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sábado, 9 de mayo de 2020

[ARCHIVO DEL BLOG] Hay pocas cosas nuevas bajo el sol. Publicada el 23 de noviembre de 2009





Fotograma de una representación de Antígona, de Sóflocles


Que hay pocas cosas nuevas bajo el Sol es una frase ciertamente manida, pero certera. Sobre todo en política. Y en teatro. En mi comentario de ayer en el Blog llegue a decir que a partir de determinado momento la vida de cada ser humano no es más que una paráfrasis de sí misma. Quizá pequé de exagerado, aunque no estoy muy seguro de ello. Desde luego en teatro y política todo lo que se ha dicho o escrito después del siglo V a.C. no es más una mera paráfrasis de lo que por aquellas fechas ya dejaron dicho Esquilo, Sófocles, Eurípides, Platón, Aristóteles, Tucídides, Heródoto y algunos otros atenienses más. 

El teatro y la democracia nacen casi al mismo tiempo y en el mismo lugar, en la Atenas del siglo V a.C., y no por casualidad. Hay un libro precioso titulado "La fragilidad del bien. Fortuna y ética en la tragedia y la filosofía griega" (Antonio Machado Libros, Madrid, 2004), de la profesora norteamericana de Derecho y Ética de la Universidad de Chicago, Martha C. Nussbaum, que explica muy bien esa inextricable relación entre Tragedia y Política que encontramos en la Atenas de esa época.

El mismo tema, pero con un enfoque distinto, lo trata el profesor Ferrán Requejo, catedrático de Ciencia Polítiica de la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona en su artículo "Tragedia y democracia (Porque no somos dioses)", publicado el pasado día 18 de noviembre en el Boletín electrónico de la Safe Democracy Foundation-Foro para una Democracia Segura, y que pueden leer en el enlace inmediatamente anterior.

Las tragedias clásicas, dice el profesor Ferrán Requejo, remiten al complejo mundo de las acciones humanas en cuanto éstas tienen de "representación" de valores muchas veces irreconciliables. Y lo mismo ocurre con nuestros actos políticos, nunca del todo decidibles de manera racional. En el núcleo de la democracia antigua, añade, se hallaba el intento de superar el despotismo y la anarquía a través de un sistema que permitiera la expresión de la pluralidad, pluralidad a la que el pensamiento liberal añadió la idea de los derechos individuales como fuente de legitimación y limitación del poder, convirtiendo a la democracia representativa y pluralista en algo "trágico" por necesidad.

No deberíamos tener tanto miedo al enfrentamiento político, pues ese enfrentamiento es la esencia de la democracia pluralista. Lo otro, la paz de los cementerios, es lo propio de las dictaduras y los estados totalitarios. Salgamos al ágora sin temor pues sólo a la luz pública de la controversia y la libre discusión la democracia tiene sentido. Pongámonos nuestra máscara de actores trágicos, nuestro "πρόσωπον" (prósopon), la que nos convierte de individuos en "personas" y ciudadanos y representemos nuestro papel en la escena pública. Como nos enseñaron los atenienses hace 2500 años. HArendt




El profesor Ferran Requejo


La reproducción de artículos firmados por otras personas en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




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jueves, 27 de julio de 2017

[A vuelapluma] Meditación en Atenas





Las democracias son mortales y la antigua Grecia nos lo demuestra. Paseando por sus ruinas no podemos olvidar que la demagogia subvirtió la democracia desde dentro. Cuando la segunda fue abolida, ningún discurso fue recordado, comenta en El País el escritor y director de la prestigiosa revista Letras Libres, Enrique Krauze.

El Pnyx, comienza diciendo Krauze, donde en un paréntesis de la historia (de 507 a 322 a. C.) se reunió la Asamblea Popular para dar vida a la democracia ateniense, es un lugar silencioso. De difícil acceso, vacío de atractivos artísticos —templos, columnas, estelas—, semeja un paisaje lunar. Se trata de una inmensa área semicircular de roca caliza contenida por un tosco contrafuerte, un pequeño estrado, denominado Bema, desde donde hablaban los oradores frente a 6.000 ciudadanos, y los vestigios de unas escalinatas. Nada más. Acompañados de mi sobrina Sofía y sus hijas Alpha y Zoe —mitad mexicanas, mitad griegas—, Andrea y yo lo visitamos una mañana de junio y permanecimos varias horas.

