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martes, 30 de junio de 2020

[A VUELAPLUMA] Censura



Fotograma de la película Lo que el viento se llevó


La crisis aún en curso debiera hacernos recordar la recomendación procedente del siglo de las Luces, y aún antes de Locke: el conocimiento racional necesita acotar el objeto de conocimiento para proceder a su explicación, comenta en el A vuelapluma de hoy [La historia y la imagen. El País, 24/6/20] el historiador y catedrático de Ciencia Política en la Universidad Complutense de Madrid, Antonio Elorza. 

"La crisis aún en curso debiera hacernos recordar muchas cosas, -comienza diciendo Elorza- y entre ellas la recomendación, procedente del siglo de las Luces, y aún antes de Locke, consistente en que el conocimiento racional necesita acotar el objeto de conocimiento para proceder a su explicación. La razón es como una antorcha que movemos en la oscuridad, o como la sonda del piloto en la navegación, que no puede ni debe iluminarlo todo, sino aquello que nos permite seguir caminando en la noche o navegando. La reflexión es aplicable a la difusión de la pandemia como explicación, y también como prevención. Atengámonos al “análisis concreto de la realidad concreta” (Lenin). La amalgama es siempre gratificante para el que la utiliza, pero solo lleva a la confusión. Así es cierto que la actual catástrofe nos invita a afrontar los gravísimos problemas de conservación de la naturaleza y del propio planeta, pero la expansión mortífera de la covid-19 no tiene nada que ver con eso, sino con la supervivencia de usos alimentarios arcaicos en un país desarrollado, para el caso China, en el marco de la mundialización de los transportes. Las costumbres chinas de consumir bichejos sin el menor control sanitario, como la de origen mágico que extingue los rinocerontes por la estimación de sus cuernos, implican un asalto a la naturaleza, solo que de carácter bien distinto al asalto que llevan a cabo los grandes países por productivismo, China incluida. La ceguera al ignorar la recomendación ilustrada tiene esos efectos y parece que seguirá teniéndolos.

El precepto debiera ser aplicado a otros fenómenos de nuestros días, sobre los cuales tiende a practicarse una aproximación unilateral, basada también en generalizaciones. Por supuesto, la prohibición de Lo que el viento se llevó tiene que ver con la vocación censoria que está acompañando a los movimientos reivindicativos actuales. Acabar con lugares de memoria dedicados a organizaciones y figuras políticas siniestros resulta lógico. No tiene sentido que las estatuas de quien asoló el Congo, de nombre Leopoldo II, presidan el centro de Bruselas, ni que en Bolzano se mantenga una inscripción donde es celebrada la conquista de España por el fascismo italiano, ni que Madrid, por simple ignorancia, conserve su calle a Charles Maurras, fundador del fascismo francés. Hay, en cambio, personajes ambivalentes, donde coexistieron grandeza y crimen. Sin ir más lejos Napoleón. Y si para el nacionalismo indigenista resulta lógico derribar las estatuas de Cortés, aquí deberíamos hacerlo con el monumento al cura Hidalgo, héroe de la independencia mexicana, y perpetrador de auténticas matanzas de civiles españoles, como en la alhóndiga de Guanajuato. La única solución es no dejarse arrastrar por una motivación excluyente, o en todo caso recurrir a la imaginativa solución cubana para justificar la supervivencia de una estatua de Fernando VII.

Volviendo a Lo que el viento se llevó, lo que asimismo interesa recordar es que la imagen también fabrica la historia. Fundamentalmente dos películas, la citada y la anterior El nacimiento de una nación, crearon un relato destinado a perpetuarse, según el cual existió una cosa estupenda llamada Ku-klux Klan en la de Griffith, y una feliz esclavitud negra presidida por caballeros y besos de Clark Gable, en la de Fleming. Los efectos están a la vista en el presente sureño, sin alteraciones: idealización del pasado y discriminación racial. Para entenderlo, resulta útil acudir a la distinción de Hirsch entre significado (meaning) y significación (significance), elaborada a partir de la conocida entre denotación y connotación. El significado remite al contenido del mensaje, tal como se ofrece a nuestra comprensión, distante en lo que toca a las citadas películas, aun cuando percibamos un racismo de fondo no compartido, pero la significación nos lleva al otro lado del espejo, a la integración en un contexto dado, y fue obvio que tanto en el norte como en el sur de Estados Unidos, las peripecias de Escarlata O’Hara tuvieron otra lectura y otras consecuencias históricas. Asentaron una tradición. ¿Sería aceptable una película sobre la tierna existencia de un nazi en la Cracovia de Strindberg?

No ha sido un fenómeno exclusivamente americano. El franquismo trató de hacer algo parecido sin lograrlo, ya que Alba de América era un petardo infumable, y cuando quiso seguir otros caminos, con aceptación del público, como Locura de amor, e incluso Agustina de Aragón o La leona de Castilla, el mensaje político era ambiguo o contradictorio, ya que ensalzar la lucha del pueblo vinculaba estas últimas a pesar de todo con la República del 36, y no con el sistema de valores de Raza o A mí la legión. Y respecto de los totalitarismos, sucedió algo muy curioso con la filmografía de intención crítica: ha sido machacada la imagen del nazismo como el mal en la historia, hasta culminar en Malditos bastardos, pero se ha escapado casi indemne el fascismo italiano, visto como creación extemporánea de un personaje histriónico. Novecento fue otra cosa, pero sin apuntar al vértice, igual que su representación en clave humorística por una filmografía de izquierdas, atada desde pronto por el propósito de reconciliación nacional (La marcha sobre Roma, Años rugientes y El federal ). ¿Quién iba a tomarse en serio a fascistas como Gassman y Tognazzi?

Sin olvidar el encubrimiento desde el exterior de los crímenes contra la humanidad cometidos por Italia : La mandolina del capitán Corelli. Del exterminio en Etiopía nada, salvo el simpático canto Facetta nera. Un olvido feliz generalizado. Claro que hubo excepciones, de La larga noche del 43 y El jardín de los Finzi Contini hasta la magistral Una giornata particolare, aunque siempre cortado el puente con el neofascismo desestabilizador de los setenta, cuyo enlace con el régimen de la Democracia Cristiana y la mafia apuntó Sorrentino en Il divo. Pensemos en la distancia entre la denuncia de Vincere y la subjetivación del caso Moro en Buenas días noche, ambas de Bellocchio, Las películas-documentales no cubrieron eficazmente el vacío y el lujoso chafarrinón del mismo Sorrentino sobre Berlusconi muestra que la confusión persiste. La distinción de Hirsch recuerda su operatividad. ¿Tendrá todo esto algo que ver con el ascenso de Salvini, y sobre todo de los Fratelli d’Italia de la Meloni ?

