jueves, 29 de enero de 2009

Canarias en la picota

Enésima afrenta del gobierno regional de ATI-CC y PP a los grancanarios a cuenta del famoso mapa del periódico El Día, repartido en los centros públicos de la Comunidad Autónoma, en los que se ignora y modifica el nombre de su isla. Menosprecio gratuito, innecesario y bastante idiota, por cierto. ¿Voluntario? Pues es posible que no, pero en política la mujer del César no sólo tiene que ser honesta sino parecerlo, y este gobierno de honestidad, la verdad, y en base a la de querellas judiciales en que sus miembros están enfrascados, no parece muy sobrado.

¿Consecuencias? En principio, muchos grancanarios están convencidos de que Canarias no tiene viabilidad política mientras continúe en el gobierno ATI-CC, y comienzan a pensar que, contra los tinerfeños nada, pero con Tenerife a ningún sitio. ¿Opciones? Tres: la doble autonomía, federalizar Canarias, y coyunturalmente, y a los solos efectos de modificar el Estatuto de Autonomía y el sistema electoral canario, un pacto PSOE-PP que desaloje a ATI-CC del poder, y después, a quién Dios de la dé, San Pedro se la bendiga.

Personalmente, prefiero la doble autonomía. Pero reconozco las dificultades de todo tipo que ese paso supone y que la convierten en, prácticamente, inviable. Así pues, quedaría una segunda opción: federalizar Canarias.

Federalizar Canarias supondría replantearse la distribución del poder político en el seno de la Comunidad Autónoma de manera horizontal entre el gobierno regional y los gobiernos insulares mediante un reparto de competencias tasado estatutariamente tanto a nivel regional como insular, y la configuración de un parlamento regional (o Cabildo General de Canarias) bicameral en el que estuvieran representados tanto el pueblo del archipiélago en su conjunto como cada una de sus islas (consideradas como entidades territoriales propias y autónomas) con competencias legislativas iguales y capacidad de exigir la responsabildad política del gobierno regional. La Cámara de elección popular sería elegida por la totalidad de la población del archipiélago por un sistema proporcional puro, en una circunscripción electoral única. La Cámara territorial estaría conformada por representantes de los gobiernos de los Cabildos Insulares, en número igual para cada uno de ellos, independientemente de su población.

No es la primera vez que planteo esta posibilidad. Lo hice ante el propio Parlamento de Canarias en 1995, 1996 y 1997, con ocasión de las deliberaciones que llevaron a la reforma del Estatuto de Autonomía, y en varios artículos publicados en la prensa regional que tuvieron cierta repercusión en medios académicos y universitarios, pero casi ninguna política. Esos artículos pueden leerse, en mi anterior blog ("Desde el Trópico de Cáncer") (1) en las entradas correspondientes a los días 26 y 27 de octubre, y 25 y 28 de noviembre, de 2006. Y si alguien ve algún tipo de animadversión a Tenerife en esta crónica, se equivoca de medio a medio, pero como ocurre a veces en los matrimonios mal avenidos, el divorcio de mutuo acuerdo puede ser lo mejor para todos. Más abajo pueden leer el artículo que sobre la polémica del mapa escribe hoy en La Provincia-Diario de Las Palmas, titulado "Un mapa para la discordia", el director de dicho periódico, Ángel Tristán Pimienta. Sean felices. Tamaragua. (HArendt)


Notas:
(1) http://ccampos1946.blog.com

Fotos:
(1) El Escudo de Armas de Canarias:
http://www.estecha.com/imagen/escudos-piedra-comunidades/canarias-escudo.jpg




http://www.estecha.com/imagen/escudos-piedra-comunidades/canarias-escudo.jpg
Escudo de Armas de Canarias



"Un mapa para la discordia", por Ángel Tristán Pimienta

José Miguel Ruano nació y se crió en Schamann, concretamente en la calle Doña Perfecta. Es un 'canarión' de origen rural que vive en Tenerife desde que fue a estudiar a La Laguna, y que ha escalado puestos en ATI, perdón, en la Coalición Canaria tinerfeña a base de trabajar duro. Porque sólo desde el famoso síndrome del converso se puede explicar una inoportunidad que puede traducirse como que un alto cargo de la Comunidad Autónoma tome partido en una cuestión sensible y disparatada que constituye un ataque contra una de las islas. Miren ustedes que hay mapas antiguos para reproducir en el calendario 2009, año posterior a la rebambaramba por los editoriales de El Día, de la Consejería de Presidencia, planos que reflejan una historia real y que no han sido utilizados torcidamente por personajes llenos de odio que llevan su obsesión al punto de pretender que las otras islas impongan el cambio de nombre a la que es objeto de sus delirios.

Ya los Reyes Católicos, desde el momento mismo de la conquista y de la fundación del real de Las Palmas, se referían en sus cartas y cédulas reales a "la ysla de la Gran Canaria", término que alternaban de vez en cuando con "la dicha ysla de Canaria", incluso en los mismos textos, por la sencilla razón de que al archipiélago no se le denominaba en plural, Canarias, sino en singular, Canaria, tomado el nombre de la principal, que también recibía el de Gran. El archipiélago de Canaria quedó a la postre en archipiélago canario o de Canarias. Y Gran Canaria siguió con la denominación que ha llegado hasta la actualidad. Pretender que es más exacto históricamente suprimir el Gran en base a datos descontextualizados, minoritarios y manipulados, sería lo mismo que pretender que Tenerife se llamara Isla del Infierno porque así está en algunos documentos de la época, sin duda influidos por las poderosas explosiones del Teide, entonces en erupción, que asustaban a los navegantes y aterrorizaban a los vecinos. Sinceramente, no parece muy probable que este se publique el año que viene.

Pero no. José Miguel Ruano, y con él todo el Gobierno, se ha inclinado por el bando que sigue las consignas del periódico El Día, y no sólo hiere la sensibilidad de los grancanarios, constantemente agraviados no sólo por ese diario y sus medios vicarios, sino por la ATI que fue y que, en el fondo y en la forma, sigue estando ahí, sino que da un paso más en dirección a la crispación.

Se duelen muchos miembros de buena fe de Coalición Canaria en Gran Canaria cuando se cita a CC tras las siglas de ATI. Puede que sea un error. Pero no pueden negar que casos como la utilización extemporánea y malévola de este mapa no son el mejor argumento para creer en la sinceridad regional de Coalición Canaria y de su Gobierno. En esta ocasión, que no es una ocasión cualquiera, sino que la cuestión está en plena efervescencia, con amonestación parlamentaria incluida, ni ha demostrado tener sensibilidad ni, por supuesto, neutralidad objetiva. Es decir, se ha dejado llevar por el instinto y ha arrinconado, una vez más, cualquier demostración de vida inteligente y de respeto hacia 'los demás'.

Saldrán en coro ahora sus portavoces quitando importancia al asunto; diciendo que tanta es su bondad y su altruismo que nunca pensaron que se fuera a formar un lío, lo cual, sensu contrario, sería muestra de un preocupante retraso mental en su variante de capacitación política. Pero no se trata de una anécdota, que es la clásica disculpa prepotente y cínica. Es parte de una estrategia fría y premeditada que trampea los mandatos del Estatuto y quiere provocar un estado de tensión que permita desactivar las defensas naturales de Gran Canaria. En esa visión estratégica se incluye, además de sorpresas como la de este mapa francés del mil setecientos elevado a categoría en un documento oficial del Gobierno regional, la voluntad del presidente Paulino Rivero de no cumplir cabalmente con su obligación de residir en Las Palmas de Gran Canaria estos cuatro años y de celebrar, en dicha ciudad, las obligaciones oficiales de agenda. Muy al contrario, son numerosos los empresarios y cargos de las administraciones que se quejan por la necesidad de desplazarse a Tenerife para ser atendidos por el presidente, que tiene una disculpa 'fenomenal': como está arreglando los baños de la residencia oficial con largueza digna de Versalles y lleva año y medio en el hotel Santa Catalina le es más cómodo estar en Santa Cruz.

¿Quién es el que desata el 'pleito insular'?, ¿el que agrede o el que se defiende?, ¿el que aviva los delirios de un expolio demente o el que trata de evitarlo?, ¿el que apoya una locura cerril o el que defiende el buen juicio y la convivencia pacífica y productiva entre todos los canarios?

El Gobierno autonómico sólo tiene una manera de demostrar que se ha equivocado y que no ha querido ofender ni colaborar en el 'golpe de estado' palaciego para dañar la imagen y los intereses de Gran Canaria: retirar con toda urgencia el calendario.
Si la 'guanchancha' se utiliza con los mismos parámetros, el lío del espionaje en Madrid sería un cómic. (La Provincia-Diario de Las Palmas, 29/01/09)



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domingo, 25 de enero de 2009

"Que se avergüence quien haya pensado mal"

"Que se avergüenze el que haya pensado mal". Doña Esperanza Aguirre, condesa de Murillo, presidenta de la Comunidad Autónoma de Madrid, es, sin duda, una mujer culta. Así que es más que probable que conozca la frase que da título a este comentario, pronunciada por el rey Eduardo III de Inglaterra a mediados del siglo XIV con ocasión de un lance cortesano que se hizo célebre. Y que haya pensado en ella (a mi, infinitamente menos culto que la señora condesa, me ha venido enseguida a la cabeza) a raíz de la que le está cayendo encima por causa de la trama de espionaje interno en el seno del PP madrileño puesta en público por el diario El País. Sinceramente, los problemas internos de los partidos, y los del PP en particular (perdónenme lo soez de la expresión) me la traen floja, así que mencionado el asunto, voy a referirme a la destacada influencia francesa (o más específicamente normanda; pues fueron normandos, no los autóctonos sajones, los fundadores del Reino de Inglaterra) en la tradición británica.

Dos ejemplos. El lema de la monarquía británica: "Dieu et mon droit" (1): Dios y mi derecho, así escrito, en francés. Y también, en francés, la fórmula mediante la cual la reina de Gran Bretaña e Irlanda del Norte, sanciona y promulga las leyes del reino: "La Reine le veult" (2): La Reina lo quiere. Por último, la historia del lance que dio origen a la frase "Honi soit qui mal y pense" (3) y con ella al nacimiento de la Orden de la Jarretera, una de las más preciadas condecoraciones de la monarquía británica.

Cuenta la leyenda que una noche en que el rey Eduardo III de Inglaterra estaba bailando con la condesa de Salisbury en una gran fiesta de la corte, hacia el año 1344, la dama perdió su jarretera (liga). Después de recogerla, cuando el rey estaba devolviéndosela, se dio cuenta de que la gente de su alrededor estaba sonriendo y murmurando. Airado, exclamó "honi soit qui mal y pense" (que se avergüence el que mal haya pensado), y colocándose la media sobre su propio muslo, añadió que haría la pequeña jarretera azul tan gloriosa que todos querrían poseerla. Con tal fin creó el rey la Orden de la Jarretera, cuyo símbolo es una jarretera azul oscuro, de borde dorado en la que aparecen en francés las palabras dichas por el rey. Buen fin de semana. Y sean felices, por favor. Tamaragua. (HArendt)




http://participacion.abc.es/myfiles/tiempovariable/jarretera.jpg
Emblemas de la Orden de la Jarretera




Notas:
(1) http://es.wikipedia.org/wiki/Dieu_et_mon_droit
(2) http://en.wikipedia.org/wiki/Royal_Assent
(3) http://es.wikipedia.org/wiki/Orden_de_la_Jarretera

Fotos:
(1) Emblemas de la Orden de la Jarretera:
http://participacion.abc.es/myfiles/tiempovariable/jarretera.jpg
(2) Escudo de Armas del Reino Unido de la Gran Bretaña e Irlanda del Norte:
http://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/thumb/8/84/UK_Royal_Coat_of_Arms.svg/250px-UK_Royal_Coat_of_Arms.svg.png




http://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/thumb/8/84/UK_Royal_Coat_of_Arms.svg/250px-UK_Royal_Coat_of_Arms.svg.png
Escudo de Armas del Reino Unido




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miércoles, 21 de enero de 2009

El valor de la libertad

Los europeos en general y la mayoría de los españoles en particular solemos mofarnos de ellos, comentar que son infantiles, pueriles, prepotentes, matones e incultos... Pero que gran lección nos están dando... Sí, me refiero al pueblo norteamericano. La mayor, la más antigua democracia del mundo, con solo 232 años de existencia... Y cuando la "política" parecía desaparecida de la faz de la tierra, la elección de un hombre, Barack Hussein Obama, como presidente de esa gran nación, nos la devuelve en toda su grandeza al primer plano del acontecer cotidiano de la humanidad... ¡Increíble!...