Por la tarde, en una librería de viejo, compramos Greece: Pictorial, Descriptive, and Historical, precioso libro ilustrado de Christopher Wordsworth —maestro de Trinity College, sobrino del gran poeta—. Basado sobre todo en las crónicas de Pausanias —geógrafo griego del siglo II—, y publicado por primera vez en 1839, recrea líricamente el trance del orador en aquel espacio abierto al este de la Acrópolis. “A poca distancia bajo el orador, el Ágora, llena de estatuas, altares y templos. Más allá el Areópago, el más antiguo y venerable tribunal de Grecia. Por encima, la Acrópolis, presentando a sus ojos las alas, el pórtico y el frontón de los nobles propileos. Y alzando aún más la vista, el coloso de bronce de Minerva y el Partenón”. A los costados del Pnyx, el sabio distingue las veredas que conducen a los oráculos de Eleusis y la colina donde Jerjes contempló la batalla. Y a espaldas del recinto, el Pireo y el mar, navíos y flotas que llegaban hasta los confines del mundo.

La imaginación romántica de Wordsworth atribuye la inspiración del orador ateniense a aquel escenario que lo circunda: “Estos son los objetos que lo rodean al subirse a su Bema. Ante esa presencia habla. Son las alas que lo empujan hacia la gloria. Son también, si se puede decir, las palancas con las que eleva a su audiencia, en tanto que avivan sus corazones de la misma manera que el suyo. No cabe duda, por eso, de que en una tierra como ésta la elocuencia floreciera con un vigor desconocido en otros lugares”.

Hermosa evocación, pero quizá lo inverso sea más cierto: buena parte de ese escenario (artístico, histórico, mitológico), y las obras que se produjeron en esa corta época (tragedias, comedias, historias, tratados filosóficos), era producto de la vida áspera, incierta, valerosa, igualitaria y, ante todo, deliberativa que eligieron los atenienses. Eran producto de la democracia.

En una reseña sobre The Athenian Democracy in the Age of Demosthenes: Structure, Principles, and Ideology, del historiador danés Mogens Herman Hansen —obra suprema, no traducida que sepamos al español—, mi amigo el filósofo y poeta Julio Hubard escribió no hace mucho en Letras Libres: “La democracia es una estructura no de piedras sino de palabras. El secreto es la voz en el espacio público. Un polités ateniense tiene la obligación de hablar entre sus pares y hacerlo claramente: las ambigüedades eran consideradas defecto moral”. Según Hansen, los oradores razonaban desde la Bema, unos a favor, otros en contra, y la asamblea —reunida no menos de 40 veces al año— deliberaba y votaba a mano alzada. A diferencia de Roma, no los movía la obediencia a una autoridad superior, la excitativa del Estado o el afán de divertirse. Ni pan ni circo. Los movía la alta vocación de participar en la vida en común y decidir el destino de la polis. En el Pnyx se tomaron decisiones trascendentales, muchas benéficas, otras desastrosas: declaraciones de guerra, tratados de paz, decretos justos e injustos de ostracismo y muerte. A juzgar por sus obras, acertó más veces de las que erró. Según Herodoto, aun así el éxito militar de Atenas se debía a la democracia. Golpeada por las plagas, acosada por los enemigos, deturpada por los oligarcas, la democracia usó la persuasión, alentó la crítica —aun la más feroz, contra ella misma—, y resistió hasta sucumbir por dos causas principales: la fuerza externa —la conquista— y la mentira interna —la demagogia—.

En el Museo de la Stoa, en el Ágora, vimos una estela con la figura de una joven honrando a un anciano en su trono. La joven era la democracia —elevada al rango de diosa en 404 a. C.— coronando al venerable Demos, el pueblo. “Si alguien se levanta contra la democracia y contra el Demos buscando establecer la tiranía —rezaba la inscripción inferior— quien lo mate, no tendrá culpa”. La fecha de la estela (337/6) coincide con la súbita muerte de Filipo II —vencedor de los atenienses dos años antes, en Queronea— y el ascenso de su hijo Alejandro Magno, que culminó con la conquista de Grecia. Al morir súbitamente Alejandro, un torvo sucesor culminó la destrucción: “No hay —escribe Hansen— un solo discurso posterior a la abolición de la democracia, llevada a cabo por Antípatro en 322 a. C.”. Antes que vivir en servidumbre, Demóstenes, el orador supremo, el crítico de Filipo y Alejandro, se quitó la vida. Y el Pnyx guardó silencio desde entonces.

