA, 2011) es también el título del libro que reúne los ensayos y poemas que escribió Xiaobo a lo largo de dos décadas. Les dejo con el alegato que Liu Xiabo pronunció el 25 de diciembre de 2009 ante el tribunal que le condenó. Dice así:

"El punto de inflexión en mi vida, que comenzó hace más de medio siglo, ocurrió en junio de 1989. Hasta ese momento, yo era miembro de la clase del ’77, el primer curso en ingresar a la universidad después de que los exámenes de ingreso universitarios fueron reintegrados tras la Revolución Cultural. De la licenciatura al máster y, luego el doctorado, mi carrera académica avanzaba viento en popa. Cuando recibí mis títulos, me quedé a dar clases en la Universidad Normal de Pekín. Como profesor, fui muy bien recibido por los alumnos. Al mismo tiempo, yo era un intelectual público, escribía artículos y libros que generaron revuelo durante la década de 1980, con frecuencia recibí invitaciones para dar charlas por todo el país, y en el extranjero fui invitado como profesor visitante en Europa y Estados Unidos. Lo que siempre me exigí a mí mismo fue que, como persona o como escritor, llevaría siempre una vida de honestidad, responsabilidad y dignidad. Después de esto, regresé de Estados Unidos para participar en el movimiento de 1989. Y por ese gesto fui enviado a prisión por “el delito de propaganda contrarrevolucionaria e incitación”. Así perdí también a mi amado atril y ya no pude publicar ensayos o dar charlas en China. Simplemente por publicar puntos de vista políticos distintos y participar en un movimiento democrático pacífico, un maestro perdió su atril, un escritor perdió su derecho a publicar y un intelectual público perdió la oportunidad de dar charlas en público. Esto es una tragedia, tanto para mí personalmente como para China, que ya ha visto treinta años de reforma y apertura.

Cuando pienso en ello, mis experiencias más dramáticas luego del 4 de junio están asociadas, sorprendentemente, a los tribunales: Mis dos oportunidades para dirigirme al público han sido proporcionadas por audiencias judiciales en el Tribunal Municipal Popular Intermedio de Pekín, la primera vez en enero de 1991, y nuevamente hoy. A pesar de que los crímenes de los que me han acusado en las dos ocasiones tienen diferente nombre, su sustancia verdadera es básicamente la misma: son crímenes contra la palabra.

Veinte años han pasado, pero los fantasmas del 4 de junio aún no descansan. Luego de mi liberación de la prisión de Qincheng en 1991, yo, que había sido llevado al camino de la disidencia política por las cadenas psicológicas del 4 de junio, perdí también el derecho a hablar en público en mi propio país y solo podía hablar a través de los medios de comunicación extranjeros. Debido a esto, fui sometido a un seguimiento permanente, mantenido bajo vigilancia domiciliaria (de mayo de 1995 a enero de 1996) y fui enviado al programa de reeducación a través del trabajo (de octubre de 1996 a octubre de 1999). Y ahora otra vez he sido empujado al banquillo de los acusados por un régimen con mentalidad de enemigos. Pero todavía quiero decirle a este régimen, que me priva de mi libertad, que me atengo a las convicciones que expresé hace 20 años en mi Declaración de huelga de hambre del 2 de junio: No tengo enemigos, no conozco el odio. Ninguno de los policías que me vigiló, me arrestó y me interrogó, ninguno de los fiscales que me acusó, y ninguno de los jueces que me juzgaron son mis enemigos. Aunque no hay manera de que pueda aceptar su vigilancia, detenciones, procesamientos y sentencias, yo respeto sus profesiones y su integridad, incluidos los dos fiscales, Zhang Rongge y Pan Xueqing, que ahora presentan los cargos en mi contra. Durante el interrogatorio del 3 de diciembre, pude sentir su respeto y su buena fe.

El odio puede erosionar la inteligencia de una persona y su conciencia. La mentalidad de enemigos va a envenenar el espíritu de una nación, incitar crueles luchas, destruir la tolerancia de la sociedad y la humanidad, y obstaculizar el progreso de una nación hacia la libertad y la democracia. Es por eso que espero ser capaz de trascender mis experiencias personales mientras analizo el desarrollo de nuestra nación y el cambio social; espero poder hacer frente a la hostilidad del régimen con mayor buena voluntad; y espero poder disipar el odio con el amor.