Oí anoche el discurso de toma de posesión de Obama, pero no tengo buen oído, y dicho sea de paso, la traducción simultánea de las cadenas de televisión que lo retransmitían en directo dejaba mucho que desear. Lo he leído esta mañana en El País (1), ya con detenimiento. Pero no voy a glosarlo. Ni tengo capacidad para ello, ni creo que mi opinión al respecto tenga mayor interés. Leo en el mismo periódico las opiniones y comentarios de relevantes personalidades que sí lo hacen. Lo comparan con los discursos de Franklin D. Roosevelt, de John F. Kennedy, de Ronald Reagan, e incluso con el memorable de Abraham Lincoln (2), no en su toma de posesión, sino en el de la inauguración del cementerio en honor de los soldados muertos en el batalla de Gettysburg (19 de noviembre de 1863) aún en plena guerra civil. O con el más próximo de Winston Churchill (3), apelando al coraje del pueblo británico para enfrentarse a la barbarie nazi, y pronunciado ante la Cámara de los Comunes el 13 de mayo de 1940...

Pero a mi me ha traido a la memoria otro histórico discurso pronunciado mucho antes, en Atenas, en una fecha indeterminada del año 430 a.C. Me refiero a la famosísima Oración Fúnebre (4) de Pericles ante la asamblea ateniense, en homenaje a los soldados muertos durante el primer año de la guerra entre Atenas y Esparta, y que el historiador ateniense Tucídides, contemporáneo de los hechos, dejó reflejada en su "Historia de la Guerra del Peloponeso" (Círculo de Lectores, Barcelona, 1997)

Tómense unos minutos y hagan el esfuerzo de leer ambos discursos (los de Obama y el de Pericles). Y luego los de Lincoln y Churchill. Compárenlos. Admírenlos. Y reconozcan luego conmigo que todos ellos tienen un mismo sujeto, aunque su nombre se pronuncie con acentos distintos: la libertad, y sobre todo, el valor intrínseco de la libertad. Sean felices. Tamaragua. (HArendt)




Notas:
(1) http://www.elpais.com/articulo/internacional/Discurso/inaugural/presidente/Barack/Obama/elpepuint/20090120elpepuint_15/Tes (Texto original en inglés)
(2) http://es.wikipedia.org/wiki/Discurso_de_Gettysburg
(3) http://www.profes.net/rep_documentos/Propuestas_Bachillerato/La_Segunda_Guerra_Mundial.pdf
(4) http://es.wikipedia.org/wiki/Discurso_f%C3%BAnebre_de_Pericles


Fotos:
(1) El presidente Barack Obama pronunciando su discurso de toma de posesión, en:
http://www.diariolasamericas.com/uploaded_pictures/70488_1.jpg
(2) Busto de Pericles,en:
http://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/thumb/4/4b/Pericles_Pio-Clementino_Inv269_n2.jpg/395px-Pericles_Pio-Clementino_Inv269_n2.jpg





http://www.diariolasamericas.com/uploaded_pictures/70488_1.jpg
El presidente Barack H. Obama




"Queridos conciudadanos:

Me presento aquí hoy humildemente consciente de la tarea que nos aguarda, agradecido por la confianza que habéis depositado en mí, conocedor de los sacrificios que hicieron nuestros antepasados. Doy gracias al presidente Bush por su servicio a nuestra nación y por la generosidad y la cooperación que ha demostrado en esta transición.

Son ya 44 los estadounidenses que han prestado juramento como presidentes. Lo han hecho durante mareas de prosperidad y en aguas pacíficas y tranquilas. Sin embargo, en ocasiones, este juramento se ha prestado en medio de nubes y tormentas. En esos momentos, Estados Unidos ha seguido adelante, no sólo gracias a la pericia o la visión de quienes ocupaban el cargo, sino porque Nosotros, el Pueblo, hemos permanecido fieles a los ideales de nuestros antepasados y a nuestros documentos fundacionales. Así ha sido. Y así debe ser con esta generación de estadounidenses.

Es bien sabido que estamos en medio de una crisis. Nuestro país está en guerra contra una red de violencia y odio de gran alcance. Nuestra economía se ha debilitado enormemente, como consecuencia de la codicia y la irresponsabilidad de algunos, pero también por nuestra incapacidad colectiva de tomar decisiones difíciles y preparar a la nación para una nueva era. Se han perdido casas; se han eliminado empleos; se han cerrado empresas. Nuestra sanidad es muy cara; nuestras escuelas tienen demasiados fallos; y cada día trae nuevas pruebas de que nuestros usos de la energía fortalecen a nuestros adversarios y ponen en peligro el planeta.

Estos son indicadores de una crisis, sujetos a datos y estadísticas. Menos fácil de medir pero no menos profunda es la destrucción de la confianza en todo nuestro territorio, un temor persistente de que el declive de Estados Unidos es inevitable y la próxima generación tiene que rebajar sus miras. Hoy os digo que los problemas que nos aguardan son reales. Son graves y son numerosos. No será fácil resolverlos, ni podrá hacerse en poco tiempo. Pero debes tener clara una cosa, América: los resolveremos.

Hoy estamos reunidos aquí porque hemos escogido la esperanza por encima del miedo, el propósito común por encima del conflicto y la discordia. Hoy venimos a proclamar el fin de las disputas mezquinas y las falsas promesas, las recriminaciones y los dogmas gastados que durante tanto tiempo han sofocado nuestra política.

Seguimos siendo una nación joven, pero, como dicen las Escrituras, ha llegado la hora de dejar a un lado las cosas infantiles. Ha llegado la hora de reafirmar nuestro espíritu de resistencia; de escoger lo mejor que tiene nuestra historia; de llevar adelante ese precioso don, esa noble idea, transmitida de generación en generación: la promesa hecha por Dios de que todos somos iguales, todos somos libres, y todos merecemos una oportunidad de buscar toda la felicidad que nos sea posible.

Al reafirmar la grandeza de nuestra nación, sabemos que esa grandeza no es nunca un regalo. Hay que ganársela. Nuestro viaje nunca ha estado hecho de atajos ni se ha conformado con lo más fácil. No ha sido nunca un camino para los pusilánimes, para los que prefieren el ocio al trabajo, o no buscan más que los placeres de la riqueza y la fama. Han sido siempre los audaces, los más activos, los constructores de cosas -algunos reconocidos, pero, en su mayoría, hombres y mujeres cuyos esfuerzos permanecen en la oscuridad- los que nos han impulsado en el largo y arduo sendero hacia la prosperidad y la libertad.

Por nosotros empaquetaron sus escasas posesiones terrenales y cruzaron océanos en busca de una nueva vida. Por nosotros trabajaron en condiciones infrahumanas y colonizaron el Oeste; soportaron el látigo y labraron la dura tierra. Por nosotros combatieron y murieron en lugares como Concord y Gettysburg, Normandía y Khe Sahn. Una y otra vez, esos hombres y mujeres lucharon y se sacrificaron y trabajaron hasta tener las manos en carne viva, para que nosotros pudiéramos tener una vida mejor. Vieron que Estados Unidos era más grande que la suma de nuestras ambiciones individuales; más grande que todas las diferencias de origen, de riqueza, de partido.

Ése es el viaje que hoy continuamos. Seguimos siendo el país más próspero y poderoso de la Tierra. Nuestros trabajadores no son menos productivos que cuando comenzó esta crisis. Nuestras mentes no son menos imaginativas, nuestros bienes y servicios no son menos necesarios que la semana pasada, el mes pasado ni el año pasado. Nuestra capacidad no ha disminuido. Pero el periodo del inmovilismo, de proteger estrechos intereses y aplazar decisiones desagradables ha terminado; a partir de hoy, debemos levantarnos, sacudirnos el polvo y empezar a trabajar para reconstruir Estados Unidos.

Porque, miremos donde miremos, hay trabajo que hacer. El estado de la economía exige actuar con audacia y rapidez, y vamos a actuar; no sólo para crear nuevos puestos de trabajo, sino para sentar nuevas bases de crecimiento. Construiremos las carreteras y los puentes, las redes eléctricas y las líneas digitales que nutren nuestro comercio y nos unen a todos. Volveremos a situar la ciencia en el lugar que le corresponde y utilizaremos las maravillas de la tecnología para elevar la calidad de la atención sanitaria y rebajar sus costes. Aprovecharemos el sol, los vientos y la tierra para hacer funcionar nuestros coches y nuestras fábricas. Y transformaremos nuestras escuelas y nuestras universidades para que respondan a las necesidades de una nueva era. Podemos hacer todo eso. Y todo lo vamos a hacer.

Ya sé que hay quienes ponen en duda la dimensión de mis ambiciones, quienes sugieren que nuestro sistema no puede soportar demasiados grandes planes. Tienen mala memoria. Porque se han olvidado de lo que ya ha hecho este país; de lo que los hombres y mujeres libres pueden lograr cuando la imaginación se une a un propósito común y la necesidad al valor.

Lo que no entienden los escépticos es que el terreno que pisan ha cambiado, que las manidas discusiones políticas que nos han consumido durante tanto tiempo ya no sirven. La pregunta que nos hacemos hoy no es si nuestro gobierno interviene demasiado o demasiado poco, sino si sirve de algo: si ayuda a las familias a encontrar trabajo con un sueldo decente, una sanidad que puedan pagar, una jubilación digna. En los programas en los que la respuesta sea sí, seguiremos adelante. En los que la respuesta sea no, los programas se cancelarán. Y los que manejemos el dinero público tendremos que responder de ello -gastar con prudencia, cambiar malos hábitos y hacer nuestro trabajo a la luz del día-, porque sólo entonces podremos restablecer la crucial confianza entre el pueblo y su gobierno.

Tampoco nos planteamos si el mercado es una fuerza positiva o negativa. Su capacidad de generar riqueza y extender la libertad no tiene igual, pero esta crisis nos ha recordado que, sin un ojo atento, el mercado puede descontrolarse, y que un país no puede prosperar durante mucho tiempo cuando sólo favorece a los que ya son prósperos. El éxito de nuestra economía ha dependido siempre, no sólo del tamaño de nuestro producto interior bruto, sino del alcance de nuestra prosperidad; de nuestra capacidad de ofrecer oportunidades a todas las personas, no por caridad, sino porque es la vía más firme hacia nuestro bien común.