Casi un siglo antes, una enemiga más sutil —la demagogia— había comenzado a insinuarse en el cuerpo de la democracia para minarla y subvertirla desde dentro, mediante el uso torcido, falaz e interesado de la palabra. A fines del siglo V Aristófanes y Tucídides la denunciaron por su nombre. Lo mismo —copiosamente— Platón y Aristóteles, en el IV. Los filósofos no eran amigos de la democracia, pero comprendieron que la demagogia era a la democracia lo que la sofística a la filosofía: una adulteración letal de la verdad, un culto cínico al éxito a través de la mentira.

En la misma librería de viejo compré un grabado de Le Roi —segunda mitad del siglo XVIII— con una vista del Pnyx en tiempos de la dominación turca. Unos hombres con turbante conversan animadamente al pie del Areópago; otros ascienden por sus escaleras; y, en las ruinas del antiguo Odeón, otro más reza mirando hacia La Meca. Ninguno sospecha ni remotamente lo que significa ese escenario, el tesoro que resguarda, hecho de palabras antes que de piedras. Nosotros no podemos caer en esa amnesia. Advertidos de que las democracias son mortales, debemos honrar las voces de aquel pasado y defender la palabra libre, razonada, transparente y veraz, ante la tiranía y la demagogia.






Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt



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sábado, 5 de enero de 2013

Mi regalo de Reyes: "Lisístrata", de Aristófanes




Lisístrata



La Noche de Reyes es en España una noche mágica. Para los que tenemos hijos y nietos pequeños, sin duda la más mágica y hermosa del año. A pesar de todas las dificultades presentes, ninguna familia española dejará esta noche de preparar algún regalo, por humilde que resulte, a los más pequeños de la casa para que lo encuentren al despertar junto a sus zapatos.

El pasado año por estas mismas fechas puse en el blog como regalo de Reyes a sus lectores el enlace a uno de los diálogos más hermosos de Platón: El banquete. Un bellísimo texto sobre la naturaleza del amor.

He estado debatiéndome en la duda sobre mi regalo de Reyes de este año a los amables seguidores de Desde el trópico de Cáncer. Dudé entre la Antígona de Sófocles, o la Ifigenia en Áulide de Eurípides. Finalmente, pensé que a pesar de la inmensa belleza de cualquiera de las dos obras citadas, la festividad que conmemoramos se merecía un texto más alegre y desenfadado. En conclusión, les dejo como regalo la Lisístrata de Aristófanes, una divertídima y salaz comedia escrita el año 411 a.C., cuando Atenas y los atenienses pasaban por uno de sus peores momentos, en una profundísima crisis política, militar, económica y social, de la que no volvería la ciudad-estado a recuperarse.

Les supongo enterados de la trama: Lisístrada es una matrona ateniense que, cansada de las contínuas guerras entre atenienses y espartanos, se confabula con las demás mujeres de la ciudad para declararse en abstinencia sexual a los requerimientos de sus aguerridos maridos, encerrándose en la acrópolis y adueñándose del tesoro de la ciudad. Y todo, para obligar a sus hombres a buscar la paz. El resultado de su osada aventura se lo pueden ustedes imaginar... Pero mejor, léanla... 

El vídeo que acompaño corresponde a una de las escena de la Lisístrata representada por la compañía Sephirot en el Festival de Teatro Clásico que se celebra anualmente en la ciudad extremeña de Mérida.