Puestos a encubrir con brillantez, Bertolucci lo logró con gran éxito en El último emperador. La China imperial agonizaba con su protagonista y la Revolución cultural se limitaba a ejercicios humanistas de reeducación. Nada peligroso. Excelentes películas chinas post Mao, como Vivir y La cometa azul, profundizaron en la significación del maoísmo, pero esto se ha acabado, y persiste su imagen, similar a la del fascismo, a modo de episodio exótico orquestado por un megalómano. Fue olvidada su dimensión nacionalista e imperialista, anclada en una mitología del pasado. A diferencia de Lenin, Mao se consideró descendiente de los emperadores (justo al hablar de Pu-Yi). Así como hubo una línea roja Zarismo-Stalin-Putin, la hay imperio del medio-Mao- Xi Jinping, solo que ahora la hegemonía agresiva no tiene por blanco la URSS, sino el resto del mundo. La imagen exterior seguirá correspondiendo a Las dagas voladoras".

A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. 








La reproducción de artículos firmados por otras personas en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




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lunes, 23 de diciembre de 2019

[A VUELAPLUMA] La difícil libertad de Goya



Las camas de la muerte (1814), de Francisco de Goya


Goya anticipa la figura del fotógrafo que va fijando con su cámara cuantos sucesos le parecen merecedores de atención, comenta en el A vuelapluma de hoy el historiador y profesor de Ciencia Política, Antonio Elorza. 

"Con más de trescientos dibujos, -comienza diciendo Elorza- la fascinante exposición consagrada a Goya cierra la conmemoración del bicentenario en el Museo del Prado. Es sin duda el mejor camino para adentrarse en la hondura de su obra, tanto por lo que concierne a la génesis de trabajos que vieron la luz pública, caso de los Caprichos o los Desastres de la guerra, como por su despliegue lateral hacia temas que iban atrayendo su infinita curiosidad. Goya anticipa la figura del fotógrafo que va fijando con su cámara cuantos sucesos le parecen merecedores de atención. Pero más allá de esa vocación de constituirse en espejo de su mundo —"yo lo vi"—, está el propósito de servirse de las situaciones reflejadas para ilustrar una consideración moral y política que las confiere sentido. Incluso en las estremecedoras imágenes de la hambruna de 1812 en Madrid, poco documentadas en la Exposición; muestra de cómo Goya conjuga el análisis de una realidad bien concreta con una reflexión de alcance universal.

En Goya culmina la corriente de la Ilustración crítica que va de Feijóo a nuestro pionero "papel periódico", El Censor (1781-1787), cuya intención era poner de manifiesto "el desorden" social, anunciando que ninguna "autoridad humana", una vez entregado a "meditar en todo", "es capaz de persuadirme de lo que mi razón repugna". Programa y actitud que inspiran al Goya de los Caprichos.

La mirada del gobernante ilustrado, de Campomanes o de Floridablanca, protector tanto del Censor como del propio Goya, confía en una reforma técnica que amparada por el rey "siempre absoluto, siempre ilustrado", corrija el funcionamiento de la sociedad, preservando su sistema de poder. Es lo que refleja emblemáticamente el retrato de Floridablanca por Goya de 1783: el ministro mira al futuro, bajo el retrato de Carlos III, con proyectos que se apilan sobre su mesa. Solo que el examen riguroso de los grandes problemas, de los "obstáculos a remover", mostrará que el mundo del privilegio, reforzado por la intolerancia eclesiástica, no abrigaba propósito alguno de introducir reformas contrarias a sus intereses. "No a todos conviene lo justo", advirtió Goya. El cambio solo podía arrancar de una denuncia exhaustiva de las instituciones y colectivos opuestos a la racionalización, tanto en el plano del poder (clero represivo e ignorante, nobleza inútil, Inquisición) como en el de los usos sociales, con la inmoralidad y la corrupción en tanto que rasgos visibles. Es el "desorden" del Censor transferido a los Caprichos, y a múltiples dibujos del tiempo de su preparación, visibles en la Exposición del Prado.

La clave es la concepción goyesca de racionalismo. En un texto capital, la breve memoria a la Academia de 1792, reniega de la propuesta neoclásica de fijar reglas para "un arte tan liberal y noble como la pintura". Cree necesario en cambio "dejar en su plena libertad correr el genio". En su vocabulario, "liberal" ya se enfrenta a "servil". Lo que resulta válido para la pintura en general, lo es también para su utilización como instrumento crítico de la sociedad. Goya es lo opuesto de David. La razón ha de conjugarse con "la fantasía", según la explicación del famoso capricho sobre su sueño y los monstruos, tanto para la denuncia de estos, que encarnan a las fuerzas sociales de la oscuridad, como para conjurar su propósito de sofocar las luces. La luz es indispensable siempre para desentrañar aquello que oculta la oscuridad, como la linterna que hace visible la barbarie en Los fusilamientos del 3 de mayo.

Dibujos y Caprichos permiten apreciar la interacción entre el reino aparentemente autónomo de los monstruos y sus referentes sociales: son, en la Exposición, dibujos de brujas transformadas en médicos, burros en nobles ociosos, eclesiásticos satanizados del sueño número 3. Tales metamorfosis hacen comprensible el itinerario pluriforme de la razón, desde las estampas de crítica moral, o de la opresión de la mujer, reducida a prostituta o a malcasada, hasta el conglomerado de imágenes de la sinrazón, que encabezan frailes y brujas, con sus precipitados, la superstición y la ignorancia.

En este orden de cosas, la Inquisición supone un hueso duro de roer, según muestran las cautelas de Goya, tanto en los dibujos del álbum C como en los Caprichos. Hubiese merecido la pena destacar en la Exposición cómo la clara denuncia de la persecución inquisitorial en el dibujo Por 'mober' la lengua de otro modo —no incluido en el catálogo— se diluye en el capricho Aquellos polvos. Goya fue un maestro en la tarea de disimular significados críticos, caso de la vara del poder metida en la entrepierna de Godoy de 1801, culminando en el retrato de Fernando VII de 1814, donde da un vuelco burlón a la imagen del rey, con un león hispano aborregado y la falsa imagen obligada de España, que es en realidad la Constitución de 1812.

