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jueves, 13 de julio de 2017

[A vuelapluma] Dos o tres cosas sobre Simone Veil





Simone Veil (1927-2017) fue una abogada y política francesa, superviviente del Holocausto. Al frente del Ministerio de Sanidad en el gobierno de Valéry Giscard d'Estaing, promulgó la ley llamada ley Veil por la que se despenalizó el aborto en Francia. Fue también la primera mujer en presidir el Parlamento Europeo. Ocupó varios cargos ministeriales en el gobierno de Édouard Balladur, y fue miembro del Consejo Constitucional de Francia.

Era imperiosa y dulce, irascible y generosa. Nadie identificó con tanta precisión los rasgos que singularizan el Holocausto judío. Recibió toda clase de honores, pero llevó una existencia furtiva en una época a la que nunca se adaptó del todo, dice de ella el filósofo francés Bernard-Henri Lévy en un artículo en su homenaje publicado en El País con motivo de su reciente fallecimiento.

Primera imagen de Simone Veil. Septiembre de 1979, durante esas fechas, entre Rosh Hashaná y Yom Kipur, que la tradición denomina “días terribles”. Es una foto en blanco y negro, en la calle Geoffroy l'Asnier, en París, ante el Memorial del Mártir Judío Desconocido. En el estrado, un joven con la cabeza descubierta pronuncia un discurso de homenaje a los muertos de la Shoá. Ella está en primera fila, de pie, muy bella, perdida en sus pensamientos pero evidentemente atenta. Escéptica y severa. Incrédula y cautelosa. Más tarde, le dirá al joven en un tono de amable reproche: “Demasiado lírico”.

Algunos años antes, Simone había pronunciado ante el Parlamento el discurso que iba a cambiar la vida de las mujeres francesas y a marcar el septenio de Giscard d'Estaing como la abolición de la pena de muerte marcaría el de François Mitterrand. Simone parecía la Romy Schneider de El proceso de Orson Welles. Se la veía determinada pero forzada. En sus palabras, había desaprobación pero también una infinita melancolía. No creo que “llorase” tras el discurso, pero no dudo que vivió aquellos momentos en lo que cierto teólogo llamó “soledad última”.

A partir de entonces, recibiría toda clase de honores, sería celebrada, beatificada en vida y venerada pero, paradójicamente, llevaría una existencia furtiva en una época a la que nunca se adaptó del todo.

Siempre fue un enigma para sus contemporáneos, siempre ligeramente retraída, aunque tan transparente a sus propios ojos como es humanamente posible.

Simone era consciente de su misión, de la dirección que había tomado su destino y, también, de su deseo —al que nunca renunció— de romper con lo que una vez, en París, durante la manifestación de apoyo a las víctimas del atentado de la calle Copérnico, llamó “derelicción judía”.

¿Quién eres cuando has vivido lo imposible: mirar a la muerte a los ojos? ¿Cómo no guardar las distancias cuando has conocido en carne propia la doble experiencia del desastre y el milagro?

Nada la enojaba más que escuchar una y otra vez: “La Shoá es inenarrable y por eso los supervivientes, cuando regresaron, se encerraron en el silencio”. “Pues no”, tronaba ella. Ellos no pedían otra cosa que hablar. Era el mundo el que no quería escuchar. Y al contrario que el tópico que pretende que en el principio era la memoria y que esta fue reemplazada poco a poco por el olvido, ella pensaba que, para la generación de los campos, primero fue el olvido y la memoria tuvo que construirse paso a paso e imponerse a la banalización y a la negación.

¡Qué malestar cuando, ministra o eminencia, intentaba abordar el tema! ¿Y qué pensó cuando, durante una recepción, un hombre le preguntó si el tatuaje que llevaba en el brazo era el número del guardarropa?

Una vez nos peleamos. Fue en 1993. Yo acababa de llevarle a François Mitterrand un mensaje del presidente bosnio Izetbegovic, en el que este comparaba Sarajevo con el gueto de Varsovia; luego, había organizado un encuentro en París entre ambos mandatarios, con ocasión del cual Simone, Izetbegovic y yo cenamos en la cervecería Lipp junto con otros amigos de Bosnia. Ella no se anduvo por las ramas: “Las comparaciones son odiosas. Por extrema que sea la situación bosnia, equiparándola con el incomparable sufrimiento judío no le hacemos un favor a nadie”. Izetbegovic asintió con la cabeza y, curiosamente, pareció estar de acuerdo.

