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miércoles, 5 de diciembre de 2018

[A VUELAPLUMA] ¡Feliz 40 cumpleaños, Constitución!





Mañana hace siete años que escribí en el blog la que es, hasta ahora mismo, la entrada más veces vista en Desde el trópico de Cáncer en los doce años de vida del mismo. No me parece que fuera una entrada especialmente interesante, salvo quizá, por los enlaces que en ella ponía a los textos que fueron jalonando todo el proceso constitucional. Hoy, que celebramos con satisfacción y orgullo el 40 aniversario de la aprobación en referéndum de la Constitución de 1978, reedito la entrada original del 6 de diciembre de 2011, y añado a la misma el artículo que con motivo de la efeméride escribía hace unos días el profesor Antonio Rovira, catedrático de Derecho Constitucional de la Universidad Autónoma de Madrid. Y al final de la entrada pueden ver algunas de las viñetas más famosas sobre la Constitución, publicadas a lo largo de últimos cuarenta años por los mejores dibujantes de humor españoles. Disfruten de ellas. ¡Ah, y Feliz Día de la Constitución!...




Escudo de Armas de España


Mañana se cumplen cuarenta años del referéndum que aprobó el proyecto de Constitución española de 1978. Como historiador, apegado a los documentos por deformación profesional, les invito a conmemorar el aniversario compartiendo con ustedes varios de ellos sobre la Constitución española:

1.- Proceso parlamentario de tramitación y discusión del proyecto de Constitución (Diarios de Sesiones de las Comisiones constitucionales de Congreso y Senado y de los plenarios de ambas cámaras). 

2.- Diario del Sesiones del Pleno del Congreso de los Diputados, de 31 de octubre de 1978, que aprobó el proyecto de Constitución.






Congreso de los Diputados, Madrid (España)



¿Qué festejamos el 6 de diciembre?, comienza preguntándose Antonio Rovira. Sin duda, añade, nuestro acontecimiento político más glorioso, porque también se conmemoran momentos tristes y se recuerdan derrotas. En este caso celebramos la restauración de la democracia mediante la aprobación de la Constitución, que por fuerza está un poco gastada pero a la que le rendimos culto por los grandes servicios prestados.

¿Qué es pues la Constitución? Desde luego no es el fin, no tiene nada que sea trascendente. La Constitución es una herramienta. ¿Hay que recordarlo? Es un producto nuestro, incluso demasiado nuestro, parcial, imperfecto, caprichoso, interesado, que envejece como cualquier otra materia. Es un contrato social con un montón de cláusulas, enunciados y palabras que ordenan una comunidad estableciendo quién puede ejercer el poder y en qué condiciones, cómo se hacen las leyes y cuáles son nuestros derechos. Y, como todo contrato, resulta más difícil reformarlo que aprobarlo.

Además, en la Constitución nada puede darse por sentado porque sus palabras también son apariencia, aproximación, juego y nunca son inofensivas, siempre esconden intenciones. No tenemos otra forma de hacer las cosas. Los enunciados de la Constitución también son una máscara y no son nada hasta que se aplican.

Pero por muy enciclopédica que sea la Constitución, es muda, necesita que alguien hable por ella, y ahí está el problema porque, cuando hablamos, cuando interpretamos, lo hacemos con nuestro cerebro y por tanto a partir de prejuicios, ideologías e intereses que fácilmente pueden hacer decir a la Constitución lo contrario de lo que nos propusimos que dijera.

Entonces, ¿quién manda? Sin duda aquellos que dan voz a las palabras, aquellos que disponen de los medios para dominarlas, eso es todo porque una misma palabra cambia de sentido de acuerdo con la fuerza que se apodera de ella, y, claro, ahora que regresa el runrún autoritario y espiritual, si no fabricamos resistencias y desvelamos sus intenciones, estamos perdidos y ya vamos un poco contra corriente.

Pero ¿cómo íbamos a imaginar que las palabras fundamentales correrían tanto peligro? Solo hay que ver cómo se están transformando conceptos como democracia, Constitución, libertad, federalismo… Y qué me decís del término “seguridad”, bajo el que se han logrado los mayores avances en derechos y libertades y ahora se utiliza para justificar desproporcionadas e insólitas restricciones y sanciones.

No es esto. La seguridad no se logra automáticamente cuando se aprueba la Constitución, cuando se crea un determinado orden con sus instituciones y procedimientos. Qué fácil sería. Las dictaduras proporcionan siempre orden, incluso certeza, pero también temor y mucha inseguridad. ¿Cómo podemos olvidarlo?

En cambio, en democracia, el derecho a la seguridad consiste en vivir con el convencimiento de que el orden constitucional garantiza efectivamente las exigencias humanas de libertad, igualdad, justicia, solidaridad…, que vivimos con la tranquilidad, con la convicción de que nuestros derechos están protegidos frente a los demás y frente a los más fuertes.