La distancia física entre los dibujos expuestos sobre el tema, nubla el abierto compromiso constitucional de Goya. Falta la utópica escena Esto es lo verdadero, aun cuando figuren el elogio a la "divina libertad", y los dibujos que culminan el itinerario emprendido en los años 90: pruebas de estricta continuidad en ideas y objetivos. En Lux ex tenebris, la luz de la Constitución emerge de la oscuridad precedente y su tarea queda fijada de forma inequívoca en Divina Razón, no 'deges' ninguno. Los monstruos debían ser barridos, una aspiración frustrada bajo Fernando VII que abrirá paso a la desesperación de las pinturas negras.

La ingente tarea de coordinar tantos dibujos y álbumes en la Exposición ha tenido por efecto inevitable la dispersión de los Desastres de la guerra. Así queda en la sombra el predominio cuantitativo de las estampas que revelan la bestial represión ejercida por las tropas francesas. No solo gracias a su superioridad técnica —el bloque ejecutor de los Fusilamientos del 3 de mayo—, sino perpetrando violaciones, empalamientos, en una actuación que anticipa la convergencia entre superioridad militar y destrucción del pueblo resistente que presidirá las guerras contemporáneas de Vietnam e Irak. No se trata solo de una condena genérica de la violencia de la guerra.

Goya se autodeclara patriota cuando va a Zaragoza en 1808, invitado por Palafox, pero su patriotismo excluye toda idealización, lo cual requiere asumir la barbarie propia ("Lo mismo", "Populacho", "Y son fieras"), aunque la responsabilidad no sea equiparable. La "furia popular" refleja la agresividad xenófoba que siguió al Dos de Mayo, descrita por Blanco-White en sus Cartas de España. El ejército napoleónico encarna la vertiente destructora de la razón.

Los Desastres no ofrecen dudas sobre el dualismo ejército francés versus pueblo de la "sangrienta guerra con Buonaparte". Para nada una guerra internacional y menos una "guerra civil" como acaba de escribirse en medio de un recital galardonado de errores sobre la historia de España. Frente a los falaces descubridores de mitos, tan celebrados desde los nacionalismos vasco y catalán, vale la pena volver a Goya, testigo fundamental de la luminosa y fallida Revolución Española".


A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. 







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jueves, 7 de junio de 2018

[HISTORIA] En el bicentenario de Marx



La diosa Clío, musa de la Historia


El pasado 5 de mayo se cumplieron doscientos años del nacimiento de Karl Marx en Tréveris (Alemania). Filósofo, economista, sociólogo,​ periodista e intelectual, en su vasta e influyente obra abarcó diferentes campos del pensamiento proponiendo siempre la unión entre teoría y práctica. Junto a Friedrich Engels, es considerado el padre del socialismo científico, del comunismo moderno y del materialismo histórico. 

Mi primer encuentro académico con Marx y su pensamiento fue en la Escuela Social de Madrid, en el curso 1963-1964, de la mano del ilustre profesor Mariano Aguilar Navarro. El segundo, en la primavera de 1969, en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas de Madrid, con motivo del curso sobre Relaciones Humanas impartido por el Seminario Permanente de Sociología Industrial y Relaciones Humanas del C.S.I.C., que dirigía el profesor Carmelo Viñas Mey. Ya he escrito sobre ello en otras ocasiones y no es cosa de repetirse. 

No parece estar dando mucho jugo la celebración del bicentenario, quizá porque acaba de comenzar. De momento, subo al blog los artículos publicados en estas últimas semanas por dos prestigiosos historiadores. El primero, de Antonio Elorza, en El País, titulado Fragmentos de Marx en su bicentenario. El segundo, de Gabriel Tortella, en El Mundo, se titula Marx en el siglo XXI. Se los recomiendo encarecidamente.

Sonaba bien lo de perder las cadenas y, revolución mediante, tener “todo un mundo por ganar”. La “dictadura del proletariado” fue un desastre y la “libertad burguesa” acabó sustituida por un régimen de vigilancia y represión, dice en el suyo Antonio Elorza. A mediados de los años sesenta, comienza diciendo, propuse al catedrático Luis Díez del Corral la publicación ciclostilada de mi traducción del Manifiesto comunista como texto para clases prácticas de Historia de las Ideas Políticas. Don Luis, liberal y seguidor apasionado de Tocqueville, tenía todas las motivaciones ideológicas y personales para oponerse al marxismo, y, sin embargo, respondió con un elogio: “La primera parte es un brillante alegato a favor de la burguesía”. Dio el visto bueno. Ese tipo de aproximación selectiva a la obra de Marx, empleado no hace mucho por Umberto Eco, debiera suponer la alternativa frente a quienes se encierran en la fe del carbonero o buscan solo la caza y captura de errores. La actitud crítica ante Marx sigue siendo sin embargo necesaria, en la medida en que su pensamiento ha ejercido una enorme influencia, a veces con consecuencias abiertamente negativas. Sin olvidar que es también una clave imprescindible para entender y cambiar el mundo contemporáneo.

De entrada, la dimensión proyectiva de las ideas políticas de Marx es pobre. El riesgo era ya visible en el Manifiesto: una vez culminada con total brillantez la trayectoria ascendente del capitalismo en una fase de globalización, la dialéctica de raíz hegeliana entra en escena para declarar el inevitable “derrocamiento de la burguesía” por el proletariado. El cauce analítico se estrecha y la deriva utópica se abre de inmediato hasta el sueño de la desaparición del Estado, tras producirse la revolución y la expropiación de la burguesía. La argucia de Marx consiste en minusvalorar a esta, convirtiéndola en sujeto social pasivo, en “brujo impotente”, frente al papel activo que per se asigna al proletariado. La distinción entre la impotencia burguesa y la acción consciente del proletariado se mantendrá más tarde, incluso al prologar los análisis precisos que Marx desarrolla sobre las estrategias de las “clases poseedoras”, en su esclarecedor 18 brumario. La divisoria entre futuros ganadores y perdedores resulta garantizada de antemano.

