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lunes, 24 de junio de 2013

Nada humano les fue ajeno: Volver a leer a los clásicos





La verdad es que no soy de los que necesitan muchos pretextos para volver a la lecturas de los clásicos. Ni tan siquiera cuando ese pretexto me lo ofrece la lectura del artículo de Félix de Azúa de hace unas semanas en El País titulado "La madre de la literatura".

La literatura europea moderna, dice en él, nace a finales del Renacimiento  gracias al impulso decisivo que provocan las diversas traducciones de la Biblia a las lenguas vernáculas. En España, salvo los intentos fallidos que cita en su artículo, contemporáneos a la obra cervantina, nunca llegó a existir un texto bíblico traducido que sirviera como modelo literario del español de la época. Por eso, es el "Don Quijote de La Mancha" de Cervantes, añade, quien va a cumplir en nuestro país con esas condiciones de fundación literaria de las lenguas vernáculas europeas, en este caso de la española, convirtiéndolo en una Biblia descreida e irónica; en una Biblia para un país sin Biblia.

El poeta irlandés W.B. Yeats, en el prólogo de su "El crepúsculo celta" (Alfaguara, Madrid, 1986) dice que el Arte es hijo de la Esperanza y la Memoria. Y esperanza y memoria es, precisamente, lo que nos depara la lectura de los textos clásicos. Por eso vuelvo a ellos con frecuencia, aun saltando de uno a otro con aparente incongruencial, tal y como Michel de Montaigne confesaba en sus "Ensayos" (Cátedra, Madrid, 1992) sobre lo desordenado de sus lecturas, también, y casi siempre, de los clásicos griegos y latinos que, él sí, dominaba a la perfección.

Nada humano les fue ajeno, se dice de ellos: Homero, Esquilo, Sófocles, Eurípides, Dante, Shakespeare, Cervantes... Los libros crecen con su lectura, puede leerse en el prólogo que Mario Vargas Llosa escribió para la edición conmemorativa del IV Centenario del "Don Quijote de La Mancha" (Alfaguara, Madrid, 2004) promovida por la Real Academia Española y la Asociación de Academias de la Lengua Española. Y la razón, dice, es que, como ocurre con otras obras maestras paradigmáticas como "Hamlet", "La Divina Comedia", la "Ilíada" o la "Odisea", evolucionan con el paso del tiempo y se recrean a sí mismas en función de las estéticas y los valores que cada cultura privilegia. Que viene a ser lo mismo que he expresado otras veces en el blog: que todo lo escrito en literatura desde hace dos mil años es una mera paráfrasis de lo que escribieron en Atenas entre los siglos V y IV antes de Cristo. Quizá exagero un poco, pero pienso que no ando muy descaminado en mi apreciación.

Quizá por eso, con el mismo desorden, pero también con el mismo interés y cariño que les profesaba Montaigne he vuelto en estos últimos días a la lectura simultánea de los trágicos griegos: las "Obras completas" de Esquilo, Sófocles y Eurípides (Cátedra, Madrid, 2004); la "Ilíada" de Homero (Círculo de Lectores, Barcelona, 1995); las ediciones citadas más arriba de Cervantes y Yeats; y el impresionante ensayo de Martha C. Nussbaum, premio Príncipe de Asturias de Humanidades, titulado "La fragilidad del bien. Fortuna y ética en la tragedia y la filosofía griega" (Antonio Machada, Madrid, 2004).

Si Cervantes fue capaz de escribir simultáneamente obras tan distintas y diferentes como la segunda parte de su "Don Quijote de La Mancha" y "Los trabajos de Persiles y Sigismunda", publicada después de su muerte, no parece tarea complicada simultanear lecturas tan afines, por su clasicismo, como las citadas.

Espero que disfruten del artículo de Azúa. Se lo recomiendo encarecidamente. Y sean felices, por favor. Y como decía Sócrates, "Ιωμεν". Tamaragua, amigos. HArendt




Entrada núm. 1889
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