Todo el mundo sabe que fue la reforma y apertura que provocó el desarrollo de nuestro país y el cambio social. A mi juicio, la reforma y apertura comenzó con el abandono del “principio rector de la lucha de clases” que tenía la política pública desde la época de Mao, y con la instauración de un compromiso con el desarrollo económico y la armonía social. El proceso de abandono de la “filosofía de lucha”, fue también un proceso gradual de debilitamiento de la mentalidad de enemigos y la eliminación de la psicología del odio, y un proceso de extraer la “leche de lobo” que se había filtrado en la naturaleza humana. [Los escritores en China suelen referirse al adoctrinamiento de la ideología de lucha de clases como “beber leche de lobo”, y a la ideología de la época de la Revolución Cultural como la “cultura de la leche de lobo”, porque habían convertido a los seres humanos en bestias depredadoras como el lobo]. Fue este proceso el que proporcionó un clima de tranquilidad, en casa y en el extranjero, para la reforma y la apertura, con un gentil y muy humano terreno para la restauración de afectos mutuos entre las personas y la convivencia pacífica entre personas de diferentes intereses y valores, lo que estimula a la humanidad para que brote la creatividad y la restauración de la compasión entre nuestros compatriotas. Se podría decir que renunciar a la postura “antiimperialista y antirrevisionista” en las relaciones exteriores y el abandono en el ámbito doméstico de la “lucha de clases” ha sido la premisa básica que ha permitido que la reforma y la apertura continúen hasta este mismo día.

La tendencia del mercado en la economía, la diversificación de la cultura y el cambio gradual en el orden social hacia el Estado de derecho se han beneficiado del debilitamiento de la “mentalidad de enemigos”. Incluso en la arena política, donde el progreso es más lento, el debilitamiento de la mentalidad de enemigos ha llevado a una creciente tolerancia del pluralismo social por parte del régimen y a una sustancial disminución de la persecución de los disidentes políticos. La designación oficial del Movimiento de 1989 también ha cambiado de “caos y alborotos” por “disturbios políticos”. El debilitamiento de la mentalidad de enemigos ha allanado el camino para que el régimen acepte gradualmente la universalidad de los derechos humanos. En [1997 y] 1998, el Gobierno chino se comprometió a firmar los dos principales tratados internacionales de derechos humanos de la Organización de las Naciones Unidas, lo que indica la aceptación de China de los estándares universales de derechos humanos. En 2004, la Asamblea Nacional Popular (ANP) modificó la Constitución, estableciendo por primera vez que “el Estado respeta y garantiza los derechos humanos” y declarando que los derechos humanos se han convertido en uno de los principios fundamentales del Estado de derecho en China. Al mismo tiempo, el actual régimen jurídico propugna las ideas de “poner a la gente primero” y “crear una sociedad armoniosa”, señalando así un progreso en el concepto de derecho de la ANP. También he sido capaz de sentir este progreso a nivel macro a través de mi propia experiencia personal, desde mi arresto.

Aunque sigo manteniendo que soy inocente y que las acusaciones en mi contra son inconstitucionales, ha pasado más de un año desde que perdí mi libertad. Durante este tiempo me han encerrado en dos lugares diferentes, he sido sometido a cuatro interrogatorios de la policía, a tres de los fiscales, y a dos judiciales. Sin embargo, en el manejo de mi caso no me han faltado al respeto, no se han saltado los plazos, ni han intentado extraerme una confesión con violencia. Su estilo ha sido moderado y razonable, y a menudo han mostrado buena voluntad. El 23 de junio, fui trasladado de una residencia bajo vigilancia domiciliaria al Centro de Detención Nº 1 del Buró de Seguridad Pública Municipal de Pekín, conocido como Beikan. Durante mis seis meses en Beikan he visto mejoras en la gestión penitenciaria.

En 1996, pasé tiempo en el viejo Beikan (ubicado en Banbuqiao). En comparación con el antiguo Beikan de hace más de diez años, el actual Beikan presenta una gran mejora, tanto en su hardware (las instalaciones) como en su software (la gestión). En particular, la gestión humana promovida en el nuevo Beikan, basada en el respeto de los derechos y la integridad de los detenidos, ha llevado a una gestión flexible que influye en todos los aspectos de la conducta de los funcionarios de prisiones, y ha encontrado expresión en las “transmisiones televisivas reconfortantes”, la “revista de arrepentimiento”, y la música antes de las comidas, al despertar y antes de dormir. Este estilo de gestión permite a los detenidos experimentar un sentido de dignidad y calidez, y despierta su conciencia hacia el mantenimiento del orden en la prisión y hacia la oposición a los matones existentes entre los reclusos. No solo ha proporcionado un entorno de vida humana a los detenidos, sino que también ha mejorado el contexto de sus procesos judiciales respectivos y su estado de ánimo. He tenido contacto cercano con el funcionario del correccional Liu Zheng, quien ha estado a cargo de mi celda, y su respeto y cuidado hacia los detenidos podía verse en cada detalle de su trabajo, en cada una de sus palabras y acciones, que transmiten una sensación de calidez. Tal vez fue la buena fortuna que me permitió conocer a este sincero, honesto, concienzudo, y amable funcionario de prisiones, durante mi tiempo en Beikan.