El final feliz del Manifiesto, cierre del círculo iniciado con la invocación del espectro que recorre Europa, parte de esa simplificación radical, para sostener una profecía de seguro cumplimiento. La transición al socialismo estaría garantizada por una solución de fuerza, la dictadura revolucionaria del proletariado (Carta a Weydemeyer, 1852; Crítica al programa de Gotha, 1875). Lenin vendrá luego a probar que era posible un marxismo fiel, en ideas y acción, a la consigna de Marx.

La superación de la filosofía idealista en una concepción materialista que respondía a las preguntas de aquella, entregó pronto sus frutos en el puzle elaborado por Marx entre 1843 y 1848, los borradores bien llamados “económico-filosóficos”. Al fondo sobrevive en Marx la dialéctica amo-esclavo de Hegel. A partir de aquí la historia será concebida como sucesión de formas de dominación, donde quienes detentan el poder ejercen en beneficio suyo la apropiación del excedente generado por el trabajo humano. Del proceso de “enajenación” del trabajo en la producción resulta la reificación, la sumisión de las relaciones humanas al mercado. El punto de llegada será el imperio del capital mediante la imagen, la “sociedad del espectáculo” anunciada por Débord en los años sesenta. Marx sienta las bases de una contracultura socialista enfrentada al capitalismo (Bauman).

Todo ello en el marco del organismo social que Marx contempla como un todo articulado, cuya configuración arranca del grado de desarrollo tecnológico, las fuerzas productivas, las cuales requieren una determinada forma de organización del poder económico, y en torno a la misma de la sociedad, el derecho y la política. El diseño planteado en la carta a Annenkov de 1846 fundamenta una visión dialéctica que refleja “el movimiento continuo de crecimiento de las fuerzas productivas, destrucción de las relaciones sociales, formación de las ideas”.

Por fin, en La ideología alemana, una dominación de clase necesita el consenso, la conversión de su poder material en poder espiritual, dirigido a frenar “la intensificación de la lucha de clases y la marcha hacia la revolución”. Más allá de su esquematismo, Marx esboza una teoría dinámica que con sus criterios de totalidad, interdependencia y centralidad de las “relaciones de producción” sigue sirviendo para conocer las sociedades actuales y encauzar su transformación.

La estructura económica constituye así el núcleo de la “formación social”. De ahí el esfuerzo de Marx por elaborar una teoría crítica del capitalismo, matemática y científica, fundamento de la revolución. La obra, inacabada, ha sido objeto de críticas demoledoras, si bien resulta innegable que sobre el fondo de un espectacular progreso tecnológico, el capitalismo ha consolidado una asimetría radical en la distribución de bienes y recursos, entre las clases y los países, en el interior de cada sociedad y a escala mundial. Con un balance de grandes desigualdades, corregidas en Occidente mediante el Estado de bienestar, y una gestión tendencialmente irracional de la economía en el planeta y sobre el planeta. El capitalismo descrito en Inside Job no es ya el de Marx y sigue siendo el de Marx.

Solo que conocemos el desastre de la “dictadura del proletariado”, versión Marx-Lenin, tanto en lo económico como en lo político. Sonaba bien lo de perder las cadenas y, revolución mediante, tener “todo un mundo por ganar”. Pero al reemplazar “la libertad burguesa” por un régimen de vigilancia y represión permanentes, lo que encontraron los trabajadores fue la camisa de fuerza del sistema soviético, en el mejor de los casos, o las utopías destructoras maoístas en China o en Camboya.

Cuando el teórico deviene observador, y Marx lo fue siempre, emerge la tensión positiva entre doctrina y análisis. Así, en la alocución inaugural a “nuestra Internacional” en 1864, la depauperación se da en términos relativos: desde el 48 habían crecido espectacularmente el capitalismo industrial y el comercial, sin verse alterada la miseria obrera.

Al lado está el elogio de la conquista de las Diez Horas: “Por vez primera, la economía política de la clase media sucumbió ante la de las clases trabajadoras”. Despunta la idea de la revolución social como largo proceso. “La sociedad actual no es un inalterable cristal, sino un organismo sujeto a cambios y constantemente en proceso de transformación”, advierte Marx en el prólogo a El Capital. Hasta aquí el articulo del profesor Elorza.

El 5 de mayo se conmemora el bicentenario del nacimiento de Karl Marx, filósofo, economista, historiador, sociólogo, periodista, político y profeta del comunismo, bajo cuya advocación se hicieron las revoluciones rusa y china, amén de otras tampoco despreciables, comienza diciendo por su parte el profesor Gabriel Tortella. Hace ya más de un cuarto de siglo que el comunismo se derrumbó con estruendo en Rusia y Europa oriental. En los países donde subsiste, unos (China, Vietnam) han restaurado la economía de mercado con éxito asombroso; otros (Cuba, Venezuela) se han aferrado a la economía colectivista, y viven en crisis y depresión crónicas. ¿Está justificado, por tanto, celebrar esta efeméride? ¿No sería mejor echar siete llaves al sepulcro de Marx?En mi modesta opinión, con todos sus errores y defectos, Marx fue un gran pensador que ha dejado una huella imborrable, y en gran parte positiva, en la historia contemporánea. No debemos olvidar que, junto con Darwin y Freud, forma ese gran trío de luminarias que hicieron con respecto a la especie humana lo que los grandes astrónomos y físicos de la llamada Revolución Científica (siglos XVI-XVII) hicieron con respecto al planeta Tierra. Copérnico, Galileo, Kepler y otros genios demostraron que la Tierra no era el centro del universo, como hasta entonces se había pensado, sino un simple planeta girando alrededor de una estrella no muy grande de entre las innumerables que hay dentro de una galaxia de las muchas existentes. Por su parte, Darwin, Marx y Freud demostraron que el ser humano, lejos de ser una suerte de ángel creado directamente por Dios para cumplir un programa ético y ejemplar (y que el resto de los animales han sido puestos en la Tierra para acompañar y servir al hombre en el centro de la Creación), es un animal más, más inteligente sin duda, pero perteneciente al mismo árbol genealógico que el resto de los seres terráqueos. Y, además, que se mueve históricamente por intereses predominantemente económicos e, individualmente, por impulsos animales, en parte, sexuales. Este gran trío nos dio una versión del ser humano mucho más realista que la hasta entonces predominante (aunque a muchos les chocara esta nueva versión y se resistieran largamente a aceptarla) y sus teorías marcaron el triunfo del materialismo sobre el idealismo.

