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miércoles, 29 de julio de 2020

[A VUELAPLUMA] Sabiduría vital



El físico Albert Einstein


"San Agustín sabía lo que era el tiempo, pero no sabía explicarlo si alguien se lo preguntaba -comienza diciendo en el A vuelapluma de hoy [Mejor sabio que inteligente. La Vanguardia, 27/7/2020] el periodista Álex Rodríguez-. El tiempo pasa este año de extrañas maneras. Y su paso pesa. Atrás quedan 99 días de estado de alarma y 37 de lo que se ha convenido en llamar nueva normalidad. Hemos pasado de estar tutelados en confinamiento a recuperar espacios de libertad y ser corresponsabilizados: de tu conducta depende el destino de todos, como decía Alejandro Magno. De estar doblegando la curva de la Covid-19, a ver cómo proliferan los rebrotes y vuelven las fases. De planear qué haríamos al recuperar la libertad, a cancelar vacaciones o a acercar el destino a nuestro domicilio mientras el temor a pasarlas confinados como la Semana Santa pasada revolotea como un mantra por nuestra mente. Porque el virus ni se ha ido ni desaparecerá de la noche a la mañana. La gripe asiática y la de Hong Kong, las pandemias precedentes que más se asemejan a la actual, estuvieron dos años con nosotros: entre 1957 y 1959 y 1968 y 1970, respectivamente. Pero su eco mediático fue escaso pese a causar cuatro millones de muertes cada una.

Vamos a convivir mucho tiempo con el nuevo virus, y bueno es que lo asumamos. John Lennon decía que la vida es el tiempo que pasamos haciendo planes. Y, entre plan y plan, olvidamos vivir el presente, el tiempo que permite que exista el pasado y, al dejar de serlo, nos sitúa en el futuro. Un futuro que algunos científicos quieren prevenir, entre ellos quienes en el 2018 bautizaron a la hoy Covid-19 como Enfermedad-X. La veían venir. Y ven venir otras dos: la Enfermedad Y y la Enfermedad Z. Peter Daskak, uno de esos científicos, lidera el Proyecto Viroma Global, que tiene como objetivo crear un atlas de los virus que habitan en la Tierra para el 2028. Estima que hay 1,68 millones de virus escondidos en animales salvajes por descubrir, de los que entre 631.000 y 827.000 son potencialmente peligrosos para el ser humano porque podrían dar lugar a nuevas pandemias. Intentarán evitarlas para que la nueva normalidad no se convierta en un nuevo clásico en el ser humano. Ya lo dijo Albert Einstein: “Una persona inteligente resuelve un problema. Una sabia lo evita”.

A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. 








La reproducción de artículos firmados por otras personas en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt







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miércoles, 1 de mayo de 2019

[A VUELAPLUMA] Dados, debates y Dios





Entre las muchas cosas que podemos pedir a los políticos, “entrar al fondo de la cuestión” no está en la lista, escribe Javier Sampedro,  científico y periodista español, doctor en genética y biología molecular, e investigador en dicha espepecialidad del Centro Severo Ochoa de Madrid y del Laboratorio del Medical Research Council de Cambridge. 

Esto es un metaanálisis de los debates, comienza diciendo: vamos a analizar a quienes analizan los debates. Una queja común entre ellos es que los candidatos se han enredado en el fuego cruzado y no han penetrado en el fondo de las cuestiones. Es un punto de vista imposible de rechazar —¿quién puede oponerse a entender las cosas?—, pero también una crítica injusta. Si los dos debates hubieran seguido el formato de un seminario TED, como sería necesario para empezar a penetrar en el “fondo de las cuestiones”, los nueve millones de audiencia se habrían encogido como un jersey de conejo de angora lavado en agua hirviendo.

Esto no es culpa de los candidatos, ni de sus equipos ni de las televisiones que los han acogido en su prime time. La culpa es nuestra, de los ciudadanos, que antes nos iríamos a un café teatro que aguantar una discusión sosegada entre políticos. El primer debate nos pareció a todos demasiado tieso de almidón protocolario, y nos ganamos así una segunda vuelta teñida de un añil más tabernario y candidatos hablando de tres en tres como si no hubiera un mañana. Los deseos del público son órdenes para el aspirante. Eso es un debate en nuestros días. La clave de Balbín se extinguió hace mucho y no da signos de resucitar. Y los seminarios tipo TED no se meten en campañas políticas, al menos de momento.

Veamos el mejor ejemplo de debate que nos ofrece la ciencia. Comenzó hace un siglo con uno de los relatos más seductores de la historia del conocimiento. Pese a toda su fama de revolucionario, Einstein creía en un universo ordenado y predecible. Su teoría de la relatividad general era —y sigue siendo— el paradigma de la elegancia y la parsimonia, con las estrellas curvando suavemente el espacio y las curvas del espacio determinando el movimiento de los planetas y las galaxias en una eterna armonía cósmica. Mientras tanto, Niels Bohr y su prodigiosa escuela de Copenhague estaban revelando un mundo cuántico donde la probabilidad sustituía a la certeza. Un mundo inaceptable para Einstein.

