martes, 12 de diciembre de 2023

[ARCHIVO DEL BLOG] Sobre la universidad, las humanidades y la filosofía en particular. [Publicada el 18/08/2016]












No soy hombre de grandes ni numerosas pasiones. Tengo alguna que otra, pequeña, inofensiva e íntima que me perdonarán no les cuente. Las públicas, también escasas, podríamos dividirlas en dos: personales (mis nietos, mi familia, mis amigas, el café, los gatos...) y académicas (la teoría política, el derecho constitucional, la historia, la literatura...). Hay alguna otra que implica una cierta frustración, como la enseñanza, y aunque no creo en las vocaciones desde la cuna y sí en las que se "hacen", la diosa Fortuna no me dio el empujoncito necesario para dedicarme a ella, pero me dejó interés y preocupación por la misma.
Sobre la enseñanza y la misión de la universidad suelo escribir a menudo en el blog, trayendo hasta él las opiniones de profesores, educadores y expertos que encuentro relevantes, y algunas veces, menos, mi propia experiencia.
¿Por qué resulta tan frustrante la búsqueda de una enseñanza de calidad en España? Respuestas las hay para todos los gustos: que la culpa es de los padres, de los propios alumnos, de los inmigrantes, de la masificación escolar, de la falta de medios humanos y materiales, del propio sistema escolar, del desbarajuste legislativo estatal y autonómico... Me gustaría leer de vez en cuando alguna autocrítica que pusiera el acento en la responsabilidad, o irresponsabilidad, de buena parte del profesorado, desde la educación infantil hasta los cursos de doctorado. Pero no abundan, no...
Recuerdo al respecto dos artículos especialmente incisivos de hace unos años. El primero, "La clase perdedora", escrito por José Luis Barbería, en el que se responsabilizaba como primera causa del fracaso escolar a la falta de formación personal y académica de los padres y a la falta de hábitos de lectura familiares. Y a más cosas, claro está. El segundo, "La Universidad tiene profesores de sobra pero mal repartidos", escrito por Susana Pérez de Pablos, que ponía de manifiesto, frente a una creencia generalizada, e interesada por parte de los propios afectados, que la universidad española presenta un exceso de profesorado muy por encima de los ratios de media de las universidades europeas y un reparto desproporcionado entre el profesorado de carreras de Letras y de Ciencias. Todo ello podría explicar -decía- el rechazo de una buena parte de ese mismo profesorado universitario al proceso de convergencia del Plan Bolonia ante la inevitable "quema" (el entrecomillado es mío) de áreas muy personales de conocimiento y de asignaturas, con todo lo que ello supone de asignación de recursos para los propios afectados, sus Departamentos de origen y la propia universidad.
Sobre la responsabilidad, o irresponsabilidad, del profesorado en la situación de la enseñanza española publicó en Revista de Libros (2009) un interesante artículo Mariano Fernández Enguita, catedrático de Sociología de la Universidad de Salamanca, titulado "Cuadernos de Quejas". Decía en él que el conjunto de ese profesorado (cerca de 700.000 personas en aquel momento) estaba conociendo una transformación radical de su entorno amplio (el lugar y el papel de la educación en la sociedad) e inmediato (las relaciones con alumnos y con familias), así como de su propia naturaleza (reclutamiento, condiciones de trabajo, cultura profesional), lo que hacía que se encontrara ávido de ideas, imágenes, iconos, narraciones y otras expresiones simbólicas de su identidad, sus intereses y sus inquietudes. La principal fuente de alimentación de su imaginario colectivo -comentaba- no es la literatura, sino el cine: películas como "La lengua de las mariposas", "Todo empieza hoy" o "Ser y tener", que fueron comidilla de los claustros, materia para artículos editoriales y alimento para simposios, y también para el sector editorial (y no sólo de libros de texto), al constituir los profesores un colectivo con ciertos intereses, creencias, valores y símbolos compartidos que estaban dando lugar a un nuevo género literario que podríamos llamar el "cuaderno de quejas", que era, precisamente, el título de su artículo.
