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domingo, 2 de febrero de 2014

Sobre la Historia y sus tergiversaciones




La rendición de Breda, por Diego Velázquez (Museo del Prado, Madrid)



Nunca me ha convencido del todo esa frase tan manida de que la Historia la escriben los vencedores. La Historia la escriben los historiadores en base a documentos, relatos y objetos materiales de valor objetivo, que luego ordenan, exponen e interpretan según su saber y entender. Y en ese saber y entender es donde está la clave. Porque los hechos son los hechos se miren por donde se miren, aunque claro está, cada uno los mira como puede, como quiere o como le dejan. Por esa la Historia no está nunca escrita del todo.

Tergiversaciones de la Historia ha habido y seguirá habiendo mientras haya algo que contar sobre nuestro pasado, y contra más lejano sea ese pasado, más tergiversaciones, involuntarias o a propósito, habrá. Traigo hoy al blog varios artículos recientes que hablan sobre esas tergiversaciones.

El profesor Carlos A. Segovia, inicia el suyo, cuyo enlace pongo más adelante, con una declaración de principios que debería constituir el "leit motiv" de todo historiador que se precie: "No puede haber, por definición, investigación sin método; ni método carente de principios. Y el primero que debe regir toda investigación antropológica o sociocultural (o histórica, añado yo) que se pretenda verdaderamente seria lo formulaba inmejorablemente Bruce Lincoln a mediados de los años noventa: cuando uno accede a que sean aquellos a quienes uno debe estudiar quienes definan los términos en que deben ser estudiados, renuncia pura y simplemente a su condición científica para convertirse en un mero amanuense o, en el peor de los casos, en una suerte de animador político o deportivo. Lo sorprendente es que, a día de hoy, haya ámbitos de estudio en los que enunciar esta aparente obviedad sea motivo de escándalo y controversia".

El primero de los artículos citados trata sobre un libro que acabo de leer con placer: "La herencias viva de los clásicos. Tradiciones, aventuras e innovaciones" (Crítica, Barcelona, 2013), de Mary Beard, catedrática de Clásicas en la Universidad de Cambridge, comentado por el profesor Carlos García Gual el pasado diciembre en el blog Vitrinas de Revista de Libros. Considerada como la mayor autoridad mundial actual sobre estudios clásicos, la profesora Mary Beard, desmonta con amenidad y humor los mitos que la historia y los historiadores han ido acumulando siglo tras siglo sobre los personajes de la Grecia y la Roma clásicas: desde el cretense Minos, hasta Calígula o Adriano, pasando por Tucídides, Alejandro Magno, Cleopatra, Julio César o Augusto.

El segundo, titulado "La falsa Tizona, el falso don Pelayo", de F.Javier Herrera, publicado en el blog Historia(s) de El País, el 9 de enero pasado, persigue una finalidad similar: en este caso, hacer ver la tergiversación en provecho propio que las clases y grupos dirigentes españoles han hecho en los momentos convenientes (para sus intereses) de los acontecimientos más importantes y significativos de la historia patria. Por ejemplo, como reza el título del artículo, sobre el mito de don Pelayo o la espada del Cid, pero también sobre el cuadro "La rendición de Breda", de Diego Velázquez, o la primacía de Toledo como cabeza de la iglesia española.   

Más enjundioso, y no lo digo solo por su extensión, me ha parecido el artículo "Los orígenes del Corán. Del simulacro al laberinto", de Carlos A. Segovia, profesor de Estudios Islámicos en la Saint-Louis University, aparecido en el número del pasado enero de Revista de Libros, reseñando las publicaciones más recientes en el plano académico internacional sobre los orígenes y expansión del Islam y sobre la figura real, histórica y mitificada de su fundador, el profeta Mahoma. 

El último de los artículo que reseño trata también sobre el fenómeno religioso, en este caso sobre los orígenes del cristianismo y de quién es considerado el fundador de su iglesia, el apóstol san Pablo. Lleva por título: "La investigación moderna sobre Pablo de Tarso. Nuevas perspectivas". Está escrito por el profesor Antonio Piñero, y se publicó en el número de noviembre pasado de Revista de Libros. El artículo del profesor Piñero, catedrático de Filología Griega en la Universidad Complutense de Madrid, reseña las publicaciones académicas más recientes sobre el origen y expansión del cristianismo primitivo, sobre todo a partir del estudio y exégesis de las cartas de san Pablo contenidas en el Nuevo Testamento. La conclusión fundamental a la que llegan esos estudios es que Pablo de Tarso nunca pretendió fundar una nueva iglesia al margen del judaísmo de su época, tesis esta que no comparte plenamente el profesor Piñero.