Es precisamente a causa de tales convicciones y mi experiencia personal que creo firmemente que el progreso político de China no va a detenerse, y yo, lleno de optimismo, espero la llegada de una futura China libre. Porque no hay fuerza que pueda poner fin a la búsqueda humana de la libertad, y China al final se convertirá en una nación regida por la ley, donde reinan los derechos humanos. También espero que este tipo de progreso se pueda reflejar en este juicio mientras espero la decisión imparcial del tribunal, una decisión que resista la prueba de la historia.

Si se me permite decirlo, la experiencia más afortunada de estos últimos veinte años ha sido el amor desinteresado que he recibido de mi esposa, Liu Xia. Ella no ha podido estar hoy presente en la corte, pero todavía quiero decirte, querida mía, que creo firmemente en que tu amor por mí seguirá siendo el mismo que ha sido siempre. A lo largo de todos estos años que he vivido sin libertad, nuestro amor se ha llenado de amargura impuesta por circunstancias externas, pero cuando saboreo su recuerdo, sigue siendo infinito. Estoy cumpliendo mi condena en una prisión tangible, mientras tú esperas en la intangible cárcel del corazón. Tu amor es la luz del sol que salta por encima de estas altas paredes y penetra entre los barrotes de la ventana de mi celda, acariciando cada centímetro de mi piel, dando calor a cada célula de mi cuerpo, permitiéndome mantener siempre la paz, la apertura y la alegría en mi corazón, y llenando de significado cada minuto de mi tiempo en la cárcel. Mi amor por ti, por su parte, está tan lleno de remordimiento y pesar que a veces me hace tambalear bajo su peso. Soy una piedra insensata en el desierto, azotada por fuertes vientos y lluvias torrenciales, tan fría que nadie se atreve a tocarme. Pero mi amor es sólido y fuerte, capaz de perforar cualquier obstáculo. Incluso si me aplastaran hasta convertirme en polvo, usaría mis cenizas para abrazarte.

Querida mía, con tu amor puedo enfrentar mi juicio inminente con calma, sin remordimientos de las decisiones que he tomado y esperando el mañana con optimismo. Espero [el día] en que mi país sea una tierra con libertad de expresión, donde las expresiones de cada ciudadano sean tratadas con el mismo respeto, donde los diferentes valores, ideas, creencias y posiciones políticas […] puedan competir entre sí y coexistir pacíficamente; donde las opiniones de la mayoría y la minoría sean garantizadas por igual, y, en particular, donde las opiniones políticas que difieren de las que estén en el poder, sean plenamente respetadas y protegidas; donde todos los puntos de vista políticos se extiendan bajo el sol para que las personas elijan; donde cada ciudadano pueda afirmar, sin temor, sus opiniones políticas; y donde nadie pueda, bajo ninguna circunstancia, sufrir persecución política por expresar opiniones políticas divergentes. Espero ser la última víctima de la interminable inquisición literaria de China y que de ahora en adelante nadie sea incriminado por hablar.

La libertad de expresión es el fundamento de los derechos humanos, el origen de la humanidad, y la madre de la verdad. Estrangular la libertad de expresión significa pisotear los derechos humanos, reprimir la humanidad, y suprimir la verdad.

Con el ejercicio del derecho a la libertad de expresión que le confiere la Constitución, uno debería cumplir con la responsabilidad social de todo ciudadano chino. No hay nada delictivo en todo lo que he hecho. [Sin embargo], si se formulan cargos en mi contra por esto, no tengo ninguna queja. Gracias a todos".





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miércoles, 12 de julio de 2017

[A vuelapluma] La trampa de Tucídides





El rápido ascenso de Pekín pone en peligro la preponderancia de Washington. La historia nos enseña que en los próximos años el riesgo de una guerra entre ambos será muy real, pero también que hay maneras de evitarla, dice en un reciente artículo en El País el profesor Graham Allison, director del Centro Belfer de Ciencias y Asuntos Internacionales en la Kennedy School de Harvard y autor del libro Destined for War: Can American and China Escape Thucydides's Trap?