¿Podemos imaginar un debate entre Einstein y Bohr al estilo de los que nuestros políticos han mantenido estos días? Sí, podemos, porque los dos físicos ya nos dieron en la época los tuits necesarios para ello. “No creo que Dios juegue a los dados”, dijo Einstein, y Bohr le respondió: “Deja de decirle a Dios lo que debe hacer”. Breve, brillante y directo al punto: el sueño de cualquier asesor electoral.

Pero hoy sabemos que los dos contendientes tenían razón. La relatividad de Einstein es el fundamento de la cosmología moderna, la ciencia de lo muy grande, y la mecánica cuántica de Bohr reina en el mundo microscópico. Ambas predicen la realidad con un montón de decimales. Pero son tan incompatibles entre sí como ya lo eran los puntos de vista de Einstein y Bohr hace un siglo. Uno de los físicos teóricos más provocadores de nuestro tiempo, Lee Smolin, acaba de publicar Einstein’s Unfinished Revolution (La revolución inacabada de Einstein), donde sostiene que, pese a todo el inmenso éxito que puede exhibir la mecánica cuántica, que es el alma de los ordenadores y las comunicaciones modernas, la teoría es incorrecta. Cien años después del gran debate, Smolin sigue creyendo que Dios no juega a los dados. Entre las muchas cosas que podemos pedir a los políticos, “entrar al fondo de la cuestión” no está en la lista. Pobres.



Albert Einstein y Niels Bohr, en 1925



Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt 



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sábado, 31 de mayo de 2008

Filósofos y filosofía



La Escuela de Atenas (Rafael)


Siempre me ha cautivado la filosofía, probablemente,porque dicen que enseña a pensar... ¡Ah!, entonces, ¿Albert Einstein era filósofo?... ¿O es qué los científicos no piensan?... Dejémoslo en que la Filosofía es la madre de todas las ciencias. Pienso que con eso debería bastar para recomendar un mayor protagonismo de su estudio en la Secundaria, pero no van los tiros por ahí, y más o menos tarde lo pagaremos todos. 


Leo en el blog literario hispanoamericano El Boomeran(g) un interesante comentario sobre el libro "Filosofía. Interrogaciones que a todos conciernen" (Espasa, Madrid, 2008), de Víctor Gómez Pin. No figura en ningún lado el autor del mismo, con lo que supongo que está redactado por el editor del blog. Espero que les resulte interesante. Así como el primer capítulo del mencionado libro, que pueden leer en este enlace, tomado igualmente del blog citado. Sean felices. Y buen comienzo de semana. HArendt 









No se puede mostrar la imagen “http://www.biografiasyvidas.com/biografia/d/fotos/descartes.jpg” porque contiene errores.
René Descartes (1596-1650)



Es una situación embarazosa la de alguien que, al ser preguntado por su profesión, ha de responder «filosofo» o incluso «profesor de filosofía». Y el problema no reside tanto en que el interlocutor no sepa en qué sector del conocimiento o de la técnica encasillar tal respuesta, como en el hecho de que, probablemente, el propio filósofo tampoco lo sabe. Un filósofo es, desde luego, una persona cuya tarea es pensar, pero esto también caracteriza a Ramón y Cajal, Einstein, Gauss... a los que nadie (al menos de entrada) califica de «filósofos». El embarazo del profesional de la filosofía se acentuará además por una sospecha de lo que, ante su respuesta, el interlocutor empezará a barruntar. Pues si se hiciera una encuesta en la calle sobre el tema, la gran mayoría de los interrogados haría suya una opinión del orden siguiente: «Los filósofos son tipos que hablan sobre asuntos que solo a ellos interesan, y en una jerga que solo ellos (en el mejor de los casos) entienden».

Difícil es para el filosofo convencer (tanto a los demás como a sí mismo) de que en esta visión hay mucho de burda caricatura y que, en realidad, filósofo es exclusivamente aquel que habla de cosas que a todos conciernen y lo hace en términos, de entrada, elementales y que solo alcanzan la inevitable complejidad respetando esa absoluta exigencia de transparencia que viene emblemáticamente asociada al nombre de Descartes.

Decir que un filósofo habla exclusivamente de asuntos que a todos conciernen, decir que, si algún asunto no responde a esta exigencia, no puede ser filosófico, es acercar la interrogación filosófica a esas preguntas elementales que el ser humano plantea como mero corolario de una suerte de tendencia innata. Tendencia que, desde luego, observamos en los niños y que cuenta entre sus ingredientes con lo que un pensador contemporáneo ha denominado «instinto de lenguaje». Instinto que mueve a intentar que el lenguaje se fertilice, alcance aquello de que es potencialmente capaz, es decir, se realice. El lenguaje alcanza su madurez explorando diferentes vías, pero desde luego la vía interrogativa es una de ellas, y la palabra designativa de la situación de estupor que lleva a interrogarse es precisamente filosofía. (El Boomeran(g), mayo, 2008)





Albert Einstein