En cuanto a nuestra defensa común, rechazamos como falso que haya que elegir entre nuestra seguridad y nuestros ideales. Nuestros Padres Fundadores, enfrentados a peligros que apenas podemos imaginar, elaboraron una carta que garantizase el imperio de la ley y los derechos humanos, una carta que se ha perfeccionado con la sangre de generaciones. Esos ideales siguen iluminando el mundo, y no vamos a renunciar a ellos por conveniencia. Por eso, a todos los demás pueblos y gobiernos que hoy nos contemplan, desde las mayores capitales hasta la pequeña aldea en la que nació mi padre, os digo: sabed que Estados Unidos es amigo de todas las naciones y todos los hombres, mujeres y niños que buscan paz y dignidad, y que estamos dispuestos a asumir de nuevo el liderazgo.

Recordemos que generaciones anteriores se enfrentaron al fascismo y el comunismo no sólo con misiles y carros de combate, sino con alianzas sólidas y convicciones duraderas. Comprendieron que nuestro poder no puede protegernos por sí solo, ni nos da derecho a hacer lo que queramos. Al contrario, sabían que nuestro poder crece mediante su uso prudente; nuestra seguridad nace de la justicia de nuestra causa, la fuerza de nuestro ejemplo y la moderación que deriva de la humildad y la contención.

Somos los guardianes de este legado. Guiados otra vez por estos principios, podemos hacer frente a esas nuevas amenazas que exigen un esfuerzo aún mayor, más cooperación y más comprensión entre naciones. Empezaremos a dejar Irak, de manera responsable, en manos de su pueblo, y a forjar una merecida paz en Afganistán. Trabajaremos sin descanso con viejos amigos y antiguos enemigos para disminuir la amenaza nuclear y hacer retroceder el espectro del calentamiento del planeta. No pediremos perdón por nuestra forma de vida ni flaquearemos en su defensa, y a quienes pretendan conseguir sus objetivos provocando el terror y asesinando a inocentes les decimos que nuestro espíritu es más fuerte y no podéis romperlo; no duraréis más que nosotros, y os derrotaremos.

Porque sabemos que nuestra herencia multicolor es una ventaja, no una debilidad. Somos una nación de cristianos y musulmanes, judíos e hindúes, y no creyentes. Somos lo que somos por la influencia de todas las lenguas y todas las culturas de todos los rincones de la Tierra; y porque probamos el amargo sabor de la guerra civil y la segregación, y salimos de aquel oscuro capítulo más fuertes y más unidos, no tenemos más remedio que creer que los viejos odios desaparecerán algún día; que las líneas tribales pronto se disolverán; y que Estados Unidos debe desempeñar su papel y ayudar a iniciar una nueva era de paz.

Al mundo musulmán: buscamos un nuevo camino hacia adelante, basado en intereses mutuos y mutuo respeto. A esos líderes de todo el mundo que pretenden sembrar el conflicto o culpar de los males de su sociedad a Occidente: sabed que vuestro pueblo os juzgará por lo que seáis capaces de construir, no por lo que destruyáis. A quienes se aferran al poder mediante la corrupción y el engaño y acallando a los que disienten, tened claro que la historia no está de vuestra parte; pero estamos dispuestos a tender la mano si vosotros abrís el puño.

A los habitantes de los países pobres: nos comprometemos a trabajar a vuestro lado para conseguir que vuestras granjas florezcan y que fluyan aguas potables; para dar de comer a los cuerpos desnutridos y saciar las mentes sedientas. Y a esas naciones que, como la nuestra, disfrutan de una relativa riqueza, les decimos que no podemos seguir mostrando indiferencia ante el sufrimiento que existe más allá de nuestras fronteras, ni podemos consumir los recursos mundiales sin tener en cuenta las consecuencias. Porque el mundo ha cambiado, y nosotros debemos cambiar con él.

Mientras reflexionamos sobre el camino que nos espera, recordamos con humilde gratitud a esos valerosos estadounidenses que en este mismo instante patrullan desiertos lejanos y montañas remotas. Tienen cosas que decirnos, del mismo modo que los héroes caídos que yacen en Arlington nos susurran a través del tiempo. Les rendimos homenaje no sólo porque son guardianes de nuestra libertad, sino porque encarnan el espíritu de servicio, la voluntad de encontrar sentido en algo más grande que ellos mismos. Y sin embargo, en este momento -un momento que definirá a una generación-, ese espíritu es precisamente el que debe llenarnos a todos.

Porque, con todo lo que el gobierno puede y debe hacer, a la hora de la verdad, la fe y el empeño del pueblo norteamericano son el fundamento supremo sobre el que se apoya esta nación. La bondad de dar cobijo a un extraño cuando se rompen los diques, la generosidad de los trabajadores que prefieren reducir sus horas antes que ver cómo pierde su empleo un amigo: eso es lo que nos ayuda a sobrellevar los tiempos más difíciles. Es el valor del bombero que sube corriendo por una escalera llena de humo, pero también la voluntad de un padre de cuidar de su hijo; eso es lo que, al final, decide nuestro destino.

Nuestros retos pueden ser nuevos. Los instrumentos con los que los afrontamos pueden ser nuevos. Pero los valores de los que depende nuestro éxito -el esfuerzo y la honradez, el valor y el juego limpio, la tolerancia y la curiosidad, la lealtad y el patriotismo- son algo viejo. Son cosas reales. Han sido el callado motor de nuestro progreso a lo largo de la historia. Por eso, lo que se necesita es volver a estas verdades. Lo que se nos exige ahora es una nueva era de responsabilidad, un reconocimiento, por parte de cada estadounidense, de que tenemos obligaciones con nosotros mismos, nuestro país y el mundo; unas obligaciones que no aceptamos a regañadientes sino que asumimos de buen grado, con la firme convicción de que no existe nada tan satisfactorio para el espíritu, que defina tan bien nuestro carácter, como la entrega total a una tarea difícil.

Éste es el precio y la promesa de la ciudadanía. Ésta es la fuente de nuestra confianza; la seguridad de que Dios nos pide que dejemos huella en un destino incierto. Éste es el significado de nuestra libertad y nuestro credo, por lo que hombres, mujeres y niños de todas las razas y todas las creencias pueden unirse en celebración en este grandioso Mall y por lo que un hombre a cuyo padre, no hace ni 60 años, quizá no le habrían atendido en un restaurante local, puede estar ahora aquí, ante vosotros, y prestar el juramento más sagrado.

Marquemos, pues, este día con el recuerdo de quiénes somos y cuánto camino hemos recorrido. En el año del nacimiento de Estados Unidos, en el mes más frío, un pequeño grupo de patriotas se encontraba apiñado en torno a unas cuantas hogueras mortecinas a orillas de un río helado. La capital estaba abandonada. El enemigo avanzaba. La nieve estaba manchada de sangre. En un momento en el que el resultado de nuestra revolución era completamente incierto, el padre de nuestra nación ordenó que leyeran estas palabras:

"Que se cuente al mundo futuro... que en el más profundo invierno, cuando no podía sobrevivir nada más que la esperanza y la virtud... la ciudad y el campo, alarmados ante el peligro común, se apresuraron a hacerle frente".

América. Ante nuestros peligros comunes, en este invierno de nuestras dificultades, recordemos estas palabras eternas. Con esperanza y virtud, afrontemos una vez más las corrientes heladas y soportemos las tormentas que puedan venir. Que los hijos de nuestros hijos puedan decir que, cuando se nos puso a prueba, nos negamos a permitir que se interrumpiera este viaje, no nos dimos la vuelta ni flaqueamos; y que, con la mirada puesta en el horizonte y la gracia de Dios con nosotros, seguimos llevando hacia adelante el gran don de la libertad y lo entregamos a salvo a las generaciones futuras. Gracias, que Dios os bendiga, que Dios bendiga a América. (Discurso de toma de posesión de Barack Hussein Obama como presidente de los Estados Unidos de América, 20 de enero de 2009)





http://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/thumb/4/4b/Pericles_Pio-Clementino_Inv269_n2.jpg/395px-Pericles_Pio-Clementino_Inv269_n2.jpg
Busto de Pericles




“Ciudadanos:

La mayoría de los que aquí han hablado anteriormente elogian al que añadió a la costumbre el que se pronunciara públicamente este discurso, como algo hermoso en honor de los enterrados a consecuencia de las guerras. Aunque lo que a mí me parecería suficiente es que, ya que llegaron a ser de hecho hombres valientes, también de hecho se patentizara su fama como ahora mismo ven en torno a este túmulo que públicamente se les ha preparado; y no que las virtudes de muchos corran el peligro de ser creídas según que un solo hombre hable bien o menos bien. Pues es difícil hablar con exactitud en momentos en los que difícilmente está segura incluso la apreciación de la verdad. Pues el oyente que ha conocido los hechos y es benévolo, pensará quizá que la exposición se queda corta respecto a lo que él quiere y sabe; en cambio quien no los conoce pensará, por envidia, que se está exagerando, si oye algo que está por encima de su propia naturaleza. Pues los elogios pronunciados sobre los demás se toleran sólo hasta el punto en que cada cual también cree ser capaz de realizar algo de las cosas que oyó; y a lo que por encima de ellos sobrepasa, sintiendo ya envidia, no le dan crédito. Mas, puesto que a los antiguos les pareció que ello estaba bien, es preciso que también yo, siguiendo la ley, intente satisfacer lo más posible el deseo y la expectación de cada uno de vosotros.

Comenzaré por los antepasados, lo primero; pues es justo y al mismo tiempo conveniente que en estos momentos se les conceda a ellos esta honra de su recuerdo. Pues habitaron siempre este país en la sucesión de las generaciones hasta hoy, y libre nos lo entregaron gracias a su valor. Dignos son de elogio aquéllos, y mucho más lo son nuestros propios padres, pues adquiriendo no sin esfuerzo, además de lo que recibieron, cuanto imperio tenemos, nos lo dejaron a nosotros, los de hoy en día. Y nosotros, los mismos que aún vivimos y estamos en plena edad madura, en su mayor parte lo hemos engrandecido, y hemos convertido nuestra ciudad en la más autárquica, tanto en lo referente a la guerra como a la paz. De estas cosas pasaré por alto los hechos de guerra con los que se adquirió cada cosa, o si nosotros mismos o nuestros padres rechazamos al enemigo, bárbaro o griego, que valerosamente atacaba, por no querer extenderme ante quienes ya lo conocen. En cambio, tras haber expuesto primero desde qué modo de ser llegamos a ellos, y con qué régimen político y a partir de qué caracteres personales se hizo grande, pasaré también, luego al elogio de los muertos, considerando que en el momento presente no sería inoportuno que esto se dijera, y es conveniente que lo oiga toda esta asamblea de ciudadanos y extranjeros.

Tenemos un régimen político que no se propone como modelo las leyes de los vecinos, sino que más bien es él modelo para otros. Y su nombre, como las cosas dependen no de una minoría, sino de la mayoría, es Democracia. A todo el mundo asiste, de acuerdo con nuestras leyes, la igualdad de derechos en los conflictos privados, mientras que para los honores, si se hace distinción en algún campo, no es la pertenencia a una categoría, sino el mérito lo que hace acceder a ellos; a la inversa, la pobreza no tiene como efecto que un hombre, siendo capaz de rendir servicio al Estado, se vea impedido de hacerlo por la oscuridad de su condición. Gobernamos liberalmente lo relativo a la comunidad, y respecto a la suspicacia recíproca referente a las cuestiones de cada día, ni sentimos envidia del vecino si hace algo por placer, ni añadimos nuevas molestias, que aun no siendo penosas son lamentables de ver. Y al tratar los asuntos privados sin molestarnos, tampoco transgredimos los asuntos públicos, más que nada por miedo, y por obediencia a los que en cada ocasión desempeñan cargos públicos y a las leyes, y de entre ellas sobre todo a las que están dadas en pro de los injustamente tratados, y a cuantas por ser leyes no escritas comportan una vergüenza reconocida.