Este mes, bajo inmensas presiones de China, el nuevo presidente surcoreano, Moon Jae-in, dejó en suspenso parte del sistema antimisiles que estaba desplegando Estados Unidos en su país. Este episodio no es más que el último ejemplo del duelo de influencias entre Estados Unidos y China en la región de Asia-Pacífico. ¿Es posible que el duelo acabe convirtiéndose en una guerra abierta?, se pregunta el profesor Allison al comienzo de su artículo.

En mi nuevo libro —Destined for War: Can America and China Escape Thucydides's Trap?— argumento que, con el rumbo actual, el estallido de una guerra entre los dos países en las próximas décadas no solo es posible, sino mucho más probable de lo que se piensa. El motivo es la trampa de Tucídides: una tensión estructural letal que se produce cuando una potencia nueva reta a otra establecida. El primero en describir este fenómeno fue el historiador griego en su narración de la Guerra del Peloponeso. “La guerra era inevitable, por el ascenso de Atenas y el miedo que eso inspiró en Esparta”, explicaba Tucídides.

El proyecto de historia aplicada que dirijo en Harvard ha encontrado, en los últimos 500 años, 16 casos en los que el ascenso de una gran nación trastocó la posición de otra nación dominante. Doce de ellos terminaron provocando una guerra.

Un ejemplo claro es lo que ocurrió hace 100 años. ¿Cómo es posible que el asesinato de un archiduque desencadenara una conflagración tan catastrófica que los historiadores tuvieron que crear una categoría nueva, la de guerra mundial? La respuesta es que la tensión crónica causada por la rivalidad entre una potencia emergente y una potencia dominante provoca una dinámica fatal en la que acontecimientos que, en otro caso, serían insignificantes o al menos manejables pueden desatar una cascada de acciones y reacciones y desembocar en un resultado que nadie deseaba.

El hecho de que, en cuatro de los 16 casos, se evitara la guerra, significa que el resultado no está predeterminado. La trampa de Tucídides no es un concepto fatalista ni pesimista, sino que debe servir para que seamos conscientes del tremendo peligro creado por la situación actual entre Estados Unidos y China. Si las dos partes continúan como hasta ahora, la historia se repetirá.

El mundo no ha presenciado nada equiparable al cambio tan veloz y trascendental en el equilibrio de poder debido al ascenso de China. Si Estados Unidos fuera una empresa, podría decirse que, en los años inmediatamente posteriores a la II Guerra Mundial, facturaba el 50% del mercado económico mundial. En 1980 facturaba el 22%. Tres décadas de crecimiento superior al 10% de China han reducido la cuota estadounidense al 16%. Por su parte, China pasó de representar el 2% de la economía mundial en 1980 al 18% en 2016.

Para los estadounidenses acostumbrados a un mundo en el que su país era el número uno, la idea de que China pueda superarlos parece inconcebible. En los últimos años, los medios occidentales no dejan de hablar de la “desaceleración” china y la “recuperación” de Estados Unidos. Sin embargo, a pesar de su “desaceleración”, China crece tres veces más deprisa que EE UU. Según el Fondo Monetario Internacional, en 2014 China sobrepasó a Estados Unidos y se convirtió en la primera economía en términos de paridad de poder adquisitivo, que tanto la CIA como el FMI consideran el mejor criterio para comparar economías nacionales. Si los dos países continúan sus tendencias de crecimiento actuales, la economía china será un 50% mayor en 2023. Y tres veces mayor en 2040. Las afirmaciones del presidente Trump de que Estados Unidos ha estado “retrocediendo” frente a China reflejan, en parte, la realidad de esos cambios.

¿Podrán Trump y Xi Jinping gestionar la relación geopolítica más crucial del siglo XXI sin ir a la guerra? Desde el punto de vista de la personalidad, el presidente de Estados Unidos y el de China no pueden ser más distintos, pero se parecen en muchos otros aspectos. Ambos han prometido hacer que sus respectivos países vuelvan a ser grandes con un programa de cambios radicales. Todo el mundo conoce el famoso lema de Trump. Cuando Xi llegó al poder en 2012, también prometió devolver la grandeza a China, proclamó su “sueño chino” y llamó al “gran rejuvenecimiento de la nación china”.