¿Cuál es el legado de Marx como científico social? De entrada, quiero afirmar que su teoría económica es absolutamente inservible. Como dijo Schumpeter, está "muerta y enterrada". Keynes fue igualmente severo: en una carta a Bernard Shaw afirmaba que "sea cual sea el valor sociológico [de El Capital...] su valor económico contemporáneo [...] es nulo". Lo cierto es que la economía de Marx estaba desfasada ya mucho antes de su muerte en 1883. Quizá por eso no acabó El Capital. Además, sus errores económicos afectaron negativamente al resto de su visión social. Porque su teoría de la Ley de Bronce de los Salarios (basada en un absurdo sofisma), que afirmaba que en una economía de mercado éstos nunca estarían por encima del nivel mínimo de subsistencia, le impedía aceptar la posibilidad de que las condiciones de vida del obrero mejorasen y pudiera llegarse a una situación en que el proletariado progresara y, por medio del sufragio universal, llegara a compartir el poder con la burguesía. En una palabra, su anticuada teoría económica le impidió aceptar plenamente la posibilidad de una evolución hacia el socialismo democrático. Fueron su discípulo alemán Eduard Bernstein y la Sociedad Fabiana británica los que marcaron el camino hacia la socialdemocracia, que acabó triunfando tras la Primera Guerra Mundial, no sin haber sufrido toda clase de denuestos de los marxistas ortodoxos y, en especial, de Lenin. Sin duda Marx, vecino que era de Londres, advirtió la mejora del nivel de vida de los trabajadores ingleses y, probablemente, se dio también cuenta de los serios problemas de que su teoría económica adolecía, pero no tuvo la energía para replanteársela radicalmente, y por eso no se decidió a publicar los volúmenes dos y tres de El Capital después de haber dado a la luz el primero en 1867. El caso es que, si bien en El Manifiesto Comunista (1848) y en El Capital profetiza una revolución violenta que "expropiaría a los expropiadores", también pueden espigarse en su correspondencia y en escritos ocasionales afirmaciones que encierran augurios socialdemócratas.

¿Qué queda entonces? Queda el "materialismo histórico", es decir, lo que se resume en la afirmación con que se inicia el primer capítulo del Manifiesto Comunista: "la historia es la historia de la lucha de clases". Hegel, de quien Marx se consideraba discípulo, había sostenido que lo que mueve la historia es "el Espíritu", frase un tanto misteriosa que puede interpretarse como que son las ideas las que mueven la historia (idealismo). Marx sostenía lo contrario: son los intereses materiales lo que sustenta las ideas. En sus propias palabras: "Para Hegel, el proceso de pensamiento [...] es el demiurgo de lo real [...] Para mí, lo ideal no es, por el contrario, más que lo material traducido y traspuesto a la cabeza del hombre. [...] La dialéctica aparece en [Hegel] invertida, puesta de cabeza. No hay más que darle la vuelta, mejor dicho, ponerla de pie, y en seguida se descubre, bajo la corteza mística, la semilla racional". Estos malabarismos intelectuales significan, en la práctica, que para comprender la historia hay que buscar los intereses materiales que persiguen los principales grupos sociales, cuyo modo de vida configura su visión del mundo. Las tres grandes clases sociales en la historia moderna y contemporánea son la aristocracia, la burguesía y el proletariado, que son propietarias de los tres grandes factores de producción: la tierra, el capital y el trabajo. Marx aplicó este método en sus estudios históricos y produjo brillantes ensayos como El 18 Brumario de Luis Bonaparte, Las luchas de clases en Francia o incluso sus artículos periodísticos sobre la España del siglo XIX o la Guerra de Secesión de Estados Unidos. La verdad es que el materialismo histórico de Marx caló profundamente en la historiografía posterior, sobre todo, en el siglo XX, y resultó una herramienta muy útil (aunque hoy algo desfasada). Yo creo que permite comprender claramente los grandes perfiles de la historia contemporánea, cosa que he tratado de mostrar en mi Capitalismo y Revolución. Sin duda, aunque la mayor parte de los historiadores económicos de hoy no se consideren seguidores de Marx, el auge de la historia económica ha debido mucho a la influencia de su pensamiento. Yo me atrevería a decir que hoy todos somos un poco darwinianos, freudianos y marxistas, en el sentido de que hemos absorbido intelectualmente sus ideas aunque no las demos todas por buenas. ¿Quién no habla hoy, casi sin pensar, de la "selección natural", de la "libido" o del "complejo de Edipo", de la "plusvalía" o de la "superestructura"? A Marx, incluso, le han salido discípulos inesperados en la política reciente, como el consejero del presidente Clinton, James Carville ("Es la economía, estúpido"), o el presidente Rajoy ("No me voy a distraer de lo importante; es decir, la economía"). Qué vueltas da el mundo.

Marx nunca vio su revolución, pero en el siglo XX hubo varias. Las más de ellas no se ajustaron en absoluto a sus profecías. Las revoluciones en China, Cuba o Irán no fueron obra del proletariado, sino más bien de los campesinos. Pero sí hubo dos revoluciones europeas que pueden relacionarse con el marxismo: la rusa y la socialdemócrata en la Europa occidental tras la Primera Guerra Mundial. La primera fue un fracaso estrepitoso, que más que a Marx debe adjudicarse a Lenin. La segunda, el gran éxito político, económico y social del siglo XX, sí podría atribuirse en parte a Marx.

Y otra cosa hay que agradecerle: frente a la pura barbarie de los fundamentalistas islámicos o la bazofia intelectual de los nacionalismos, de los populismos o de lo políticamente correcto, Marx trató de construir una interpretación subversiva pero racional de la sociedad y la historia. Se le ha llamado "socialismo científico", lo cual suena rimbombante, pero él pretendía construir un análisis económico-social revolucionario, basado en evidencia, y por métodos científicos. Y, aunque el capitalismo que Marx esperaba ver derrumbarse en el siglo XIX ha sobrevivido y está más fuerte que nunca en el siglo XXI, es cierto que esta supervivencia ha sido posible porque durante el siglo XX el capitalismo se sometió a una profunda reforma, a un injerto socialdemocrático que debe mucho a las ideas de Marx, concluye el suyo el profesor Tortella.