Y también nos hemos procurado frecuentes descansos para nuestro espíritu, sirviéndonos de certámenes y sacrificios celebrados a lo largo del año, y de decorosas casas particulares cuyo disfrute diario aleja las penas. Y a causa de su grandeza entran en nuestra ciudad toda clase de productos desde toda la tierra, y nos acontece que disfrutamos los bienes que aquí se producen para deleite propio, no menos que los bienes de los demás hombres.

Y también sobresalimos en los preparativos de las cosas de la guerra por lo siguiente: mantenemos nuestra ciudad abierta y nunca se da el que impidamos a nadie (expulsando a los extranjeros) que pregunte o contemple algo —al menos que se trate de algo que de no estar oculto pudiera un enemigo sacar provecho al verlo—, porque confiamos no más en los preparativos y estratagemas que en nuestro propio buen ánimo a la hora de actuar. Y respecto a la educación, éstos, cuando todavía son niños, practican con un esforzado entrenamiento el valor propio de adultos, mientras que nosotros vivimos plácidamente y no por ello nos enfrentamos menos a parejos peligros. Aquí está la prueba: los lacedemonios nunca vienen a nuestro territorio por sí solos, sino en compañía de todos sus aliados; en cambio nosotros, cuando atacamos el territorio de los vecinos, vencemos con facilidad en tierra extranjera la mayoría de las veces, y eso que son gentes que se defienden por sus propiedades. Y contra todas nuestras fuerzas reunidas ningún enemigo se enfrentó todavía, a causa tanto de la preparación de nuestra flota como de que enviamos a algunos de nosotros mismos a puntos diversos por tierra. Y si ellos se enfrentan en algún sitio con una parte de los nuestros, si vencen se jactan de haber rechazado unos pocos a todos los nuestros, y si son vencidos, haberlo sido por la totalidad. Así pues, si con una cierta indolencia más que con el continuo entrenarse en penalidades, y no con leyes más que con costumbres de valor queremos correr los riesgos, ocurre que no sufrimos de antemano con los dolores venideros, y aparecemos llegando a lo mismo y con no menos arrojo que quienes siempre están ejercitándose. Por todo ello la ciudad es digna de admiración y aun por otros motivos.

Pues amamos la belleza con economía y amamos la sabiduría sin blandicie, y usamos la riqueza más como ocasión de obrar que como jactancia de palabra. Y el reconocer que se es pobre no es vergüenza para nadie, sino que el no huirlo de hecho, eso sí que es más vergonzoso. Arraigada está en ellos la preocupación de los asuntos privados y también de los públicos; y estas gentes, dedicadas a otras actividades, entienden no menos de los asuntos públicos. Somos los únicos, en efecto, que consideramos al que no participa de estas cosas, no ya un tranquilo, sino un inútil, y nosotros mismos, o bien emitimos nuestro propio juicio, o bien deliberamos rectamente sobre los asuntos públicos, sin considerar las palabras un perjuicio para la acción, sino el no aprender de antemano mediante la palabra antes de pasar de hecho a ejecutar lo que es preciso. Pues también poseemos ventajosamente esto: el ser atrevidos y deliberar especialmente sobre lo que vamos a emprender; en cambio en los otros la ignorancia les da temeridad y la reflexión les implica demora. Podrían ser considerados justamente los de mejor ánimo aquellos que conocen exactamente lo agradable y lo terrible y no por ello se apartan de los peligros. Y en lo que concierne a la virtud nos distinguimos de la mayoría, pues nos procuramos a los amigos, no recibiendo favores sino haciéndolos. Y es que el que otorga el favor es un amigo más seguro para mantener la amistad que le debe aquel a quien se lo hizo, pues el que lo debe es en cambio más débil, ya que sabe que devolverá el favor no gratuitamente sino como si fuera una deuda. Y somos los únicos que sin angustiarnos procuramos a alguien beneficios no tanto por el cálculo del momento oportuno como por la confianza en nuestra libertad.

Resumiendo, afirmo que la ciudad toda es escuela de Grecia, y me parece que cada ciudadano de entre nosotros podría procurarse en los más variados aspectos una vida completísima con la mayor flexibilidad y encanto. Y que estas cosas no son jactancia retórica del momento actual sino la verdad de los hechos, lo demuestra el poderío de la ciudad, el cual hemos conseguido a partir de este carácter. Efectivamente, es la única ciudad de las actuales que acude a una prueba mayor que su fama, y la única que no provoca en el enemigo que la ataca indignación por lo que sufre, ni reproches en los súbditos, en la idea de que no son gobernados por gentes dignas. Y al habernos procurado un poderío con pruebas más que evidentes y no sin testigos, daremos ocasión de ser admirados a los hombres de ahora y a los venideros, sin necesitar para nada el elogio de Homero ni de ningún otro que nos deleitará de momento con palabras halagadoras, aunque la verdad irá a desmentir su concepción de los hechos; sino que tras haber obligado a todas las tierras y mares a ser accesibles a nuestro arrojo, por todas partes hemos contribuido a fundar recuerdos imperecederos para bien o para mal. Así pues, éstos, considerando justo no ser privados de una tal ciudad, lucharon y murieron noblemente, y es natural que cualquiera de los supervivientes quiera esforzarse en su defensa.

Esta es la razón por la que me he extendido en lo referente a la ciudad enseñándoles que no disputamos por lo mismo nosotros y quienes no poseen nada de todo esto, y dejando en claro al mismo tiempo con pruebas ejemplares el público elogio sobre quienes ahora hablo. Y de él ya está dicha la parte más importante. Pues las virtudes que en la ciudad he elogiado no son otras que aquellas con que las han adornado estos hombres y otros semejantes, y no son muchos los griegos cuya fama, como la de éstos, sea pareja a lo que hicieron. Y me parece que pone de manifiesto la valía de un hombre, el desenlace que éstos ahora han tenido, al principio sólo mediante indicios, pero luego confirmándola al final. Pues es justo que a quienes son inferiores en otros aspectos se les valore en primer lugar su valentía en defensa de la patria, ya que borrando con lo bueno lo malo reportaron mayor beneficio a la comunidad que lo que la perjudicaron como simples particulares. Y de ellos ninguno flojeó por anteponer el disfrute continuado de la riqueza, ni demoró el peligro por la esperanza de que escapando algún día de su pobreza podría enriquecerse. Por el contrario, consideraron más deseable que todo esto el castigo de los enemigos, y estimando además que éste era el más bello de los riesgos decidieron con él vengar a los enemigos, optando por los peligros, confiando a la esperanza lo incierto de su éxito, estimando digno tener confianza en sí mismos de hecho ante lo que ya tenían ante su vista. Y en ese momento consideraron en más el defenderse y sufrir, que ceder y salvarse; evitaron una fama vergonzosa, y aguantaron el peligro de la acción al precio de sus vidas, y en breve instante de su Fortuna, en el esplendor mismo de su fama más que de su miedo, fenecieron.

Y así éstos, tales resultaron, de modo en verdad digno a su ciudad. Y preciso es que el resto pidan tener una decisión más firme y no se den por satisfechos de tenerla más cobarde ante los enemigos, viendo su utilidad no sólo de palabra, cosa que cualquiera podría tratar in extenso ante ustedes, que la conocéis igual de bien, mencionando cuántos beneficios hay en vengarse de los enemigos; antes por el contrario, contemplando de hecho cada día el poderío de la ciudad y enamorándose de él, y cuando les parezca que es inmenso, piensen que todo ello lo adquirieron unos hombres osados y que conocían su deber, y que actuaron con pundonor en el momento de la acción; y que si fracasaban al intentar algo no se creían con derecho a privar a la ciudad de su innata audacia, por lo que le brindaron su más bello tributo: dieron, en efecto, su vida por la comunidad, cosechando en particular una alabanza imperecedera y la más célebre tumba: no sólo el lugar en que yacen, sino aquella otra en la que por siempre les sobrevive su gloria en cualquier ocasión que se presente, de dicho o de hecho. Porque de los hombres ilustres tumba es la tierra toda, y no sólo la señala una inscripción sepulcral en su ciudad, sino que incluso en los países extraños pervive el recuerdo que, aun no escrito, está grabado en el alma de cada uno más que en algo material. Imiten ahora a ellos, y considerando que su libertad es su felicidad y su valor su libertad, no se angustien en exceso sobre los peligros de la guerra. Pues no sería justo que escatimaran menos sus vidas los desafortunados (ya que no tienen esperanzas de ventura), sino aquellos otros para quienes hay el peligro de sufrir en su vida un cambio a peor, en cuyo caso sobre todo serían mayores las diferencias si en algo fracasaran. Pues, al menos para un hombre que tenga dignidad, es más doloroso sufrir un daño por propia cobardía que, estando en pleno vigor y lleno de esperanza común, la muerte que llega sin sentirse.

Por esto precisamente no compadezco a ustedes, los padres de estos de ahora que aquí están presentes, sino que más bien voy a consolarles. Pues ellos saben que han sido educados en las más diversas experiencias. Y la felicidad es haber alcanzado, como éstos, la muerte más honrosa, o el más honroso dolor como ustedes y como aquellos a quienes la vida les calculó por igual el ser feliz y el morir. Y que es difícil convencerles de ello lo sé, pues tendrán múltiples ocasiones de acordarse de ellos en momentos de alegría para otros, como los que antaño también eran su orgullo. Pues la pena no nace de verse privado uno de aquellas cosas buenas que uno no ha probado, sino cuando se ve despojado de algo a lo que estaba acostumbrado. Preciso es tener confianza en la esperanza de nuevos hijos, los que aún están en edad, pues los nuevos que nazcan ayudarán en el plano familiar a acordarse menos de los que ya no viven, y será útil para la ciudad por dos motivos: por no quedar despoblada y por una cuestión de seguridad. Pues no es posible que tomen decisiones equitativas y justas quienes no exponen a sus hijos a que corran peligro como los demás. Y a su vez, cuantos han pasado ya la madurez, consideren su mayor ganancia la época de su vida en que fueron felices, y que ésta presente será breve, y alíviense con la gloria de ellos. Porque las ansias de honores es lo único que no envejece, y en la etapa de la vida menos útil no es el acumular riquezas, como dicen algunos, lo que más agrada, sino el recibir honores.

Por otra parte, para los hijos o hermanos de éstos que aquí están presentes veo una dura prueba (pues a quien ha muerto todo el mundo suele elogiar) y a duras penas podrían ser considerados, en un exceso de virtud por su parte, no digo iguales sino ligeramente inferiores. Pues para los vivos queda la envidia ante sus adversarios, en cambio lo que no está ante nosotros es honrado con una benevolencia que no tiene rivalidad. Y si debo tener un recuerdo de la virtud de las mujeres que ahora quedarán viudas, lo expresaré todo con una breve indicación. Para ustedes será una gran fama el no ser inferiores a vuestra natural condición, y que entre los hombres se hable lo menos posible de ustedes, sea en tono de elogio o de crítica.