Los dos se enorgullecen de lo que consideran sus extraordinarias cualidades de líderes. Trump alegó tener un instinto sin igual para los negocios como base de sus aspiraciones a la presidencia. Xi ha concentrado hasta tal punto el poder que muchos le llaman “el presidente de todo”. El excepcionalismo forma parte del programa político de los dos, y eso indica una semejanza más fundamental: cada uno de ellos tiene un gran complejo de superioridad y considera que no hay nadie que se le compare. Y, lo más importante, cada uno piensa que el otro país es el principal obstáculo para lograr sus objetivos.

El riesgo es que, en medio de la tensión estructural provocada por el ascenso de China y exacerbada por las visiones rivales de Xi y Trump, las crisis inevitables que, normalmente, podrían contenerse acaben desembocando en algo que no desea ninguna de las dos partes.

Aun así, la guerra no es inevitable. La historia demuestra que las grandes potencias pueden manejar las relaciones con sus rivales, incluso con las que amenazan con derrocarlas, sin desencadenar una guerra. El primero de los cuatro casos “sin guerra” que examino es la rivalidad entre un Portugal hegemónico y una España en ascenso a finales del siglo XV, cuando esta última, unida y rejuvenecida, empezó a desafiar el dominio comercial portugués y a hacerse con el poder colonial en el Nuevo Mundo. Cuando las dos potencias ibéricas estaban al borde de la guerra, la intervención del Papa y el Tratado de Tordesillas, de 1494, evitaron en el último momento una guerra devastadora.

El conflicto entre Portugal y España y los otros tres casos de resolución pacífica pueden enseñar mucho a los estadistas actuales, igual que los fracasos. ¿Seguirán Trump y Xi —o sus sucesores— los trágicos pasos de los gobernantes de Atenas y Esparta, de Gran Bretaña y Alemania? ¿O encontrarán una manera tan eficaz de evitar la guerra como Gran Bretaña y Estados Unidos hace un siglo y Estados Unidos y la Unión Soviética durante las cuatro décadas de la Guerra Fría? Nadie lo sabe, por supuesto. De lo que sí podemos estar seguros es de que la dinámica que descubrió Tucídides se intensificará en los próximos años.



Dibujo de Nicolás Aznárez para El País


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sábado, 8 de julio de 2017

[A vuelapluma] A vueltas con el orden global





Una Unión Europea cohesionada puede ayudar a catalizar reformas que doten a las instituciones multilaterales de más vigor y sensibilidad social, escribe en El País el profesor Javier Solana (Madrid, 1942), distinguished fellow en la Brookings Institution, presidente de ESADEgeo, el Centro de Economía y Geopolítica Global de ESADE, exministro de Cultura, de Educación y Ciencia, de Asuntos Exteriores, Secretario General de la OTAN, Alto Representante del Consejo para la Política Exterior y de Seguridad Común de la Unión Europea y Comandante en Jefe de la EUFOR. 

En los últimos tiempos, comienza diciendo, son muchos los analistas que argumentan que la Pax Americana tiene los días contados. A un ritmo cada vez mayor, se está erosionando la preeminencia de Estados Unidos en el panorama internacional, que ha estado vinculada a la ausencia de conflictos “calientes” entre grandes potencias durante las últimas décadas. Tanto otros estados como diversos actores no estatales están ganando protagonismo, mientras los Estados Unidos se alejan de su imagen de “nación indispensable”. Durante los primeros 150 días de la presidencia de Donald Trump, su lema de America First se ha manifestado más bien como America Alone, lo cual siembra todavía más dudas acerca del futuro de lo que suele llamarse “orden liberal internacional”.

El internacionalismo liberal se caracteriza por promover un ideal de apertura, tratando asimismo de dotar a las relaciones internacionales de un marco normativo e institucional de tipo multilateral. Al concluir la Segunda Guerra Mundial, estos principios proveyeron el sustrato ideológico de tratados como el GATT (Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio), que más tarde conduciría al establecimiento de la Organización Mundial del Comercio (OMC).

La Guerra Fría puso grandes trabas a las pretensiones globalizadoras del internacionalismo liberal, una ideología estrechamente asociada al bloque occidental y, más concretamente, a los países anglosajones. La caída del muro de Berlín dio paso al período de hegemonía incontestable de Estados Unidos y facilitó que se extendieran las estructuras de gobernanza que este país promulgaba, pero esto no se produjo ni con la velocidad ni en la proporción que se esperaba.