Resulta desolador que un país como el nuestro, España, que ocupa el puesto número 13 en el ranking mundial por su Producto Interior Bruto, no cuente con una sola universidad entre las 100 más prestigiosas del mundo, y entre las cien siguientes solo esté la Pompeu Fabra, de Barcelona, y esta en el puesto 186.
El escritor Rafael Argullol declaraba hace un tiempo en El País, en un artículo titulado "La cultura enclaustrada", que el repliegue de la universidad sobre sí misma era una consecuencia del antintelectualísmo rampante que impera en la misma que ha renunciado a la creatividad y el riesgo, para centrarse en la publicación de "Papers" que solo se leen entre los integrantes del gremio respectivo. 
Detenerse en el análisis de las causas de esta situación sería muy complejo y escapa por completo a la intención de este comentario. No puede ser solo cuestión de dinero, aunque ello sea significativo. Un ejemplo, la Universidad de Harvard, en Estados Unidos, para un total de 21.500 estudiantes (la mitad de ellos de doctorado) tiene un presupuesto de 2208 millones anuales de euros. El conjunto de todas las universidades públicas españolas, para un total de 1.561.000 estudiantes, alcanzan un presupuesto global de 8730 millones de euros. Otro problema es el incestuoso sistema (incestuoso, sí, más que endogámico) de selección del profesorado en las universidades españolas. En Estados Unidos ninguna universidad contrata como profesor a un graduado o doctorado de la misma sin experiencia académica acreditada en otra universidad distinta. No está escrito en ningún sitio, pero es algo aceptado tácitamente por todas ellas.
Sobre las "claves del fracaso de la universidad y la ciencia en España y sus posibles vías de solución", hay un libro de título homónimo (Madrid, Gadir, 2013) escrito por la profesora de Historia Económica de la UNED y exdirectora general de universidades de la comunidad autónoma madrileña Clara Eugenia Núñez. La reseña del mismo, muy crítica con algunos de los planteamientos del libro sobre financiación pública o privada de las universidades, la promoción de la competencia entre ellas por atraerse alumnos o invertir en investigaciones al servicio de intereses privados, puede leerse en el artículo titulado "Crónica de un fracaso", publicado en Revista de Libros por el catedrático de Sociología de la Universidad Complutense de Madrid Julio Carabaña.
Hay un viejo aforismo latino en la Universidad de Salamanca que reza así: "Quod natura non dat, Salmantica non praestat". No hace falta ser Virgilio ni Cicerón para entenderlo: "Lo que la naturaleza no da, Salamanca no lo otorga". A pesar de ello, reconozco que para un joven cualquiera, eso sí, despierto y animoso, el paso por la universidad, cualquier universidad, puede resultar algo mágico.
Sobre la magia de la vida universitaria una de las personas que más y mejor ha escrito ha sido George Steiner. De él se pueden decir muchas cosas pero yo voy a señalar únicamente dos: que es uno de los más importantes intelectuales de la segunda mitad del siglo XX, y que toda su obra viene caracterizada por una insaciable búsqueda de la "excelencia". Excelencia humanística, literaria, académica, y vital. No es extraño, pues, que el crítico literario Martín Schifino titulara el comentario de una de sus obras: "Los libros que nunca he escrito" (Siruela, Madrid, 2008), como "Utopías de la excelencia". 
Nacido en París, en 1929, en el seno de una familia judía austriaca emigrada a causa del nazismo, en 1940 se traslada a Estados Unidos con su familia, obteniendo su licenciatura por la Universidad de Chicago, el MA (Master of Arts) por Harvard y el doctorado por Oxford. Ha sido profesor en Princeton, en Innsbruck, en Cambridge, en Ginebra, en Oxford y en Harvard. En 2001 recibió el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades.
Por mi parte hará quince años que leí por vez primera su magnífico Errata: El examen de una vida (Siruela, Madrid, 1998). Un excepcional libro autobiográfico que me impresionó profundamente y al que vuelvo a menudo en busca de inspiración. Llegué a él, como en tantas otras ocasiones, a través de un artículo en Revista de Libros, en este caso, el titulado "El pensamiento como vocación", del escritor Ángel García Galiano.
De mi emocionada lectura de "Errata" recuerdo con especial intensidad los capítulos que hacen referencia a la enseñanza universitaria y a su propia experiencia académica, como alumno, primero, y como profesor después, siempre en busca de esa "excelencia" que caracteriza toda su obra. 