Dibujo de Eulogia Merle para El País



Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




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miércoles, 6 de septiembre de 2017

[A vuelapluma] La democracia, según Podemos





Para cualquier observador atento del acontecer político de nuestro país resultará evidente que Podemos, o si lo prefieren ustedes su secretario general, Pablo Iglesias, no pasa por su mejor momento: A la defenestración de la presidenta de la Comisión de Garantías Estatal del partido, se han unido sin solución de continuidad las reuniones, ahora ya no tan secretas con la dirección de Izquierda Republicana de Cataluña (ERC), el silencio sepulcral sobre lo que está ocurriendo en Venezuela y los coqueteos, compañeros de viaje se decía antes, con los independistas catalanes o Bildu. No me caen bien Iglesias y su partido, y supongo que se me nota, pero que le vamos a hacer. 

Tampoco parece que le caigan muy bien a Antonio Elorza, historiador, ensayista y catedrático de Ciencias Políticas en la Universidad Complutense de Madrid, la misma que, casi manu militari,  han regentado durante los últimos años Pablo Iglesias y sus acólitos. 

El buen papa Francisco, comentaba el profesor Elorza hace unos días, ha traído un soplo de humanidad al Vaticano, en la ya lejana estela de Juan XXIII, pero su despliegue de buenas intenciones no se ha visto acompañado con frecuencia ni por el rigor teológico —ahí están su ceguera voluntaria ante el autoritarismo del De servo arbitrio, de Lutero, y ante las diferencias entre la yihad y el proselitismo cristiano—, ni por un compromiso abierto en defensa de la democracia frente a tiranías como la de Raúl Castro en Cuba o la de Nicolás Maduro, en Venezuela. Acompañado en su aproximación a la segunda por el siempre confuso José Luis Rodríguez Zapatero, se limitó a recomendar “diálogo” en un momento en que ese intento mediador implicaba desmovilización de los opositores democráticos, lejos aún del grado de violencia actual. Si entonces Francisco se pronunció, ¿por qué no lo hace ahora ?

Sería deseable esa rectificación, ya que la línea política de Maduro, una vez desmantelado el referéndum revocatorio, no ofrecía dudas, y lógicamente ha ido a parar al autogolpe de Estado de la Asamblea Nacional Constituyente (ANC), a una mortífera represión en la calle y al encarcelamiento de los líderes opositores. Puerta abierta al terror de ambos signos. Al hablar de la ANC suele olvidarse que no estamos solo ante el propósito fraudulento de eliminar la democrática Asamblea Nacional, ganada en las urnas por la oposición, sino de crear un organismo controlado totalmente por el Gobierno. La máscara de una dictadura, catastrófica en lo económico y zafiamente represiva en lo político.

El asunto nos toca de cerca, ya que el chavismo, vía Podemos, forma parte de nuestro paisaje político, y no solo como pieza arqueológica que remite al pasado de sus líderes, sino como base de un proyecto de acción y de control del poder político. Las circunstancias no favorecen ahora un apoyo abierto, pero desde que evitaron formular toda condena al asalto fascista sufrido por la Asamblea opositora, quedó claro que su papel consistía en bloquear la unidad democrática contra Maduro y en servirse de su prensa y de los exabruptos de un fundador exaltado para mantener el cordón umbilical con un sistema político cuya lógica de acción heredan.

Recordemos que el singular banco de pruebas fue la conquista y ejercicio del poder en un espacio universitario. El papel de la violencia fundacional correspondió aquí al famoso boicot a Rosa Díez, ejecutado por una minoría activa, dirigida por los futuros líderes de Podemos, con la pasividad cómplice de la autoridad académica. Aparentemente fue solo un episodio. En realidad, este mostró quien tenía las riendas del poder, mantenido en lo sucesivo mediante el control de los procesos electorales, el juego del palo y la zanahoria, y la anulación de todo discrepante. Un pequeño régimen, donde quedó fuera la dimensión científica.

Porque esta fue la regla de juego establecida por el presidencialismo dictatorial, forjado por Chávez y ahora culminado con Maduro. Las formas de la democracia representativa permanecieron inicialmente, confiando en que como sucedió hasta 2015 el control de los medios, la demagogia populista, y sobre todo la permanente destrucción de imagen de los opositores, las subordinara a la voluntad del Líder. Los derechos individuales fueron manejados a voluntad. Cuando la manipulación falló, con las elecciones a la Asamblea, su supresión es técnicamente inevitable para la supervivencia del sistema. La máscara democrática desaparece.

En el pasado de la izquierda, hubo caídas de Damasco obligadas para acceder a la democracia, caso de la condena del PCE a la invasión soviética de Praga en 1968. “Hemos tenido que decir no”, se plantó entonces Pasionaria ante Brezhnev y Suslov. El comunismo democrático quería ser otra cosa. El silencio cómplice de Podemos es, en cambio, signo inequívoco de coincidencia de fondo con la bazofia seudoprogresista de Maduro.

Para aclarar más las cosas, ahí está la reciente intervención de Pablo Iglesias sobre la Revolución de 1917 ante su huésped boliviano. Con un ejercicio de cinismo e involuntaria transparencia, en abierta exaltación del “genio bolchevique” personificado por Lenin, Iglesias explica que “dotó a los de abajo de los mecanismos para la acción política”, venciendo a “los de arriba”. Así que para nuestro buen maniqueo “acción política” es “ insurrección”. Pero sobre todo, al triunfar esta, los bolcheviques “son capaces de producir orden”. Tiene razón Iglesias: el orden de las checas y del gulag, el terror. Todo un programa político a tener en cuenta, concluye su artículo el profesor Elorza.





Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt



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domingo, 13 de agosto de 2017

[A vuelapluma] Actúa: ¿Una sigla más en la izquierda?





Resulta lógico que quienes reniegan de la mezcla de maniqueísmo primario y de subordinación orgánica a Podemos de la izquierda española se sumen a la aventura de Actúa, escribe en El País Antonio Elorza, historiador, ensayista y catedrático de Ciencias Políticas en la Universidad Complutense de Madrid.