He pronunciado también yo en este discurso, según la costumbre, cuanto era conveniente, y los ahora enterrados han recibido ya de hecho en parte sus honras; a su vez la ciudad va a criar a expensas públicas a sus hijos hasta la juventud, ofreciendo una útil corona a éstos y a los supervivientes de estos combates. Pues es entre quienes disponen de premios mayores a la virtud donde se dan ciudadanos más nobles. Y ahora, después de haber concluido los lamentos fúnebres, cada cual en honor de los suyos, márchense”. (Discurso de Pericles a la asamblea ateniense, en el 430 a.C.)





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martes, 20 de enero de 2009

Hoy comienza el siglo XXI

Hoy, a media tarde hora canaria (mediodía en Washington), Barack Husein Obama (1) tomará posesión de su cargo como 44 presidente de los Estados Unidos de América. Mañana, justamente a esa misma hora, hará cuarenta y ocho años que me encontraba yo sentado sobre la alfombra de la sala de estar de la casa de mis padres, en Madrid, esperando la retransmisión por Eurovisión de la toma de posesión de John Fitzgerald Kennedy (2) como 35 presidente de los Estados Unidos de América.

Yo tenía en ese momento 14 años. Estudiaba el bachillerato en el Colegio "Infanta María Teresa", de Madrid; un colegio para huérfanos e hijos de guardias civiles, adscrito al Instituto "Ramiro de Máeztu". A mi manera, había participado activamente en la campaña que enfrentó a Kennedy y Nixon, gracias a las relaciones que el beísbol facilitaba entre los niños españoles y norteamericanos que vivían en el Distrito de Chamartín, donde residían buena parte de las familias de los soldados desplazados en la cercana base aérea de Torrejón de Ardoz. Y gracias también, a la revista LIFE en español, de la que mi padre era suscriptor, y que recibía directamente desde México, que me había dado pormenorizada cuenta de los detalles y vicisitudes de la enconada campaña electoral y su ajustado resultado final..

Kennedy era una especie de dios reencarnado para mi -creo que mi afición e interés por la política viene de esa fecha, momento en el cual, en mi ingenuidad, me veía como futuro senador de unos futuros Estados Unidos de Europa-, y gocé muchísimo con la retransmisión y el emocionante discurso que pronunció en su toma de posesión, que pueden leer aquí (3), y que constituye una pieza histórica de la oratoria política contemporánea, y de todos los tiempos, citada, copiada e imitada hasta el hastío. Su asesinato, y la impresión que causó en mi, que ya he relatado con detalle en este mismo blog, es el acontecimiento histórico que de forma más vívida permanece grabado en mi memoria.

Dice el periodista Francisco G. Basterra en El País del pasado día 17 ("72 horas para iniciar el siglo"), que hoy comienza el siglo XXI... Quizá sea pronto para aventurar tal conclusión, pero es, desde luego un día histórico; no sólo por lo que representa la llegada de un hombre de color, un negro, a la presidencia de los Estados Unidos, sino más bien, y sobre todo, por la enorme esperanza que su elección ha representado para buena parte de sus contemporáneos, norteamericanos y no norteamericanos, y que puede ser infundada o no, pero que es real. Su discurso de hoy, dentro de unas horas, en su toma de posesión, será leído, oído y mirado con lupa. Y es posible que sí, que en ese momento, comience por fin el siglo XXI. Espero verlo, pero por un "si acaso...", he dejado preparada la grabación del acto en el canal de CNN+... Sean felices. Tamaragua. (HArendt)


Notas:
(1) http://es.wikipedia.org/wiki/Barack_Obama
(2) http://es.wikipedia.org/wiki/John_F._Kennedy
(3) http://inep.org/index2.php?option=com_content&do_pdf=1&id=2591

Fotos:
(1) John F. Kennedy, en:
http://scrapetv.com/News/News%20Pages/Politics/Images/John-f-kennedy.jpg
(2) Barack H. Obama, en:
http://www.desdeelexilio.com/wp-content/uploads/barack_obama.jpg





http://scrapetv.com/News/News%20Pages/Politics/Images/John-f-kennedy.jpg
John F. Kennedy




"72 horas para iniciar el siglo", por Francisco G. Basterra

Apelamos como seres humanos a otros seres humanos. Recordad vuestra humanidad y olvidad todo lo demás. Si podéis actuar de esta manera, el camino está abierto para una nueva sociedad. Si no es así, afrontáis el riesgo de la muerte universal. (Bertrand Russell)

Sólo 72 horas antes de que Obama se convierta en el 44º presidente de Estados Unidos, parece sugerente la idea de que el martes, en la escalinata del Capitolio en Washington, comenzará de verdad el siglo XXI. Hasta ahora habíamos considerado que el actual siglo se inició con la caída del muro de Berlín, como el siglo XIX concluía con la Gran Guerra. Tomo prestada la idea de E. J. Dionne Jr., columnista del Washington Post. La inmensa expectación global provocada por la llegada del primer presidente negro a la Casa Blanca, el calamitoso estado de la economía mundial y el ascenso de otros poderes globales que limitan la hegemonía norteamericana, darían así paso al siglo XXI. Que no será solamente, como parecía predestinado, el siglo americano. Todo apunta a que el mundo necesita, y confía, en un nuevo comienzo: político, económico, medioambiental, cultural. Por lo tanto, deberemos prestar mucha atención a las seis de la tarde del martes (hora española) a las palabras que pronuncie el nuevo presidente, cuando con la mano izquierda sobre la Biblia de Lincoln y la derecha levantada, preste juramento. "Yo, Barack Husein Obama, juro observar y hacer cumplir la Constitución de los Estados Unidos de América". La inmediatez electrónica: televisiones e Internet, otro símbolo de la nueva era, permitirán a la humanidad conectada vivir este comienzo al instante. Sí, Husein, un nombre musulmán de un no musulmán. Obama ha asegurado que, como es tradición, utilizará sus dos nombres, porque "el mundo está preparado para este mensaje". El nuevo presidente ha explicado que su toma de posesión es una magnífica oportunidad para recuperar la imagen de América en el mundo y, en particular, en el mundo musulmán. Probablemente uno de los grandes retos de su presidencia va a ser reinventar esa relación, hoy totalmente atascada. Como escribe el sociólogo Jean Ziegler en su reciente libro, La haine de l'Occident (Albin Michel), localizar las raíces del odio que el Sur manifiesta hacia Occidente, y reflexionar sobre los medios para extirparlo, se ha convertido en una cuestión de vida o muerte para millones de seres en todo el mundo. Obama, en su audacia medida, rasgo clave de su no ideología, dejó por escrito en la revista Foreign Affairs, que "el combate contra los profetas del islam requerirá más que lecciones de democracia. Necesitamos profundizar nuestro conocimiento en las circunstancias y creencias que sostienen su extremismo". No sabemos si esta afirmación, políticamente incorrecta hasta ahora en EE UU, será o no traducida a los hechos por la nueva secretaria de Estado, Hillary Clinton, y su equipo de asesores provenientes de la época de la presidencia de su marido. Casi todo el gabinete de Obama es políticamente predecible en economía y seguridad nacional. En lo que se refiere al dinero son los mismos que nos han llevado al actual desastre. ¿Es posible hacer nuevas políticas con viejos actores? De momento, el cambio es Obama. No hay un monumento en Washington que represente mejor la cualidad imperial de la ciudad que el Lincoln Memorial. La otra noche, impresiona más en las horas nocturnas, los Obama, con sus dos hijas, Malia y Sasha, acudieron a este lugar y bajo la monumental estatua de mármol del presidente que abolió la esclavitud, leyeron el famoso Discurso de Gettysburg, cincelado en las paredes, y que se estudia en las escuelas de todo el país. Contemplaron durante unos minutos el inmenso parque rectangular del Mall con el Capitolio al fondo. Una visita simbólica. Lincoln es uno de los presidentes, junto con Franklin Roosevelt y Jack Kennedy, que inspiran a Obama. También al joven de 27 años que está escribiendo el discurso del martes, el más importante de la vida de Barack. Marcará el tono de la nueva época y tiene como objetivo estimular, lograr la confianza de los estadounidenses para iniciar la recuperación moral y económica del país. Jon Favreau recibió hace un mes, en Chicago, el encargo del presidente electo para un discurso no más largo de 15 o 20 minutos, centrado en la idea de que Estados Unidos se fundó sobre ciertos ideales que es necesario recuperar. Hará frío el martes en Washington: se esperan 5 grados bajo cero. John Kennedy, a 7 bajo cero, se quitó el abrigo para pronunciar su discurso inaugural y demostrar su vigor juvenil frente al saliente Eisenhower. Precavido, debajo de la camisa llevaba una camiseta térmica. Temperaturas de 20 bajo cero obligaron en 1985 a Ronald Reagan a tomar posesión a cubierto en el interior del Capitolio. Peor fue en 1841, cuando William Harrison tras un discurso de dos horas bajo un frío intenso pilló una pulmonía que un mes después le llevó a la tumba. Este año la temperatura emocional provocada por la Obamanía, y no sólo en Washington, también en la descreída Europa, es muy superior a la temperatura ambiente. Obama es portador de la esperanza de todo el planeta.





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Barack H. Obama



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lunes, 19 de enero de 2009

Entre dioses y hombres



Más de treinta años de relación amor-odio, aunque al final prevalezca nítidamente lo primero, con la universidad (la Escuela Social de Madrid, la Escuela Normal de Magisterio, la Escuela Central de Idiomas, el Instituto "Balmés" de Sociología del C.S.I.C., la New York University en Madrid, y la UNED (Facultades de Derecho, Geografía e Historia y Ciencias Políticas y Sociología), en la que formé parte de su Claustro Constituyente, Junta de Gobierno y Consejo Social, me han permitido el placer y el honor de conocer y tratar a ilustres profesores de la misma, muchos ya, por desgracia, desaparecidos, o jubilados de su vida académica.

Si tuviera que personalizar en uno solo de ellos el inmenso privilegio que para mi supuso el paso por la universidad, no tengo duda que elegiría, sin desdoro alguno para los demás, al profesor Emilio Lledó (1): eminente filólogo, filósofo, humanista, y miembro de la Real Academia Española. Él fue mi profesor de Historia de la Filosofía, en la licenciatura de Geografía e Historia en la UNED, y con él descubrí a Platón y la "República", Aristóteles y la "Política", o San Agustín y la "Civitatis Dei", pero sobre y ante todo, aprendí a admirar y reconocerme como heredero del mundo de la cultura clásica legada por Grecia y Roma al occidente europeo y la humanidad.

Una sola anécdota, de las varias que le oí contar -pues era uno de esos profesores que se ganaba a sus discípulos por su facilidad de acceso y sus digresiones siempre relacionadas con el mundo de la filosofía-, al parecer atribuida a Zubiri, el gran filósofo español, discípulo de Ortega, a un alumno que le pidió opinión sobre como llegar a ser un buen historiador de la filosofía. La respuesta de Zubiri parece ser que fue: "Aprenda alemán y griego clásico, y luego vuelva por aquí, que ya le diré...". Y es que, para el profesor Lledó, que no se cansaba de repetirlo, la Historia de la Filosofía, no era nada más, y nada menos, que el conocimiento y profundización en las grandes obras escritas por los filósofos.