"Una universidad digna -dice en él- es sencillamente aquella que propicia el contacto personal con el aura y la amenaza de lo sobresaliente. Estrictamente hablando, esto es cuestión de proximidad, de ver y escuchar. La institución, sobre todo si está consagrada a la enseñanza de las humanidades, no debe ser demasiado grande. El académico, el profesor, debería ser perfectamente visible. Cruzarse a diario en nuestro camino". Y continúa más adelante: "En la masa crítica de la comunidad académica exitosa, las órbitas de las obsesiones individuales se cruzarán incesantemente. Una vez entra en colisión con ellas, el estudiante no podrá sustraerse ni a su luminosidad ni al desafío que lanzan a la complacencia. Ello no ha de ser necesariamente (aunque puede serlo) un acicate para la imitación. El estudiante puede rechazar la disciplina en cuestión, la ideología propuesta (…) No importa. Una vez que un hombre o una mujer jóvenes son expuestos al virus de lo absoluto, una vez que ven, oyen, “huelen” la fiebre en quienes persiguen la verdad desinteresadamente, algo de su resplandor permanecerá en ellos. Para el resto de sus vidas y a lo largo de sus trayectorias profesionales, acaso absolutamente normales o mediocres, estos hombres y estas mujeres estarán equipados con una suerte de salvavidas contra el vacío."
¡Qué envidia!... Si encuentran algún parecido entre esa "experiencia" y la de nuestras masificadas universidades actuales, será por una excepcional casualidad. No la desaprovechen, porque es difícil que se repita... Yo tuve el privilegio de estar expuesto a ese virus, y aunque como dice Steiner mi vida ha  por sendas absolutamente normales en lo personal y mediocres en lo profesional, quedé contaminado para siempre por esa aura.
Y ahora, desde hace unos días, el diario El País le viene dedicando al asunto de la misión de la universidad, de las humanidades en general y de la filosofía en particular, una serie de artículos escritos por eminentes profesores universitarios que no me resisto a subir hasta el blog. No voy a resumirlos ni comentarlos, porque ya me he extendido en exceso en esta entrada de hoy. Solo les dejo la reseña de los mismos y el enlace a las páginas de El País en que pueden leerlos. Están citados por fecha de publicación. E iré añadiendo a la entrada todos los que se publiquen sucesivamente en la serie. 
El primero de ellos está firmado por Fernando Savater y lleva el título de "¿Por qué sobra la filosofía?". Dice Savater en él que el rectorado de la Complutense prepara un plan de reorganización de sus centros que supone el cierre de la facultad donde se enseña a Platón, Kant y Nietzsche y que hace falta ofrecer una explicación que no sea solo contable. El segundo de los artículos citados, del profesor Javier Gomá se titula "La misión de la universidad: formar profesionales y ciudadanos"La filosofía es la vía privilegiada para tomar conciencia de la dignidad. Y la universidad debe formar no solo profesionales, sino ciudadanos con dignidad, dice en él. En el tercero el profesor José Luis Pardo se pregunta: "¿Hay que defender las humanidades?"Los políticos, dice en el mismo, que gestionan la enseñanza han degradado y marginado sistemáticamente la filosofía. El cuarto, titulado "La cuestión central", lo escribe el profesor José Luis Villacañas. El debate sobre la Filosofía, dice, es en realidad un cuestionamiento al modelo de gestión de la universidad pública. El quinto, con el título de "El filósofo y el pastelero", lo firma el también profesor Antonio Valdecantos. El mayor peligro, dice en él, es que la disciplina acabe convirtiéndose en un mero adorno, pero un adorno feo, deteriorado y desteñido, bastante pretencioso y desde luego muy ‘kitsch’, como los muñecos que se colocan para rematar las tartas nupciales. Y el sexto y último, de momento, está firmado por el profesor Carlos Rodríguez Estacio y se titula "Asilo para la libertad". El vacío que deja la Filosofía será llenado con más credulidad, aldeanismo, ceguera y ruido, dice en él. Les invito a entrar en los enlaces reseñados y espero haber suscitado al menos su interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt












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