Sean felices, por favor. Y ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt





Pablo de Tarso




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Pues tanto como saber me agrada dudar (Dante Alighieri)

martes, 6 de agosto de 2013

La esencia del cristianismo es Cristo, no Dios...





Pantócrator de San Clemente de Taüll (Cataluña, España)



No soy creyente, así que no se me desanimen de entrada por el epígrafe. Lo cual no quiere decir que no me interese el fenómeno religioso. Si me permiten la aparente contradicción, diría que nos preocupa más la religión a los no creyentes que a los obispos; desde luego más que a la mayoría de los obispos y cardenales españoles, seguro.

Me da pie a esta entrada una historia, ignoro si real o apócrifa, que se atribuye al obispo de Roma, Francisco, cuando siendo aún obispo de Buenos Aires, una mujer se le acercó para pedirle que rogara por su hijo, que había perdido la fe y apartado de la iglesia. Le preguntó a su vez el obispo a la mujer: ¿Sigue su hijo siendo una buena persona que se interesa por los demás? La mujer le repondió que sí. Entonces quédese tranquila; su hijo sigue creyendo en lo único que debe creer, fue su respuesta.

El teólogo José María Castillo, en su obra "La humanidad de Dios" (Trotta, Madrid, 2012) es rotundo: "La esencia del cristianismo es Cristo, no Dios". Con similares palabras se pronuncia también el teólogo Hans Küng: "El cristianismo, esencia e historia" (Trotta, Madrid, 1997). Y no parece distinto el planteamiento del antropólogo y jesuita Teilhard de Chardin en "El fenómeno humano" (Taurus, Madrid, 1965). ¿Todos ellos son herejes? No voy a entrar en esa discusión, pero comparto sus criterios.

Como comparto el de la filosofa francesa Simone Weil, judía, educada en el ateísmo, pero muy cercana al misticismo católicocon una cita que he repetido ya en este blog en numerosas ocasiones: Si el Evangelio omitiera toda mención de la resurrección de Cristo, la fe me sería más fácil. La Cruz sola me basta. ("Carta a un religioso": Trotta, Madrid, 1998).

Ando releyendo y anotando estos días "La esencia del cristianismo" (Círculo de Lectores, Barcelona, 1996) del filósofo alemán Ludwig Feuerbach, uno de los críticos más agudos de la religión, en general, y del cristianismo en particular. Es un libro complejo, pero revelador, que en el momento de su publicación (1841) conmocionó la filosofía alemana. Su tesis central es que Dios no es sino la proyección exterior de la esencia humana. 

En la página 249 de la edición citada hay un largo párrafo cuya lectura provocó en mí una especie de "exaltación" que me hizo recordar todas las lecturas citadas más arriba (y otras que no vienen al caso) y que me reconfortó sobremanera en mi propio posicionamiento sobre el fenómeno religioso. Espero que les resulte interesante. Dice así: "La expresión inequívoca, el símbolo característico de esta unidad inmediata de género e individuo en el critianismo es Cristo, el verdadero Dios de los cristianos. Cristo es el modelo, el concepto existente de la humanidad, la suma de todas las perfecciones morales y divinas,con exclusión de todo lo negativo e imperfecto; hombre puro, celestial y sin pecado, es el hombre del género, el Adán Kadmon, pero no como la totalidad del género, de la humanidad, sino inmediatamente como un individuo, como una persona. Cristo, es decir, el Cristo cristiano, no es por lo tanto, el centro sino el término de la historia. Esto resulta tanto del concepto como de la historia. Los cristianos esperaban el fin del mundo y de la historia. Cristo mismo profetiza en la Biblia, a pesar de todas las mentiras y sofismas de nuestros exégetas, clara y distintamente el cercano fin del mundo. La historia se apoya en la diferencia de individuo y especie. Allí donde termina esta diferencia se acaba la historia, se pierde el sentido y la inteligencia de la historia. No le queda al hombre más que la contemplación y la apropiación de este ideal realizado y el vacío instinto de propagación: la predicación que enseña que Dios se ha manifestado y que el fin del mundo ha llegado."

Les recomiendo la lectura del artículo de Antonio Piñero en el último número de Revista de Libros (julio/agosto, 2013) titulado "La divinización de Jesús". Y si lo desean, pueden acceder y descargar el texto completo de "La esencia del cristianismo", de Ludwig Feuerbach, en este enlace. Sean felices, por favor. Y como decía Sócrates, "Ιωμεν". Tamaragua, amigos. HArendt





Ludwig Feuerbach (1804-1872)





Entrada núm. 1929
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