Todo eso me ha venido a la memoria, aunque nunca lo haya olvidado, leyendo el bellísimo artículo que el profesor Lledó publicaba en El País Semanal de ayer, titulado "Lo bello es difícil", en el que glosa la impresión recibida al visitar la exposición de esculturas clásicas que el Museo Albertinum, de Dresde (Alemania) y el Museo del Prado, de Madrid, acaban de inaugurar en éste último con el título de "Entre dioses y hombres" (pueden ver aquí (2) una selección de fotos de dicha exposición) y que permanecerá abierta hasta el próximo mes de abril. ¡Qué magnífica excusa para una escapada de fin de semana! De todas maneras, disfruten de su crónica, y si pueden, de la exposición. Y sean felices. Tamaragua. (HArendt)



Notas:
http://www.filosofia.org/ave/001/a106.htm

Galería de fotos:
http://www.elpais.com/fotogaleria/dioses/hombres/Museo/Prado/6125-1/



http://www.elpais.com/recorte/20090115elpepucul_31/XLCO/Ies/Venus_Medici.jpg
La Venus de Medici




"Lo bello es difícil", por Emilio Lledó

Al entrar en el Prado para recorrer con la mirada la exposición, no podemos por menos de recordar una palabra maravillosa de las muchas que hemos heredado de la cultura griega y que, espero, no se nos vayan olvidando. Esa palabra es el "asombro" (thaumasía). Parece que fue esta extrañeza ante los misterios del mundo, ante la armonía de los astros, ante la luz y la belleza que podían mostrarnos, lo que provocaba ese asombro. Asombrarse suponía descubrir lo "otro" y saber establecer esa distancia que nos permite entender. Si vivimos saturados de entorno, aplastados de noticias que no queremos o no podemos discernir; si no sabemos intuir esa lejanía necesaria para mirar, para entrever, incluso para tocar lo que nos rodea, estamos en el camino, en el mal camino, de perder la sensibilidad y, por supuesto, la inteligencia. Fue el asombro, la distancia, el no querer dar por hecho nada de lo que observábamos, lo que originó, decían los griegos, la filosofía, o sea, la curiosidad, el apego, la necesidad y la pasión por entender y entendernos.

Una experiencia asomborsa es, pues, la visita a esta exposición de esculturas del Museo Albertinum de Dresde y el Museo del Prado. El primer momento de asombro, de distancia ante tanta belleza, es el que nos lleva a pensar que fueron ellos, los griegos, quienes la inventaron al debatir largamente sobre esa palabra "bello" (kalós), que junto con la "verdad" (aletheia) y la "justicia" (dike) marcaban y nutrían el espacio de la cultura, de la paideia. La cultura, entendida no como un bloque de artes, conocimientos y saberes, sino como un proceso, una construcción encarnada en la estructura natural, la physis; un dinamismo que convertía a ese animal atado a todos los instintos de los otros animales en animal que con el logos, con la palabra, con la capacidad de entender y crear, trascendía los límites de su propia animalidad y entraba así en un territorio absolutamente nuevo, el territorio de lo humano. Y en él, no sólo la palabra nos distinguía, sino también la mirada: el aprender a mirar y, desde esa mirada, descubrir el querer, el amar.

Hay testimonios literarios suficientes para definir esa cultura de la luz, de la iluminación que el romanticismo alemán empezó a llamar el "milagro griego". Basta recordar aquel comienzo de un libro clásico en los orígenes de la filosofía cuya primera línea dice: "Todos los hombres tienden por naturaleza a mirar". A mirar sabiendo, claro está, porque esa mirada, esa "idea", era etimológicamente resultado de la visión. Los ojos y la luz. Sobre todo esos "ojos del alma" que dentro de la frente "se hermanaban con la luz del sol" y levantaban el sueño de los ideales hacia los que tendía otro de los grandes principios del mundo griego, la democracia. Porque la mirada, el entendimiento, requiere y exige libertad: ese dominio infinito de posibilidades por donde navegan los también infinitos deseos de los seres humanos. Fruto de esa libertad fue la ciencia, la filosofía, la tragedia, la lírica, la épica, la política, la historia, la comedia, la ética... todos esos campos que inventaron los griegos y por donde empezaron a sembrar las semillas y en muchos casos los grandes árboles que hoy, casi sin saberlo, nos cobijan y alimentan.

Es un acierto, entre otros muchos, que la exposición, a la que acompaña un excelente catálogo, se abra con esa imponente estatua de Zeus Eleutherios, el dios que da libertad, el dios liberador que no sólo les habría dado la victoria sobre los persas. Podríamos imaginar que algunas de estas obras estaban colocadas en determinados lugares del ágora de Atenas, del espacio público, donde la palabra de los sofistas, los diálogos sobre sucesos y opiniones era el instrumento imprescindible de humanización y democracia. Un dios de libertad, que nunca necesitó de una clase sacerdotal que tuviera poder real sobre los ciudadanos diciéndoles qué tenían que entender, qué tenían que hacer. Unos dioses, pues, liberadores y liberados ellos mismos de cualquier manipulación engañosa, y sólo cobijados en el, una vez más, asombroso mundo de los mitos, ese hallazgo exclusivo de los hombres. Es verdad que algunas veces la política quiso manipular esa religión desterrando y condenando a los negadores de la existencia de los dioses "de la ciudad" que los tiranos y sus aprendices habían pretendido incorporar, de alguna manera, a ciertas formas de corrupción del poder. Esta religión de la libertad que en principio nadie administró fue, sin duda, uno de los fundamentos esenciales de la cultura griega y el que, en buena parte, la hizo posible.

En el mundo de los dioses y héroes se manifestaban los deseos y esperanzas humanas. Otro "logro para siempre", que expresó un texto de uno de aquellos siempre vivos maestros: "Amamos el conocimiento, amamos el saber, pero sobre todo amamos la vida". La vida que nos ofrece el gozo "de los sentidos, y entre ellos, sobre todo el de poder ver". Una religión, pues, de la vida, de la vida real de los hombres. "Hermano, permanece fiel a la tierra", ya que es esto lo único que tienes. Por ello fue, además, una religión que, después de Fidias, se atrevió a desnudar a sus dioses y héroes, a alegrar la mirada en esos hermosos cuerpos en los que se vislumbraba no sólo el amor hacia los seres, sino la idea de una incesante superación. Un canon, pues, para el cuerpo, y un canon de libertad, armonía y progreso para la mente.

Si contemplamos el Diadúmenos, se nos hace presente el asombro al que me refería: un cuerpo tal vez soñado, rozado ya por el aire de la perfección, pero un ser humano cuya mirada sin pupila está, paradójicamente, llena de luz. Esa luz que era condición necesaria de la vida, de toda la vida, de todo momento de la vida. "¡Padre Zeus, libra de la espesa niebla a los aqueos, serena el cielo, deja que nuestros ojos vean, y destrúyenos, ya que así te place, pero en la luz!", exclama Ayax en la Ilíada. No me resisto a reproducir otro texto de esa cultura de la luz. "Los compañeros dormían alrededor de Diomedes, con las cabezas apoyadas en los escudos y las lanzas clavadas por el regatón en la tierra; el bronce de las puntas lucía a lo lejos como un relámpago del padre Zeus". Diadúmenos tiende sus ojos luminosos al suelo que le sostiene con una mirada lejana y próxima, entristecida y alegre en su acogedora serenidad. No es extraño que en un momento supremo del ideal griego surgiese la unión de la belleza y la bondad, creando una palabra que unía ambos conceptos: la kalokagathía, algo así como lo "bellibueno": la belleza traslucía desde la bondad. Este concepto desgraciadamente tan desgastado y que, unido a la veracidad, al no engaño, propio o ajeno, podríamos rebajarlo, en nuestros tiempos, a un término más modesto, pero no por ello menos necesario: la decencia.

Para la enfermedad moral de la doble verdad, de la hipocresía, se ha esfumado la decencia entre una serie de siniestras consignas patológicas que trastornan la mente de los seres humanos. Por ello, es un salto de alegría, en la conquista de la realidad y de la vida, esa -¿cómo adjetivarla sin tópicos?- Venus de Medici: un cuerpo bellísimo, pura y hermosa naturaleza, pero con los brazos y los pies rotos por la historia. El olvido y la desmemoria rompen también manos y pies, pero, a pesar de tales quiebras, ese busto nos descubre en el imposible abrazo de la vida el abrazo inagotable de la inmortalidad. Una inmortalidad tan evidente que hoy su contemplación nos da lenguaje y nos alienta. "No moriré del todo", escribió el poeta que admiró probablemente, hace más de veinte siglos, esas estatuas. "No me devorará la sucesión de los años ni la incesante fuga del tiempo".Tal vez eso que escapaba al mordisco de la temporalidad era esa palabra que ha definido siempre al arte más eterno: lo clásico.

No somos plenamente conscientes de esas lecciones que aún no hemos asimilado y que tienen su origen en esta tradición que hizo posible el que hoy sigamos luchando por la cultura como fuerza y dinamismo, como energía (enérgeia), como educación de la mirada, como forja de la posibilidad y la igualdad. Es verdad que también descubrieron la tristeza, el dolor, la melancolía: "¿Por qué tantos hombres excepcionales en la filosofía, la política o la poesía son melancólicos?". Esa melancolía, "el gesto supremo del espíritu", no logró empañar la alegría del más acá, la alegría de vivir. Una de las maravillas de esta exposición es, por ejemplo, ese relieve de una ménade pensativa. Las ménades eran, como es sabido, esas mujeres poseídas de pasión que cuidaron de Dioniso niño y formaron después parte de su cortejo. Se las representaba desnudas o cubiertas, como ésta del Museo del Prado, con un velo muy fino que transparenta el cuerpo y que vuela luego a sus espaldas suavemente dominado por una mano. La otra sostiene el tirso típico de las fiestas dionisiacas. La melancolía del rostro que también mira al suelo lo alegra ese movimiento de extraordinaria sensualidad en un cuerpo que parece desfallecer, mientras la rodilla, levemente doblada, anuncia el baile que apenas entrevemos en esa otra maravillosa ménade de Dresde que sin brazos, casi sin rostro borrado por la impiedad del tiempo, hace ver la alegría de vivir.

Pero también la sabiduría griega nos entregó otro de sus descubrimientos expresado en una no menos asombrosa frase: "El hombre es el más inteligente de los seres vivos, porque tiene manos". Aristóteles, que cita este dicho atribuyéndolo a Anaxágoras, comenta que "esa inteligencia se debe a que es capaz de utilizar un gran número de utensilios, de instrumentos, y la mano es el instrumento de los instrumentos, el órgano de los órganos". Esa poesía (poíesis) sobre el mármol era obra de las manos. El filósofo que imaginó ese poder de las manos dijo también que "todo artista, todo creador, ama su obra porque ama el ser... que consiste precisamente en sentir y pensar". No dejen reposar los ojos en esta exposición. Salimos de ella limpios, purificados por esa catarsis -esa otra palabra de la tragedia y el arte griego- que aseaba, renovaba, la mente, y nos libraba de la pesadumbre del existir diario, de la maldad y la miseria.

Me permitiré, al final, una pequeña coda, anacrónica, me temo. No podía dejar de pensar en ello, cada vez que iba al museo, y casi siento como un paradójico deber el evocarlo. Esta exposición enseña muchas más cosas, pero entre ellas: la sorpresa, el asombro del arte, el amor a la vida, a la verdad, a la educación, a la sensibilidad de la mirada, a la reflexión, a la libertad. He visto muchas veces, en los museos de Berlín, sentados en pequeñas sillas puestas a disposición de los alumnos, grupos de niños, de jóvenes, escuchando a una profesora que les enriquecía, con sus palabras, la mirada y, por supuesto, la inteligencia. Esa educación de la mirada es un antídoto necesario para ese chisporroteo de crueldad y violencia de muchos de los llamados videojuegos, y en los que, desgraciadamente, los jóvenes no son sólo sujetos pasivos en la visión de inacabables monstruosidades, sino que son personajes activos que practican, con las teclas adecuadas, la frialdad, la indiferencia ante un imaginario y siempre posible aniquilar, matar, suprimir. Nada que ver con los viejos tebeos de aventuras, incluso con las películas más o menos violentas. En el pulso de esos teclados se aprenden y domestican, como amarrados perros de Pavlov, los reflejos condicionados que suavizan y vanaglorian la muerte y el horror ajeno.