“Los viejos rockeros nunca mueren”, cantaba Miguel Ríos. El tema viene de inmediato a la mente al leer la lista de firmantes del manifiesto presentado por el movimiento político Actúa como paso previo a su reciente fundación, señala Elorza. En torno al exlíder de Izquierda Unida, encontramos a personajes inscritos bajo distintas siglas en aquella izquierda democrática que el PCE cobijó primero, y destruyó más tarde, pero que en cualquier caso desempeñó un papel de primer orden de cara a nuestra transición a la democracia. Ahí están Cristina Almeida, Teresa Aranguren, el exrector Carlos Berzosa, Antonio Gutiérrez, el ex secretario general de CC OO, tras un dignísimo paso por el socialismo, y una pareja de escritores siempre leales a sus ideas, Almudena Grandes y Luis García Montero. El fichaje estrella, como no podía ser menos, es el juez Baltasar Garzón, una baza atractiva para la política anticorrupción (y para retomar con rigor el tema de la memoria histórica).

Son los restos de un naufragio, o de varios naufragios, pero a lo largo de las pasadas décadas supieron al menos mantener una actuación coherente, firme y sin estridencias, a partir de la cual resulta lógico que busquen una vía autónoma frente a la mezcla de maniqueísmo primario y de subordinación orgánica a Podemos que ha determinado la muerte política de Izquierda Unida. Desde su nacimiento en 1986, como lancha de salvamento del hundimiento del PCE, IU tropezó con un problema de liderazgo: pensada por Nicolás Sartorius, la puesta en práctica de su estrategia acabó absurdamente en manos de Julio Anguita, promotor de una política binaria, de regreso al clase contra clase, inspiradora de la actual de Alberto Garzón. Llamazares puso buen sentido en sus años de gestión y es lógico que ahora encabece el necesario y difícil intento de reconstrucción.

El intento forma parte de la pléyade de movimientos que van surgiendo de la desintegración de la socialdemocracia (Francia) o de los sucesores del comunismo democrático (Italia). La crisis de la democracia social se inició en los años 70, con el paso a una coyuntura económica depresiva que culminó en la crisis de 2008. Sin nada que repartir, ante el fracaso de todo intento keynesiano, la conversión en partido de profesionales integrados y el giro defensivo de la mentalidad obrera, su única baza fue capitalizar el rechazo a una derecha impopular (Hollande 2012, Sánchez 2017). Con el riesgo de que más dura sea luego la caída.

Queda en pie una exigencia: la lucha contra una creciente e inaceptable desigualdad, que constituye la primera vocación de Actúa. A su lado, prioridad al desplazamiento del PP, ecología y anticorrupción. Es un bosquejo que toca ahora desarrollar, en cuestiones capitales (economía, Europa, política internacional). Una compleja andadura, concluye diciendo el profesor Elorza



El exjuez Baltasar Garzón



Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt



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lunes, 31 de julio de 2017

[A vuelapluma] Sedición





Antonio Elorza, historiador, catedrático de Ciencias Políticas en la Universidad Complutense de Madrid, acusa en El País al gobierno de la comunidad autónoma de Cataluña de sedición (del latín seditio, -ōnis: Alzamiento colectivo y violento contra la autoridad, el orden público o la disciplina militar, sin llegar a la gravedad de la rebelión). Frenar el procès, dice en su artículo, constituye hoy la primera exigencia democrática que cumplir. Pienso que tiene toda la razón y que deben acabarse los paños calientes y la contemporización con quienes atentan contra la democracia, la Constitución y la ley. 

Los primeros pasos de la marcha catalanista hacia la independencia, comienza diciendo Elorza, eran previsibles desde las manifestaciones de Som una naciò! y tras la Diada. La novedad residió en el planteamiento expuesto por Artur Mas. Tras el encuentro con Rajoy, resultó claro que suponía un órdago al orden constitucional, una sedición en toda regla, y que resultaba excluido el pluralismo político. Remití entonces, el 16 de octubre, unas reflexiones a mis escasos contactos con el poder, uno de ellos Carme Chacón.

La eliminación del cauce constitucional, de “la legitimidad sustentada en la democracia representativa”, respondía a una suplantación del sujeto político: “Intérprete único de la voluntad de Cataluña”, anoté, “Mas ya se ha separado de España; la movilización impulsada desde el Govern, a favor del éxito de la Diada, se orienta a forzar —sin resistencia alguna— la homogeneización de la opinión pública catalana de cara a ese acto puntual, la consulta/referéndum, que hay que ganar por encima de todo”. No se trataba de abrir un debate, sino de convocar a unos hinchas para vencer “el partido decisivo”. ¿Recursos? “Movilización de masas, presión sobre los eventuales opositores con la amenaza de retirarles la credencial de catalanes”.

Así ha sido hasta ahora, en la Cataluña binaria descrita por Enric Hernández. De modo que “la democracia no interviene en el desarrollo de su proyecto, salvo a la hora de la manipulación”. Es la democracia aclamativa de Carl Schmitt, donde las masas, bajo un liderazgo ejerciendo la demagogia, destruyen la idea de ciudadanía. Aun en el caso de existir una mayoría independentista, ello no afecta a la perversión de un procedimiento de raíz totalitaria, que no apela a la razón, sino a la coacción y al imperio del efecto-mayoría.

Y “tampoco cabe el diálogo, ya que solo lo admitiría para que sus exigencias fueran aceptadas a ciegas”. Las palabras de Puigdemont fueron tan ilustrativas al respecto como para que Pedro Sánchez y Margarita Robles percibiesen que invocar aquí y ahora un imposible “diálogo” erosiona la defensa de la libertad.

Las reflexiones de nada sirvieron, pese a que en su táctica de “engañar al Estado”, y a los ciudadanos, la Generalitat ha jugado al póker descubierto, confirmándolas: propaganda, satanización de quien rechace la independencia, referéndum inconstitucional, golpe de Estado tras el 1 de octubre contra la democracia. Frenar el procès constituye hoy la primera exigencia democrática.





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viernes, 7 de julio de 2017

[A vuelapluma] Suspiros de España





Fue un primer ministro inglés, lord Salisbury, quien en la crisis del 98 proclamó que este era “un país moribundo” condenado a desaparecer, escribía el profesor Antonio Elorza, catedrático de Ciencia Política de la Universidad Complutense de Madrid hace unos días en El País.