Era imperiosa y dulce. Irascible y generosa. En su defensa, hay que decir que nadie ha identificado con tanta precisión como ella los rasgos que, efectivamente, singularizan la Shoá. Fue un crimen, decía: 1. Sin huellas (ni órdenes escritas ni directivas oficiales, nunca, en ninguna parte); 2. Sin tumbas (su padre, su hermano, su madre, desaparecieron convertidos en cenizas y humo, sin otra tumba que su memoria y, al final de su vida, su autobiografía); 3. Sin ruinas (Auschwitz, cuando ella regresa años después, es un lugar apaciguado, neutralizado, aseptizado); 4. Sin escapatoria (un sarajevita tenía, al menos en teoría, la posibilidad de abandonar Sarajevo; un ruandés, Ruanda; un camboyano, Camboya; lo propio del Holocausto fue que no había ningún lugar adonde ir: el mundo era una trampa); 5. Sin el menor rastro de racionalidad (cuando tuvieron que escoger entre dar paso a un tren con tropas de camino al frente o a otro con judíos de camino a los hornos, los nazis siempre escogieron este último).

Y, luego, estaba Europa. Después de la guerra, había dos actitudes. La de Jankélévitch: culpabilidad ontológica de Alemania; corrupción definitiva de su lengua por las huestes hitlerianas; juramento de no volver a tener nada que ver ni con esa lengua ni con ese pueblo. Y la de Simone Veil: no hay culpabilidad colectiva; el alemán es la lengua del nazismo pero también del antinazismo; es posible levantar una Europa cuyos pilares serán, precisamente, esa Francia y esa Alemania que guardan luto por sus fantasmas.

Según Bachelard, el mundo puede reducirse a una serie de copyrights. La relatividad según Einstein. La duda según Descartes. La risa según Bergson o el infierno según Dante. Del mismo modo: Europa según Simone Veil. Pues ¿qué otro nombre sino el suyo me viene a la cabeza en este preciso instante si intento ponerle cara a la princesa Europa?

La última vez que hablé con ella fue hace 10 años, cuando le entregué el Premio Scopus de la Universidad de Jerusalén, termina Lévy su artículo. Estaba con Antoine, el hombre de su vida. Con Jean y Pierre-François, sus hijos. Cansada pero batalladora. Intranquila pero libre de nostalgia. En su elogio de la paz, la ciencia y el derecho, dijo, como en respuesta a un filósofo al que reprobaba: “Solo una palabra puede salvarnos”.



Dibujo de Enrique Flores para El País



Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt



HArendt






Entrada núm. 3633
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La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)

martes, 10 de septiembre de 2013

¿Qué queda de la "primavera árabe"? Especial sobre Egipto






Caricatura de Enrique Flores para El País



Justo hace un mes inició el diario El País la publicación de una serie de artículos sobre lo que quedaba de la llamada "Primavera árabe" una vez que el ejército egipcio había tomado de nuevo el control del país. Y lo hacía con una gran aportación, como suelen ser todas las suyas, del escritor y premio Nobel de Literatura, Mario Vargas Llosa, titulada "La Quinta Columna", rectificada al siguiente día por el propio autor en el mismo diario, por el error en el que había incurrido al decir que las milicias de Hezbollah apoyaban a los rebeldes sirios contra el régimen de El Asad.

A esta colaboración siguieron las del filósofo francés Bernard-Henry Levy, titulada "Grandes cementerios sobre el Nilo"; la del prestigioso abogado Jerónimo Paez con "La trágica deriva del mundo islámico"; la de Dominique Moisi, profesor del Instituto de Estudios Políticos de Paris, con su "Primavera árabe: el ganador menos pensado"; y la última, hasta ahora, la del profesor invitado de la Universidad "Pablo Olavide", de Sevilla, Sami Naïr, con su artículo "¿Qué pasa en Egipto?"

Por su parte, el Real Instituto Elcano, en Madrid, acaba de publicar en este mes de septiembre un número especial: "Egipto, transición 2.0", con colaboraciones como la de Julio de la Guardia, analista político residente en Jerusalén y El Cairo con "Egipto: el Estado contra los Hermanos Musulmanes"; de Félix Arteaga, investigador principal en materias de Seguridad y Defensa del Real Instituto Elcano con su "Lecciones aprendidas de las revueltas árabes: La deriva represiva de Egipto", ; y de de Hazam Amirah-Fernández, investigador principal en asuntos del Mediterráneo y el Mundo Árabe, también del Instituto Elcano, con "Egipto, rumbo al desastre".

Todo los asrtículos reseñados más arriba constituyen una puesta al día sobre la cuestión planteada al comienzo de esta entrada: ¿Qué queda de la "Primavera árabe"? En las colaboraciones citadas están algunas claves de las posibles respuestas a esa pregunta.

Sean felices, por favor. Y como decía Sócrates: "Ιωμεν", vámonos. Tamaragua, amigos. HArendt




Fotografía de Georges Fahmi (Real Instituto Elcano)





Entrada núm. 1964
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Pues tanto como saber me agrada dudar (Dante Alighieri)