Seguridad entonces no solamente por el orden instaurado, sino por el resultado alcanzado, por la certeza de que podemos expresarnos sin temor a ser censurados o incluso sancionados por una canción de mal gusto, que podemos manifestarnos sin temor a ser sancionados con desproporcionadas e intimidatorias multas y que podemos pasear de madrugada por la plaza Mayor sin temor a ser asaltados o detenidos, y cuando pasa, conocemos el camino para encontrar protección.

Otras palabras sin embargo no cambian, simplemente se vacían hasta no decir nada. Las repetimos, pero sin convicción, y como el eco se van desvaneciendo hasta que dejamos de entenderlas. “Federalismo”, por ejemplo, ¿acaso es una posición que puede realizarse o se dice porque no se sabe qué otra cosa decir, como un gesto, una pose que ni se siente en la piel ni acelera los latidos del corazón? De lo que no tengo duda es de que la palabra federalismo se ha convertido en un trasto, en una carga que por sí sola divide y frena cualquier acuerdo. Además, es una palabra que nace del recuerdo y nuestra experiencia federal no es precisamente ejemplar.

Quizá se quiera utilizar como un inapelable argumento técnico, la técnica como única verdad, pero jurídicamente el federalismo también se ha vaciado, y si no que me expliquen cómo se autentifica un sistema federal y con qué criterios: origen, competencias, un Senado…, y quién firma el certificado. En fin, ¿qué es lo que lo hace único? ¿Qué le falta a nuestra autonomía para ser digna de su nombre?

Admitámoslo, el federalismo como modelo ya no supone una diferencia. ¿Dónde quedan las viejas relaciones entre los Estados basadas en la idea de soberanía? Solo veo federalismos centralizados y cooperativos con fórmulas para compartir responsabilidades entre los niveles estatal, federal y con base en la teoría de las relaciones intergubernamentales, que insiste en la idea de relación antes que en la de conflicto para decidir qué Gobierno hará frente a cada una de las demandas ciudadanas y quién va a financiarlas. ¿Acaso no es esto lo que estamos discutiendo aquí? En fin, que la confrontación entre federalismo y autonomía no se sostiene, son conceptos que no tienen un significado más allá del ordenamiento que los utiliza y concretarlos es la tarea política de cada uno de ellos.

Y, ¿cómo no?, también se está trivializando la “libertad”. Cuando la Constitución dice libertad no se está refiriendo a la libertad formal sin efectos ni consecuencias, sino a la libertad en concreto, la libertad de elegir, de equivocarse, a la libertad como autonomía personal, como la capacidad para poder decir “no”, porque defendemos los derechos humanos para realizarnos, pero también para defendernos y resistir.

¿Y los deberes?, me preguntan los escépticos. Respetar tus derechos es mi deber, les contesto. Cuando decimos derechos también estamos diciendo deberes, obligaciones, restricciones, límites. Que no se preocupen, no puede haber derechos sin deberes, pero, ¡ojo!, tampoco debe haber deberes sin derechos.

Pues bien, los derechos/deberes son la finalidad de la Constitución, y con esto sería suficiente si no fuera porque es muda y hay que leerla, hay que aplicarla y los encargados de hacerlo están fracasando. Estamos metidos en una época de decadencia política donde las instituciones, los poderes, el propio Estado y por supuesto la Universidad, tal como eran, están desapareciendo. Existen pero han perdido el poder y ha empezado su descomposición. ¿No veis cómo se están hinchando? Han perdido la vida aunque seguirán existiendo durante décadas, y el que no lo vea es porque no se atreve a mirarlos.

Pero, a pesar de todo, “¿por qué otro mundo, Señor, si para mí, como este, no puede haber otro mejor?” (J. Maragall).


Dibujo de Eduardo Estrada para El País



Desde este enlace pueden ustedes acceder al Especial (un docuweb de textos e imágenes interactivos) que El País dedica al 40 aniversario de la Constitución.

Y para terminar, les dejo con algunas viñetas de los mejores dibujantes de humor españoles, publicadas a lo largo de estos cuarenta últimos años en homenaje a nuestra Constitución.






Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt 



HArendt






Entrada núm. 4678
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"La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura" (Voltaire)

jueves, 30 de julio de 2015

[A vuelapluma] La Constitución: Una reforma necesaria



Viñeta de Forges



No hace falta haber leído a Heráclito (535-484 a.C.) para darse cuenta de que todo fluye, que nunca podemos bañarnos dos veces en el mismo río, y que todo lo existente está en un proceso de cambio incesante de nacimiento y destrucción al que nada escapa. Incluso las constituciones. Hasta la española de 1978. La constitución vigente, que ha prestado grandes servicios, ya no es suficiente para garantizar nuestros derechos. Estamos obligados a fijar nuevas reglas que limiten el poder, también el financiero, y devuelvan la eficiencia a nuestros dirigentes. Lo dice, entre otros muchos, el profesor Antonio Rovira, catedrático de Derecho Constitucional y director del Máster en Gobernanza y Derechos Humanos (Cátedra J. Polanco/Fundación Santillana), de la Universidad Autónoma de Madrid, en un artículo que ayer publicaba el diario El País, bajo el título de "Cambio y Constitución". Una reforma en la que todas las fuerzas políticas, las de siempre y las emergentes, parecen estar de acuerdo, al menos en su oportunidad y necesidad, que no en su alcance. Todas, menos el gobierno nacional y el partido que lo sustenta. 

Dice el profesor Rovira que la necesidad lo determina todo. Que somos la única especie que para poder vivir tiene forzosamente que decidir, elegir y competir. Y esta necesidad se ha convertido en nuestra categoría diferenciadora y nos ha forzado a organizarnos y a fabricar el Derecho, un conjunto de palabras, de reglas que inventamos para poder defendernos, para poder mantenernos. Que la verdad en Derecho, dice, es verdad porque nos interesa, y que por eso no hay ningún Estado sin Derecho aunque solo el Estado de Derecho, la democracia, viene regulada y sometida a una norma superior que nos dice quién puede ejercer el poder y en qué condiciones, cómo se hacen las leyes y cuáles son nuestros poderes. Así, continúa diciendo, la Constitución es un producto nuestro, demasiado nuestro: parcial, imperfecto, caprichoso y siempre interesado, que debe cambiar porque sus palabras también envejecen y se desgastan como cualquier otra materia. Lo mismo que pensaba Heráclito hace veinticinco siglos.

La Constitución es como el agua o el oxígeno, una herramienta, añade, no un fin; un instrumento que no tiene nada de trascendente. Un pacto, un contrato social que institucionaliza un determinado orden que será justo si sirve para realizar los derechos. Por eso la Constitución o la ley a toda costa no tiene sentido, porque lo primero debe ser la persona, todo lo demás son medios e instrumentos.

Por eso, continúa diciendo, hace apenas una generación los ciudadanos nos tomamos muy en serio y consensuamos la mejor, la más eficiente Constitución de nuestra historia. Pero todo lo que tiene un principio tiene un final. Por ejemplo, dice, la forma de elección de nuestros representantes, necesaria y adecuada para consolidar la democracia tras décadas de dictadura, ya no nos representa ni nos sirve, y las dotadas y caras instituciones de garantía han dejado de ser comisiones de control para convertirse en instrumentos de los partidos y del Gobierno al que deberían vigilar, pues están a sus órdenes, pendientes de sus intereses e instrucciones.

El "príncipe" de cada partido, añade, designa a los diputados y senadores que nombran directa o indirectamente a los miembros del Tribunal Constitucional, Consejo General del Poder Judicial, al Defensor del Pueblo…,  y a gran parte de la Administración central, autonómica y local, y también a los consejeros de empresas públicas, del Banco de España… Esto ocurre hoy, cuando es más necesario que nunca poner freno al caciquismo y clientelismo de la función pública, entre otras cosas porque oculta y facilita la corrupción. Por eso, el cambio también implica sacar a los amigos y familiares de los cargos públicos y eliminar los privilegios de aquellos partidos políticos que han recibido dinero de forma ilimitada de cajas y bancos que salvamos de la quiebra con nuestros impuestos. 

Por supuesto que sabemos, añade, que la Constitución por sí sola no puede cambiar la realidad, que no resuelve los problemas, pero qué duda cabe de que sí nos dice quién puede y debe hacerlo. Hay que fijar nuevas reglas que limiten el poder, también financiero, y devuelvan la eficiencia a nuestros dirigentes y la confianza en nuestros representantes. Necesitamos como el agua un cambio constitucional creíble y que esté por encima de “todos”. Los cambios, concluye, casi nunca son voluntarios; los cambios suelen ser inevitables y necesarios y siempre los impulsan los que no están bien, los que más los necesitan. Y hay que abordarlos, sin los tradicionales extremismos, que son la mejor forma de eludir los compromisos. Tan peligroso es no afrontar la situación como afrontarla desde la perspectiva apocalíptica del que se consuela divulgando sus frustraciones diciendo que no merece la pena hacer nada, que no hay remedio, que no hay solución, porque sí las hay, aunque parciales y temporales… Todo se construye a trozos. Y porque como decía Heráclito, no hay nada inmutable y todo cambia...

Y ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν", nos vamos. Sean felices, por favor. Tamaragua, amigos. HArendt




Constitución Española




Entrada 2394
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