Después de un largo debate sobre la belleza, uno de los diálogos de Platón concluye: "Me parece que me ha sido beneficiosa la conversación con cada uno de vosotros. Creo que entiendo ahora el sentido del proverbio que dice: Lo bello es difícil".

La exposición 'Entre dioses y hombres' reúne más de 60 esculturas clásicas procedentes del Museo Albertinum de Dresde (Alemania) y del Museo del Prado. Puede visitarse en la pinacoteca de Madrid hasta el 12 de abril.




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Domingo calmo

He tenido que buscar el adjetivo "calmo" del título en el Diccionario de la Real Academia porque no estaba seguro de su corrección, pero sí, existe, y está bien. Ha sido un domingo excepcionalmente tranquilo y placentero, un "domingo calmo". Hemos comido en un restaurante del Puerto de Arguineguín, en el extremo sur de la isla, a doce kilómetros de casa. La tarde estaba espléndida, soleada, con una ligera brisa que refrescaba sin molestar. Desde la terraza del restaurante se veía, sobre las nubes, majestuoso como siempre, con su cumbre nevada, el pico del Teide, en la vecina isla de Tenerife.

El resto de la tarde lo hemos pasado en casa: mi mujer, y dos de sus hermanas, charlando bajo el porche y jugando a las cartas; yo, después de una siestecita, he puesto varios cedés de El Cigala en el aparato de música y me he dispuesto, voluntarioso, a terminar las ciento y pico de páginas que me quedaban por leer de "Caos calmo" (Anagrama, Barcelona, 2008), la novela de Sandro Veronesi (Florencia, 1959), que mi hija Ruth y su marido me regalaron por Reyes.

He logrado terminarla, sin interrupciones. Y disfrutarla. Una excepcional novela, ganadora del Premio Strega, el más prestigioso de las letras italianas, que ha sido llevada al cine por Antonello Grimaldi, e interpretada por Nanni Moretti.

La trama es sencilla y es posible que les suene, más por la película que por la novela: Un joven ejecutivo milanés, directivo de una cadena de televisión, salva de morir a una desconocida que está a punto de ahogarse en la playa justo en el momento en que su mujer muere a pocos metros de él de un derrame cerebral. Tras las exequias, viudo, y con una hija de diez años, acompaña a la niña a su colegio en el primer día de clase tras las vacaciones veraniegas, y en un gesto de amparo hacia ella -seguro de que la tensión por la pérdida de la esposa y madre tiene que estar a punto de explotar para ambos- decide esperarla todo el día a las puertas del colegio. La situación se repite, al día siguiente, y al otro, y al otro... Con su coche como oficina, aparcado junto al colegio de la niña, el protagonista se convierte sin desearlo ni esperarlo, en el centro de una trama de intereses contrapuestos entre dos grandes multinacionales de la comunicación que se encuentran en proceso de fusión... Pero el dolor por la ausencia, esperado, temido y ansiado, no llega; ni a él ni a su hija. Y mientras pasan las semanas y los meses, y la situación y los personajes que van apareciendo: una cuñada, un hermano inmensamente rico y famoso, la mujer salvada por el protagonista, un padre ausente, compañeros de trabajo, vecinos, amigos, un niño autista, y jefes poderosos e implacables, van pasando por el coche aparcado junto al colegio, como si fuera un confesionario o el despacho de un psicoanalista... Así, hasta que en un sorprendente final, su hija, con un solo gesto de madurez, le hace volver a la realidad... Pero de todas maneras la reseña de la novela la pueden leer mucho más documentada en la crónica que de la misma realiza en Revista de Libros (diciembre, 2008) la profesora titular de Filología italiana en la Universidad de Castilla-La Mancha, María J. Calvo Montoro, titulada "Lo reversible de la vida", que pueden leer aquí (1) en su formato electrónico original, y que reproduzco más abajo en formato de texto. Espero que lo disfruten. Y si pueden, lean la novela: les encantará, seguro. Sean felices. Tamaragua. (HArendt)





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Maspalomas (Gran Canaria) en la noche





Notas:
(1) http://www.revistadelibros.com/articulo_completo.php?art=4177

Foto:
(1) Maspalomas (Gran Canaria) en la noche:
http://farm4.static.flickr.com/3173/2574311376_38937c7f7c.jpg?v=0




"Lo reversible de la vida", por María J. Calvo Montoro
Revista de Librosnº 144 · diciembre 2008

Sandro Veronesi
CAOS CALMO
Trad. de Xavier González Rovira
Anagrama, Barcelona 512 pp. 22,12 €

«¡ESCUCHAD! ¡Mamá, papá, hermanos,
tata, y todos los que sois de mi familia!
¡¡¡Parientes, amigos, pueblo!!!
Por lo que más queráis, ¡¡escuchad!!
¡¿Por qué lo arruináis todo?!
¡Deteneos, por lo que más queráis!
¡Volvamos a casa!»

En estos versos de Il mondo salvato dai ragazzini, Elsa Morante pone en boca de un pequeño los gritos que reclaman la vuelta a casa después de haber sido arrancado de los brazos de su madre, lanzado por los aires y linchado por la turba que asiste a la gran representación. Exactamente hace cuarenta años, en el convulso 68, impregnando su escritura del experimentalismo que caracteriza esta rara pieza poética, la escritora se revuelve contra un mundo impenetrable, desafiándolo con la fuerza de la inocencia. El peso específico de los acontecimientos en Caos calmo reside igualmente en la lucidez de una niña, Claudia, la hija de Pietro Paladini, ejecutivo de una televisión privada que tras la muerte de su mujer –ocurrida al mismo tiempo que él salva la vida de una bañista– toma la decisión de no moverse de la puerta del colegio de la pequeña.

Vuelve a la memoria esta escritora, delicada intérprete de un modo de ver relacionado metafóricamente con la infancia. Una lucidez que en la tradición italiana remite a importantes hitos vinculados a la búsqueda de unas señas de identidad para la italianidad desde los momentos inaugurales de la nación. Si la unidad de Italia data de 1861, ya en la década anterior, Ippolito Nievo, en Confessioni di un italiano, trazaba las virtudes del protagonista desde su infancia, en relación directa con aspiraciones y valores patrios; en el caso de Corazón y su reverso, Pinocho, los personajes-niño se nutren asimismo de los valores de la Italia unida al tiempo que sirven como instrumento para denunciar las miserias de un país en proceso de crecimiento. Modos de ver el sufrimiento de una sociedad que, a pesar de haber conseguido las metas políticas deseadas, mantiene situaciones insostenibles, puestas en evidencia paradigmáticamente gracias a la mirada de un niño. Podrían encontrarse sugestivos ejemplos de esta mirada desde el Rosso Malpelo –protagonista del relato homónimo incluido en Vita dei campi de Giovanni Verga, como caso de explotación infantil en el trabajo propia de la época–, a Pin, el pequeño partisano del Sendero de los nidos de araña de Italo Calvino, punto de observación de la resistencia contra los alemanes, hasta llegar a los niños protagonistas en la narrativa italiana de los últimos años. Herederos de aquella pérdida de la inocencia, son muestra y metáfora del desgarro contemporáneo, como ocurre, por ejemplo, en los casos de De los niños nada se sabe de Simona Vinci (trad. de Ana María Moix y Ana María Becciu, Barcelona, Anagrama, 1999); o de Ciertos niños de Diego de Silva (trad. de Patricia Cañizares, Madrid, Espasa Calpe, 2002); o en la historia ambientada a principios del siglo XX, Dio non ama i bambini, de Laura Pariani, en la que las experiencias adultas invaden trágicamente sus vidas, víctimas inocentes de un mundo feroz que pasa inadvertido a los demás y que, sin embargo, sólo puede ser visto por ellos, quizá porque la verdad no supera la altura de sus ojos.

En Caos calmo, sin embargo, el retrato de la sociedad italiana actual está en relación con las diferentes fórmulas del bienestar en las que un niño puede sentirse protegido, aparentemente resguardado por los afectos, los cuidados materiales, la educación, el entorno confortable, si no fuera por la fragilidad en que se encuentran los adultos. Algo que los niños advierten de forma nítida porque –como escribe Veronesi– perciben no tanto lo que se esfuerzan en manifestar los adultos sino lo que éstos piensan de verdad. Una verdad que, en el caso del protagonista, consiste en la preocupante ausencia de dolor que le acompaña desde el momento de la muerte de su mujer. Enfrentado a tal desconcierto, Pietro Paladini encuentra su única certeza en la decisión de permanecer vigilante ante el colegio de su hija, como un nuevo barón rampante aislado entre las ramas de los árboles, protegido por la distancia que le separa de un mundo que se le resiste, pero que se le representa, sin embargo, cada vez que recibe la visita de sus compañeros de trabajo, de su cuñada, de sus jefes, de su hermano. Escucha el caos de los demás y reencuentra fracciones del suyo propio en este exilio voluntario. Como afirma Walter Mauro, las diferentes facetas de esta multiplicidad que rodea a su personaje le sirven a Veronesi para intentar algo que siempre resulta de una gran dificultad, es decir, «superar la banal y pasiva conformidad de la naturaleza humana». Quizá por esa razón, Paladini intenta esconder ese caos desde la aparente calma, mientras compone listas de supervivencia como un Robinson contemporáneo que trata de reconstruir el rompecabezas a través de los fragmentos recortados sutilmente al dibujo de su memoria: las líneas aéreas en que ha viajado, las veces que se ha mudado de casa, las mujeres besadas, los momentos en que ha sentido miedo. Enumeraciones no tan caóticas que se oponen al silencioso punto de inflexión que se ha propuesto, ese caos calmo, en el que no se entiende nada, como el de los niños que «vivirían todo el tiempo, si se les permitiera, sin comprender la mayor parte de las cosas que acaecen pero, precisamente por eso, con la capacidad de vivirlas muy intensamente».