Hacia 1780, comenzaba su artículo, y desde las páginas de la Encyclopédie méthodique, el geógrafo Masson de Morvilliers formuló una pregunta destinada a provocar efectos poco saludables: “¿Qué se debe a España?” Nada, era la respuesta. El desafío ocasionó un considerable revuelo y pronto llovieron las réplicas de publicistas dispuestos a ensalzar las aportaciones patrias, mediante Apologías de España, una de ellas, la de Juan Pablo Forner, de notable calidad, pero ya orientada como las demás a confundir la exaltación de las glorias propias con la condena de quienes en España compartían el racionalismo ilustrado. La polémica entre Forner y Luis Cañuelo, brillante e irónico debelador de aquel, mostró que la entrada en escena de los apologistas conllevaba un apagón para las Luces. El periódico de Cañuelo, El Censor, fue prohibido y él condenado por la Inquisición a abjurar de leviy por Floridablanca a no escribir nunca más.

Sin tan graves consecuencias, añadía, cuando España vuelve a estar puesta en cuestión, tampoco tiene sentido responder imitando a los apologistas a quienes se entregan al ennegrecimiento de la imagen histórica de España. Las respuestas puntuales tienen siempre el riesgo de la simplificación, y de ahí al falseamiento, en la búsqueda de probar que todo fue positivo, solo hay un paso. El tradicional argumento atenuante de la Inquisición proporciona el mejor ejemplo. No importa que hubiese en Europa otras Inquisiciones más sanguinarias, del mismo modo que Hitler y Stalin no se absuelven mutuamente con las estadísticas respectivas de crímenes. Contó en cambio la configuración de una sociedad basada en la intolerancia religiosa y cultural, cerrada por obra y gracia del Santo Oficio a las corrientes científicas europeas —la tibetanización de España, Ortega dixit—, y que con ayuda de la limpieza de sangre instauró una forma de racismo y exclusión del otro, sobre la cual se asentaron fenómenos contemporáneos tales como el integrismo católico y el nacionalismo sabiniano.

Hasta cierto punto, comentaba más adelante, la defensa de la conquista de América viene siempre a pecar del mismo defecto: obsesionarse en negar la evidencia. Es innegable que no se trató de un genocidio, puesto que la propia monarquía se orientó a todo lo contrario que a un aniquilamiento de la población indígena, y ahí están las Leyes de Indias para probarlo, interviniendo paradójicamente en el mismo sentido la obra crítica (y efectiva) de Las Casas. Pero prácticas genocidas, en los distintos escenarios, sí las hubo, con exterminios totales de los taínos en Cuba o de los lacandones en tierras mayas. Los genocidios salpican la historia del colonialismo, culminando hacia 1900, con el de Leopoldo II sobre el Congo, seguido por el alemán sobre los hereros en África del Sudeste, y en ese marco el imperio español conjuga la ausencia de voluntad genocida con la presencia de crímenes contra la humanidad, desde sus orígenes hasta el practicado por Weyler, con su política de reconcentración de poblaciones durante la guerra de Cuba.

El juego simple de buenos y malos, o de malos que no lo fueron, no lleva a lugar alguno, añadía. Resultaba lógico que desde mediados del siglo XVIII, la doble imagen del desplome de la monarquía española como gran potencia y de su innegable atraso cultural llevase a una reflexión peyorativa de los filósofos políticos, cuestionable pero nada simplista, que arranca de Montesquieu y alcanza a un hispanófilo como Mérimée, ya en el Romanticismo, cuando a la condena de Alejandro Dumas se opone la vibrante simpatía del demócrata Victor Hugo. La estimación diferencial se mantendrá no obstante, y los republicanos españoles pudieron apreciarlo en sus carnes en 1939. Hoy las cosas han cambiado, gracias a las nuevas relaciones en turismo y cultura.

La referencia a Francia es pertinente, porque al ser más profunda, la infravaloración de España por Inglaterra ha sido también más duradera, comentaba después. La despreciable “Turquía de Occidente”, de los informes diplomáticos de 1900, sobrevive larvada en los recientes juicios expresados sobre el tema de Gibraltar tras el Brexit.

Fue un primer ministro inglés, lord Salisbury, quien en la crisis del 98 proclamó que España era “un país moribundo” condenado a desaparecer, decía a continuación. Es también entonces cuando desde los nacionalismos emergentes la propia existencia de España resulta negada. Para Sabino Arana, es el país de los degenerados maketos; para los catalanistas, hay un Estado español, no España. Es una satanización del nombre de España que sigue hoy vigente en los medios de comunicación oficiales, tanto vascos como catalanes, e incluso se infiltra en el lenguaje especializado. Así Henry Kamen, al escribir sobre Fernando el Católico, advierte que sería mejor hablar de “monarquía hispánica”, cuando sus estudiados Guicciardini y Maquiavelo escriben sin rodeos España. Fue la objeción que recibí hace tiempo de un excelente historiador catalán. De acuerdo, repliqué, pero entonces habría que comunicarse por el túnel del tiempo con Maquiavelo, Bodino o Montesquieu para hacerles ver su error.

Este es el tema actual a debate ante una extraña ofensiva, de raíces ideológicas nacionalistas, que rehúye el diálogo ilustrado y procede por descalificación personal contra toda objeción, incluso borrando para ello las afirmaciones propias, concluía su artículo el profesor Elorza. Es el caso de Josep Fontana, cuyo texto abre el volumen Espanya contra Catalunya, avalado por la Generalitat. Juzga “inquisidor” a quien le recuerde el veredicto de Cambó (el proteccionisme que imposà un dia Catalunya) y le atribuya supuestamente en falso la asociación de nazismo y PP, habiendo escrito un artículo titulado La deriva nazi del PP. Lo mismo sucede con la negación de la guerra de Independencia, base del juicio de que España no es una nación, leitmotiv catalanista y ocurrencia celebrada con entusiasmo y agresividad por el coro de abertzales. O con la escuela positivista de historia vasca, que pasa por alto para satisfacción del PNV que su fundador fue un racista antiespañol, con un discurso de odio y de violencia sin el cual no cabe entender ni ETA ni el extendido rechazo visceral a lo español. La prohibición de que la Roja juegue en San Mamés o las tormentas de silbidos contra la simbología hispana, no surgen por generación espontánea. Ni otras cosas más graves.




Dibujo de Eulogia Merle para El País



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