Sean felices, por favor. Y como decía Sócrates, "Ιωμεν". Tamaragua, amigos. HArendt










Entrada núm. 1776
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"Tanto como saber, me agrada dudar" (Dante)
"La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura" (Voltaire)
"La historia del mundo no es un suelo en el que florezca la felicidad. Los tiempos felices son en ella páginas en blanco" (Hegel)
"Todas las penas pueden soportarse si las ponemos en una historia o contamos una historia sobre ellas" (Isak Dinesen)

lunes, 9 de enero de 2012

El "Banquete" de Platón como regalo de Reyes








Con unos días de retraso a causa de fallos de funcionamiento del portátil entrego con verdadero placer a los amables lectores de "Desde el trópico de Cáncer" mi personal regalo de Reyes. Desde este enlace (pinchen sobre él y dejen que el ordenador les lleve hasta el libro) pueden acceder a unos de los textos más hermosos de los escritos por Platón: "Banquete", en griego antiguo Συμπόσιον (Simposio). Un diálogo sobre la naturaleza del amor, escrito hacia el año 380 a.C., en el que uno de los personaje más significativos del mismo va a ser una mujer, Diotima de Mantinea, una filósofa cuya existencia histórica real no está confirmada, de la que el mismo Sócrates dice en el diálogo que fue la persona que le instruyó sobre la verdadera naturaleza del amor.

La narración se sitúa en el banquete organizado por el poeta Agatón para celebrar su victoria en las fiestas Leneas del 416 a. C. Tras la comida, los asistentes proponen pasar el tiempo debatiendo sobre el Amor, el dios Eros, considerado como uno de los más antiguos y admirables de los dioses, su doble naturaleza (la vulgar y la que aspira a lo bello y lo bueno) y también sobre el amor entendido como el principio fundamental que junto al odio domina a la naturaleza y al hombre.


Uno de los asistentes, el comediógrafo Aristófanes, cuenta entonces el famoso mito según el cual hubo un tiempo en que la tierra estaba habitada por personas esféricas con dos caras, cuatro piernas y cuatro brazos. Tres sexos existían entonces: el masculino, descendiente del sol; el femenino, descendiente de la tierra y el andrógino, descendiente de la luna, que participaba en ambos. La arrogancia de estos seres provocó la ira de Zeus que para someterlos los dividió con su rayo, convirtiéndolos en seres incompletos y condenándolos a anhelar siempre la unión con su mitad perdida.

Cuando le llega su turno, Sócrates explica que fue instruido en asuntos amorosos por Diotima, una sabia mujer de Mantinea que le enseñó en que consistía la sublimación del amor, un proceso por el cual el amor a un cuerpo bello nos conduce a amar todos los cuerpos bellos, a todas las cosas bellas y a la Belleza en sí, que para Sócrates, resulta idéntica a lo Bueno.

Al final del diálogo un ebrio Alcibíades, el personaje central del diálogo, elogia la figura misma de Sócrates, alabando su templanza y su apego a la verdad, a cuya búsqueda vive consagrado, poniéndolo como ejemplo de virtud al narrar como a pesar de las alabanzas que toda Atenas rendía a su belleza física, Sócrates había rehusado trato sexual con él.

Por una sola vez les ruego que confíen en mí. Léanlo y disfrútenlo. Desde luego exige un pequeño mayor esfuerzo que la lectura de algunos de los miles de libros que llenan las estanterías de las grandes superficies comerciales y de los que dentro de dos o tres años nadie se acordará. Pero de lo que estoy seguro es de que dentro de otros 2500 años, con 50 siglos a cuestas,  el "Banquete" de Platón, seguirá deleitando por su belleza a todos aquellos que se acerquen a él.


En cuanto a su interpretación más genuinamente filosófica, les recomiendo la lectura del capítulo VI de "La fragilidad del bien. Fortuna y ética en la tragedia y la filosofía griega" (Antonio Machado, Madrid, 2004) de la historiadora norteamericana, y Premio Príncipe de Asturias de Humanidades, Martha C. Nussbaum.

En este vídeo con el que acompaño a la entrada pueden ver una escena de la representación del "Banquete" platónico realizada por alumnos de la Facultad de Filosofía y Estética de la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona.

Y sean felices, por favor, que no corren buenos tiempos para la lírica. Tamaragua, amigos. HArendt











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Entrada núm. 1448


"Tanto como saber, me agrada dudar" (Dante)
"La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura" (Voltaire)
"La historia del mundo no es un suelo en el que florezca la felicidad.
Los tiempos felices son en ella páginas en blanco" (Hegel)