Aunque se iba hablando sin demasiados miramientos no solo de orden liberal internacional, sino incluso de orden liberal global o mundial, a principios del siglo XXI el mundo todavía exhibía un grado importante de fragmentación. Los atentados del 11 de septiembre de 2001, que provocaron que gran parte de los países cerrasen filas en torno a Estados Unidos, evidenciaron en el fondo la existencia de una segmentación política a dos niveles—internacional e intranacional—que fue in crescendo en los años posteriores. En el terreno económico, las divergencias tampoco desaparecieron por completo: de hecho, ni siquiera la Gran Recesión fue tan global como se suele sugerir en los países más desarrollados. Cabe recordar que en el año 2009, cuando se contrajo el PIB mundial, los dos estados más poblados del planeta—China e India—crecieron a un ritmo superior al 8%.

Del mismo modo que la crisis que condujo a la Gran Recesión se propagó desde el centro mismo del sistema financiero internacional, los países que están deshilachando el orden liberal son precisamente los que más capital político invirtieron en tejerlo. Las sacudidas que han supuesto el Brexit y la elección de Trump responden a una concatenación de fenómenos —como la frustración de las clases medias occidentales con la deslocalización y el dumping social, ligada a la revitalización de los nacionalismos excluyentes—que también ha hecho estragos en otros países. Un renovado énfasis en la soberanía westfaliana parece estar difundiéndose a lo largo y ancho del planeta, lo cual podría indicar que la descarnada rivalidad entre grandes potencias volverá a estar a la orden del día.

No obstante, este es un relato excesivamente alarmista. La China de Xi Jinping, cuyo vertiginoso ascenso genera grandes recelos, tal vez no sea una potencia tan revisionista como algunos piensan. Recientemente, el gobierno chino se desmarcó de Donald Trump e insistió en su apoyo al Acuerdo de París, del que la Administración estadounidense tiene intención de retirarse. Y en su simbólico discurso de principios de este año en el Foro Económico Mundial, el Presidente Xi se erigió en un firme defensor de la globalización, afirmando incluso que “los países deben abstenerse de perseguir sus propios intereses a expensas de los demás.”

Las autoridades chinas son conscientes de hasta qué punto su país se ha beneficiado de una mayor participación en los flujos económicos globales, y no están dispuestas a poner en riesgo el principal activo que las legitima a nivel interno: el crecimiento. El Belt and Road —que Xi Jinping ha bautizado como “el proyecto del siglo”— es un fiel reflejo de la apuesta estratégica de Pekín por reforzar sus vínculos comerciales con el resto de Eurasia y con África, aprovechando para dar un impulso a su “poder blando”. En lo que concierne a este último objetivo, China no está abogando de puertas afuera por socavar los cimientos del orden liberal. Sirva de muestra el llamativo comunicado de los líderes mundiales participantes en el Belt and Road Forum del mes de mayo pasado, en el que se comprometen a “promover la paz, la justicia, la cohesión social, la inclusión, la democracia, la buena gobernanza, el imperio de la ley, los derechos humanos, la igualdad de género y el empoderamiento de la mujer.”

No sería acertado interpretar este comunicado al pie de la letra, ni pasar por alto las tendencias neo-mercantilistas de China, cuyas regulaciones iliberales domésticas representan una contradicción ostensible. Pero tampoco resulta adecuado ver a China como un país homogéneo, con valores totalmente incompatibles con los que se atribuyen a Occidente. Los propios Estados Unidos distan mucho de ser homogéneos, con lo que también en este caso debemos resistirnos a caer en una contraproducente estigmatización, sobre todo teniendo en cuenta que Hillary Clinton superó a Donald Trump en el voto popular. Lo mismo puede decirse del Reino Unido, en el que los partidarios del Brexit se impusieron en el referéndum por la mínima.

En este momento de incertidumbre y desconcierto, concluye su artículo Javier Solana, la Unión Europea está en disposición de asumir un papel de liderazgo. La victoria del Emmanuel Macron en las presidenciales francesas debe servir de acicate para los defensores de un orden liberal que, a pesar de sus déficits y de sus múltiples adversarios, sigue representando el paradigma más atractivo y moldeable. Una Unión Europea cohesionada puede ayudar a catalizar una serie de reformas que doten a las instituciones multilaterales de un mayor vigor y de una sensibilidad social más marcada. Tendiendo la mano a los países emergentes, sin por ello perder nuestra esencia, todavía estamos a tiempo de construir —esta vez sí— un orden verdaderamente global. 



Mural. Pekín, Mayo de 2017


Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




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