Un mundo subrepticio y amenazante que Lorenzo Mondo ha interpretado como «el mal que presiona bajo la superficie de existencias aparentemente serenas» y que en Caos calmo se desvela a través de las confesiones de sus visitantes y le delatan al protagonista las disfunciones de su propia existencia que le eran ajenas a pesar de serle tan cercanas: un largo correo electrónico enviado a su mujer, las confidencias de su cuñada acerca de lo que su hermana le contaba sobre su relación de pareja o de ciertas costumbres que él desconocía, los oscuros mecanismos en torno a la fusión de su empresa y la consecuencia trágica de la pérdida de empleos, de la degradación de los jefes, la brutalidad de ciertas afirmaciones misteriosas de la mujer de un amigo, las palabras de su hermano que le harán conocer oscuras vicisitudes que hacían peligrar a la bañista que salvó, es decir, la multiplicidad de síntomas que describen el caos de su vida –que para Angelo Guglielmi son manifestaciones de un delirio al que el protagonista se abandona como una expiación–, pero que él ahora recibe con calma, a la espera de que le llegue el dolor. Pero el dolor no le llega a Paladini, contrariamente a la complaciente escena de llanto de Nanni Moretti en la versión cinematográfica (aunque dirigida por Antonello Grimaldi, el propio actor colabora en el guión), quizá para convertir al personaje en ese héroe que Veronesi evita: «El cine americano está lleno de héroes así: Gregory Peck, James Stewart, Henry Fonda. Kevin Costner». Pero el dolor no llega, manteniéndolo en una sorda dejación que necesitará resolverse con la sabiduría de la pequeña, «y si el dolor se me echara encima, aquí, ahora, si dejara de dar vueltas a mi alrededor, agazapado en la vida de los demás, y de una vez por todas me clavara sus curvadas garras en el estómago, podría convertirme de verdad en uno de ellos». Ante la irreversibilidad de la muerte, Paladini permanece inerte, mientras que la pequeña Claudia evoluciona y mira hacia fuera, porque «los niños tienen el futuro dentro, lo contienen», afirma Veronesi; «los adultos, por el contrario están demasiado condicionados por el lastre de su pasado».

Sólo la mirada de la niña salva a Paladini: «la verdad es que estaba yendo a un lugar equivocado. Un lugar lleno de maldad, de culpa, alejadísimo de ti. Pero tú me has salvado». Por eso, desde su posición, su caos calmo, frente al colegio, le pide a su hija que cada mañana, en el recreo, se asome a la ventana y le salude, pues necesita de esa energía que los niños «ponen a tu disposición, y tú te acostumbras a disponer de ella, empiezas a pensar que por muy liada que esté tu vida, [...] hay unas grandes sonrisas para ti, ahí fuera, hay energía y eso te tranquiliza». No obstante, mientras él permanece varado, Claudia está aprendiendo en el colegio el mecanismo de los palíndromos que hacen reversible todo acontecimiento: «Dábale arroz a la zorra el abad». Instrucciones para la vida que la maestra intenta enseñar a los niños: «en matemáticas hay unas operaciones reversibles y otras irreversibles» y, dado que en la vida ocurre también lo mismo, «es mucho mejor hacer cosas reversibles, si uno puede elegir». Instrucciones para la vida que la pequeña aplicará para solucionar el final.

Lector de Richard Ford, al que considera un maestro y del que tradujo hace veinte años el relato «Children» para la revista Nuovi argomenti, Veronesi confiesa que descubrió de adolescente a Gógol, Tolstói, Pushkin y Dostoievski, pero que el envite final que lo impulsó a escribir se lo debe a Vargas Llosa y a la narrativa latinoamericana, aunque declara que su escritor favorito es Raffaele La Capria, a cuya obra más conocida remite, por ejemplo, la escena del salvamento de la ahogada. El rescate, de hecho, se convierte en una especie de lucha submarina que podría ser el desarrollo del sueño de Massimo en la primera página de Herido de muerte (trad. de Pedro Luis Ladrón de Guevara, Valencia, Parténope, 2004) cuando intenta apresar a una huidiza lubina en busca de la Gran Ocasión Fallida. Paladini logra, sin embargo, salvar a su presa en una pulsión enigmática entre «Eros, Tánatos y Pisque, por fin armonizados en un único gesto simiesco». El peso del cuerpo de la mujer y sus movimientos inciertos arrastrando al protagonista hacia al fondo marino representan una suerte de declaración de poética por parte de Veronesi, que prefiere en la escritura la densidad de la música de Frank Zappa a lo que él considera la tendencia contemporánea de aligerar la carga. Así, en la novela se identifican los referentes de una cultura poliédrica y compartida con el lector: el millonario hermano Carlo (cuyos diseños de tejanos lucen cuerpos de famosas como Winona Ryder), obsesionado por una foto de James M. Barrie jugando a ser Capitán Garfio; las canciones de Radiohead, que le sirven para establecer una suerte de comunicación con su mujer desde el otro mundo; las poesías de Dylan Thomas; películas como Trainspotting, Matrix o La edad de la inocencia.

Caos calmo, novela ganadora del prestigioso Premio Strega, no se distancia de una trayectoria que Veronesi emprendió desde finales de los ochenta y en la que destacan títulos como La fuerza del pasado (trad. Esther Morillas, Barcelona, Seix Barral, 2002), cuyo protagonista, el escritor de literatura infantil Pizzano Pizza, que en cierto modo es un personaje comparable a Paladini (a los dos les ocurre un inesperado acontecimiento que les cambia radicalmente la vida), reaparece en el largo correo electrónico dirigido a su mujer ya fallecida. Textos que dialogan entre sí y que contribuyen a narrar la multiplicidad de un mundo impracticable, difuso, que se resiste a ser comprendido. Y por ello Veronesi, arquitecto de formación, intenta desentrañarlo a través de la materia lingüística con la precisión que requiere el tratamiento de los materiales de construcción. De hecho, elabora un texto de gran eficacia expresiva y en el que consigue ahondar gracias a una de las fórmulas de poética de mayor abolengo en la literatura italiana del Novecento al introducir en el caos del protagonista la mirada resolutiva de una niña. A este propósito, como escribía Giovanni Pascoli en su declaración de poética Il fanciullino (El chiquillo, trad. Esther Morillas, Valencia, Pre-Textos, 2002), el modo de ver de un niño es como el del poeta, cuya forma de pensamiento es precisamente como la de un niño: «Un modo infantil que se llama profundo, porque de repente, sin hacernos descender de uno en uno los peldaños del pensamiento, nos transporta al abismo de la verdad».




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domingo, 18 de enero de 2009

Los blogs de mi blog

Los fines de semana de los abuelos jubilados dan para mucho, aunque se compartan en buena parte con sus nietos (e hijos...). Una de las mejores cosas que permiten es desacelerar el trepidante ritmo que la "abuelez" a tiempo completo implica. Y leer con especial detenimiento y entretenimiento los "Mis blogs amigos", de mi blog. Les recomiendo que entren de vez en cuando en ellos y los ojeen (sin "h"). No les nombro ninguno en particular, aunque los hay muy buenos, y mejores... Descúbranlos por ustedes mismos.

Como ejemplo, les transcribo la penúltima entrada del que hoy escribe en "Mis enlaces educativos" (1), titulada "Pensamiento divergente", una amiga y educadora de Las Palmas. De paso, aprovechando la ocasión, les recomiendo se den una vuelta por el Informe 2000 sobre "La lectura en España", elaborado por la Fundación Germán Ruipérez y la Federación de Gremios de Editores de España, que pueden leer aquí (2). Seguro que les resulta interesante. Sean felices. Tamaragua. (HArendt)


Notas:

(1) http://misenlaceseducativos.blogspot.com/
(2) http://www.lalectura.es/2008/



















Mis nietos en el Jardín Canario, Tafira (Gran Canaria)




"Pensamiento Divergente"
Genialidad, Noticias | sábado 17 de enero de 2009

Sir Ernest Rutherford, presidente de la Sociedad Real Británica y Premio Nóbel de Química en 1908, contaba la siguiente anécdota:
Hace algún tiempo, recibí la llamada de un colega. Estaba a punto de poner un cero a un estudiante por la respuesta que había dado en un problema de física, pese a que éste afirmaba con rotundidad que su respuesta era absolutamente acertada.

Profesores y estudiantes acordaron pedir arbitraje de alguien imparcial y fui elegido yo.

Leí la pregunta del examen y decía:

Demuestre cómo es posible determinar la altura de un edificio con la ayuda de un barómetro.

El estudiante había respondido: se lleva el barómetro a la azotea del edificio y se le ata una cuerda muy larga. Se descuelga hasta la base del edificio, se marca la cuerda cuando el barómetro llega al piso y se mide. La longitud de la cuerda es igual a la longitud del edificio.

Realmente, el estudiante había planteado un serio problema con la resolución del ejercicio, porque había respondido a la pregunta correcta y completamente.

Por otro lado, si se le concedía la máxima puntuación, podría alterar el promedio de su año de estudios: si obtenía una alta nota, esta certificaría su alto nivel en física, pero la respuesta no confirmaba que el estudiante tuviera ese nivel.

Sugerí que se le diera al alumno otra oportunidad. Le concedí seis minutos para que me respondiera la misma pregunta pero esta vez con la advertencia de que en la respuesta debía demostrar sus conocimientos de física.

Habían pasado cinco minutos y el estudiante no había escrito nada. Le pregunté si deseaba marcharse, pero me contestó que tenía muchas respuestas al problema. Su dificultad era elegir la mejor de todas.

Me excusé por interrumpirle y le rogué que continuara.

En el minuto que le quedaba escribió la siguiente respuesta:

Se toma el barómetro y se lo lanza al suelo desde la azotea del edificio, se calcula el tiempo de caída con un cronómetro. Después se aplica la formula h=2gt2.

Así obtenemos la altura del edificio.

En este punto le pregunte a mi colega si el estudiante se podía retirar.

Le dio la nota más alta.

Tras abandonar el despacho, me reencontré con el estudiante y le pedí que me contara sus otras respuestas a la pregunta.

Bueno, respondió, hay muchas maneras, por ejemplo, se toma el barómetro en un día soleado y se mide la altura del barómetro y la longitud de su sombra. Si medimos a continuación la longitud de la sombra del edificio y aplicamos una simple proporción, obtendremos también la altura del edificio.

- Perfecto, le dije, ¿y de otra manera?

- Sí, contesto: este es un procedimiento muy básico para medir la altura de un edificio, pero también sirve. En este método, se toma el barómetro y se sitúa en las escaleras del edificio en la planta baja. Según se va subiendo por las escaleras, se va marcando la altura del barómetro y se cuenta el número de marcas hasta la azotea. Al llegar se multiplica la altura del barómetro por él número de marcas y este resultado es la altura. Este es un método muy directo.

- Por supuesto, si lo que quiere es un procedimiento mas sofisticado, puede atar el barómetro a una cuerda y moverlo como si fuera un péndulo. Si calculamos que cuando el barómetro esta a la altura de la azotea la gravedad es cero y si tenemos en cuenta la medida de la aceleración de la gravedad al descender el barómetro en trayectoria circular al pasar por la perpendicular del edificio, de la diferencia de estos valores, y aplicando una sencilla formula trigonométrica, podríamos calcular, sin duda, la altura del edificio.

- En este mismo estilo de sistema, atas el barómetro a una cuerda y lo descuelgas desde la azotea a la calle. Usándolo como un péndulo puedes calcular la altura midiendo su periodo de precesión.

- En fin, concluyo, existen otras muchas maneras. Probablemente, la mejor sea tomar el barómetro y golpear con él la puerta de la casa del conserje. Cuando abra, decirle: señor conserje, aquí tengo un bonito barómetro. Si usted me dice la altura de este edificio, se lo regalo.

En este momento de la conversación, le pregunte si no conocía la respuesta convencional al problema (la diferencia de presión marcada por un barómetro en dos lugares diferentes nos proporciona la diferencia de altura entre ambos lugares) evidentemente, dijo que la conocía, pero que durante sus estudios, sus profesores habían intentado enseñarle a pensar.

El estudiante se llamaba Niels Bor, físico danés, premio Nóbel de física en 1922, más conocido por ser el primero en proponer el modelo de átomo con protones y neutrones y los electrones que lo rodeaban. Fue fundamentalmente un innovador de la teoría cuántica

Pensamiento Divergente: Consiste en generar tantas ideas u opciones como sea posible en respuesta a una pregunta abierta o a un reto.




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